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Categoría: Románticos

Chapado a la antigua

Reconozco que soy bastante chapado a la antigua, además lo digo sin ningún rubor. Me ha gustado siempre respetar las tradiciones y siento un gran cariño por todas las costumbres antiguas. Por eso e gusta participar en esas representaciones ancestrales que hay en los pueblos y tal vez por eso también me considera la gente en muchas cosas un hombre intransigente y bastante anticuado. Pero yo, la verdad, no me dejo impresionar por esos comentarios. Sé muy bien que soy respetuoso con la forma de pensar y la vida que cada uno quiera llevar y por otro lado reconozco que soy anticuado, pero no me parece que eso sea algo negativo, es sencillamente una manera de ver la vida.
Cuento todo esto porque la vida hace que los sentimientos hagan que las ideas que uno tiene se tambaleen y se vengan fácilmente por tierra.
Ya os podéis imaginar cual fue siempre mi postura con respecto al divorcio. Además, en mis tiempos más juveniles esa postura significaba auténtica intransigencia, sí, lo puedo reconocer porque ya ha pasado mucho tiempo de todo aquello. Con los años uno se va haciendo mucho más tolerante con las ideas de los demás.
Pero reconozco que fui un verdadero enemigo de los que pensaban que el matrimonio se podía romper cuando el amor se ha terminado.
Como mi forma de ser era tan anticuada yo quería creerme siempre que el amor es para siempre. No me cabe en la mente que se pueda amar a una persona de forma auténtica y que ese amor llegue un día a su fin.
Tal vez por eso nunca hubo en mi vida otra mujer que María Teresa.
En mis años de estudiante fue una compañera excelente. Recuerdo como en las clases de latín siempre me buscaba, porque sabía que se me daba muy bien y yo podría ayudarle a hacer las traducciones. Eso hacía que yo soñara cada día con que llegara la hora de latín para poder estar con ella.
Mi timidez me ha traicionado siempre. Es muy duro intentar decir “te quiero” y que en ese momento todo cuerpo se ponga en movimiento y el calor te inunde. Pero eso es lo que me ocurría cuando intentaba abrirle de verdad mi corazón.
Cuando ella me veía en esa situación se reía con todas sus fuerzas y hacía algún comentario jocoso sobre cara que tenía. A mí no me importaba porque así disfrutaba durante todo aquel momento con aquella forma tan maravillosa de reír. No se puede describir con palabras pero era contemplar la belleza y la alegría de forma conjunta. Ella lograba con su risa que mi tensión se calmara por un momento. Pero no fui capaz de decírselo y el tiempo corría en mi contra.
Claro, llegamos a ser muy buenos amigos, pero eso fue para mi desgracia. Ella se sinceraba conmigo y así fue cómo me contó cuánto le gustaba Miguel Ángel. Yo era tan torpe que no sabía como hacerle ver, que tal vez alguien estaba sufriendo cada noche por su amor. Que Miguel Ángel nunca podría amarla tanto como ese “alguien”. Pero me limitaba a sonreír estúpidamente y a decirle que le deseaba suerte.
¿Cómo le iba a desear suerte? En mi interior lo único que yo quería era que se olvidara de él y que se fijara en mí. Que comprendiera que yo era mucho más que un buen amigo o un buen compañero.
Así que yo seguí cada noche suspirando por un amor que se me escurría entre los dedos. ¡Qué gran estupidez!
Un buen día no vino a clase. Su asiento estaba vacío y yo me imaginé lo peor.
Por suerte, al día siguiente la volví a ver en el instituto:
-¡Qué susto me habías dado! Llegué a pensar que ya no ibas a volver por aquí.
-Pues, tengo que contarte algo.
-¿Qué pasa?
-Que dejo el instituto. Me voy a poner a trabajar. He venido pero es para darme de baja.
-Entonces se han confirmado mis peores presagios. No sabes cuánto te voy a echar de menos. Has sido para mí tan… buena compañera.
-Bueno. Pero ya verás cómo vas a tener muy buenos amigos. Eres una persona excelente.
-Nadie, podrá compararse nunca a alguien como tú.
Mira que fui estúpido. En aquel momento tenía que haberle dicho muchas más cosas. Tenía que haber acercado mi cara a la suya y haber intentado besarla. Tenía que haber hecho muchas cosas que no hice. Me quedé paralizado y sin habla. A partir de entonces sólo iluminaba mi vida el recuerdo de María Teresa, su risa, sus dudas y tantas veces que hicimos juntos aquellos trabajos de clase.
El tiempo pasa, no sé si rápidamente. Unas veces se hace más largo, otras, más lento. Pero pasaron muchas cosas. María Teresa siguió su vida cada vez más distante de mí. Se hizo novia de Miguel Ángel y salía siempre con él.
Yo observé a veces cómo parecía muy feliz con él. Nunca pude quitármela de mi mente. A veces cuando desde lejos la veía reír, cómo ella sabía, se iluminaba de pronto mi corazón. Verla feliz era para mí algo alegre y doloroso a la vez, no sé cómo decirlo.
Luego se casó con él y traté que se fuera para siempre de mi mente. Pero esa ha sido una batalla perdida.
Ella ha seguido en mis sueños, en mis pensamientos y sobre todo, en mis mejores recuerdos.

