Estoy solo. La soledad me da miedo. Cada ruido insignificante me altera. La culpa la tiene mi padre. Su castigo favorito era mi peor pesadilla. Lo máximo fueron tres días seguidos en el sótano oscuro de la casa, solo, sin nadie a quien acudir. Me cansé de llorar por miedo, desesperación, angustia, claustrofobia. Fue la vez que mi hermana se quebró el brazo. Me culparon a mí sin yo tener nada que ver. Me defendí, pero no me creyeron. No sé si me llegaron a escuchar.
Esa no fue la única vez que me encerraron, pero fue la peor. Cada vez que me llevaban para ese lugar, era para mí como lo es el recorrido de un condenado a muerte a la silla eléctrica. Era cruel. El temor que le tenía al sótano me hizo cambiar la personalidad. Me convertí en un chico sumiso, temeroso, con miedo a salirme o variar la rutina de mi padre. Dejé de hacer cosas que chicos de mi edad no podían dejar de hacer. Todo por temor de volver a ser castigado.
Pero es que el tiempo pasa y no se detiene.
Golpean a la puerta. Soy paranoico, temo atender. Golpean de nuevo. Lentamente y con cautela me acerco y observo por la mirilla. Es mi padre. Siento cierto alivio. Le estoy por abrir... cuando lo pienso mejor y me detengo. Prefiero seguir estando solo.