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Cecilia y la luna

Cecilia era de hábitos nocturnos.

Parecía que el sol de Maracaibo adormecía sus entusiasmos juveniles a pesar de vivir en una ciudad con mar y con el bullicio de los turistas griegos que todos los Miércoles por las mañanas atiborraban los puestos de nieve, de artesanías y los guisos de mar adentro y tomaban por su cuenta a la cumbiamba que resonaba apenas perceptible tras la ventana donde Cecilia dormía como una princesa medieval.

Escuchaba entre sueños la canción del corazón partío y entonces se dejaba llevar en el vaiven de los minutos soleados en una cama de rosas bordadas, transitando en el sopor de las vacaciones escolares, abriendo los ojos de vez en cuando para observar la fotografía del buró donde como un rey vikingo, él le miraba arrogante y suficiente.

La noche de un martes de Julio se decidió a olvidarlo.

A olvidar su nombre dibujado en las luces de la costera, su acento francés atrevido, sus propuestas envolventes y cínicas para comer el betún del pastel en su piel morena y luego subirse a la barca en una bahía de tormentas donde sus dientes perfectos dejaron de sonreírle y sus manos dejaron de tocarle.

El último rayo de sol, encendió la circulación de la nueva Cecilia. Lavó su cuerpo para quitarse todo el cariño guardado. A las veintitrés horas comió un poco de fruta y se entalló en su vestido preferido. Al fin abrió las ventanas de la vida y observó la luna roja posada en los ramajes de las palmeras mientras un autobús de marineros pasó bajo su ventana:
¡Adios muñeca preciosa!

Esbozó una sonrisa de ángel. Levantó su vaso de Baylés mientras la luna se reflejaba en el cristal y el los hielos azules.

La luna y Cecilia se miraron y establecieron entonces el rito de las amigas que ya no habrían de separarse.

Cecilia bajó a la calle, luego se descalzó. Alcanzó la playa y dejó que la marea de la medianoche le mojara los pies y borrara el nombre amado de la arena. Caminó junto con la luna hasta que el ruido de las discotecas se hizo un punto lejano. Levantó los brazos y dejó que su sombra se reflejara en la desembocadura del río y gritó ¡ Cecilia Viiive!

Abandonó la compañía de la luna y comenzó a recibir el amanecer caminando resuelta hacia el atracadero de yates donde comenzaban a llegar los primeros griegos del día.

Luego el sol salió por el poniente.

Amanecía. La vida volvía a florecer. Las próximas lunas serían para amar y dormir y los días para cumplir la promesa a la luna. Dejarse querer cuantas veces fuera necesario hasta que el amor dejara sus amarras en un corazón bueno, listo para el hombre de su vida...


LAURO
Datos del Cuento
  • Autor: LAURO
  • Código: 9895
  • Fecha: 10-07-2004
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.29
  • Votos: 63
  • Envios: 2
  • Lecturas: 3332
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Isis
invitado-Isis 04-10-2004 00:00:00

Amigo, como siempre excelentes relatos. Logras trasmitir sentimientos profundo a tus lectores. Te sigo leyendo siempre. Y aun queda pendiente nuestro relato.

La Naufraga...
invitado-La Naufraga... 31-07-2004 00:00:00

Lo que me gusta de este cuento es que mediante su sencillez llega hondo. Es la sensación de haber renacido, de dejar atrás las cruces que llevamos por propia convicción pero sin propósito, para finalmente abrir los ojos como si fuera la primera vez y poder ver un nuevo horizonte con esperanzas renovadas. Muy Bien!! Te Felicito!!

Cecilia
invitado-Cecilia 10-07-2004 00:00:00

jajaja me encanta deveras...excelente mil gracias,,

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