El otro día fui a comprarme unos zapatos, y entré en una zapatería nueva porque vi muy buenos precios. ¡Qué sorpresa! La dueña de la tienda era una elegante y distinguida María Teresa.
Mientras me probaba varios pares de zapatos empezamos a hablar de nuestras vidas. Se sorprendió de que yo estuviera soltero todavía.
-Eso es muy raro. Tú eres una persona maravillosa, me extraña que no hayas encontrado a alguien que te quiera.
Una vez más mi corazón empezaba a traicionarme. Al oír aquellas palabras en sus labios empecé a sentir que el cuerpo me temblaba, que el sudor me corría por todas partes. Pero una vez más fui incapaz de decir lo que de verdad sentía.
Ella me contó cosas de su vida.
-Ya sabes que yo me casé con Miguel Ángel. Debí de haberte hecho caso cuando me dijiste que yo merecía a alguien mejor. Tenías razón. Yo había quedado encandilada por su gran atractivo físico y por su simpatía. Pero con el tiempo he tenido que soportar la verdad: que es un egoísta, que lo único que le interesa en la vida es él mismo.
Ni siquiera hemos tenido hijos, porque él no quería compartir mi amor con nadie más Imagínate, la ilusión de mi vida era tener muchos hijos, supongo que luego me habría tenido que mentalizar a otra cosa. Pero él se empeñó en que no tuviéramos ninguno. Siempre me decía: “Ya me tienes a mí, no necesitamos a nadie más”. He llorado muchas noches a solas, porque cada vez que una de mis amigas daba a luz me ponía cara a cara con mi propia situación. Pero te voy a decir algo: Llevo ya dos años divorciada. No es fácil, no te creas. Han sido muchos años juntos y siento una especie de síndrome de Estocolmo. Pero no voy a volver con él. Quiero volver a ser la dueña de mi vida.
Es imposible explicar con palabras lo que de pronto pasó por mi mente. Parecía como si una luz inmensa penetrara todo mi cuerpo, me sentía de pronto inundado de vida. Porque creo que mi vida había desaparecido el día que la perdí a ella. Pero ahora la había encontrado de nuevo, y ella volvía a poner en mí toda su confianza.
-Es verdad, María Teresa, tú te mereces a alguien que te quiera de verdad, que te comprenda y que esté dispuesto a sacrificarse por ti. Eres una mujer maravillosa y te mereces una vida maravillosa
-Creo que no he vuelto a oír palabras como esas desde que dejé del instituto.
Comprendí que no podía perder el tiempo en tonterías, la vida me daba una oportunidad que no debía dejar escapar otra vez.
-¿Qué te parece si esta noche vienes a mi casa y cenamos juntos?
-¿Por qué esta noche? Si no tienes nada que hacer, podríamos ir a comer ahora, yo estoy a punto de cerrar la zapatería.
No podía creer lo que mis oídos acababan de escuchar.
“Ahora o nunca” me dije. Me acerqué a ella, suavemente, rodeé su cintura. Ella empezó a acariciar mi cuello y nuestras bocas se juntaron.
Aunque sea un estúpido por reconocerlo, fue la primera vez que gocé con un beso. Lo demás habían sido aventurillas, sucedáneos. Ahora era el amor de mi vida.
La cuestión es que ahora tengo un conflicto con todas mis ideas antiguas. Por un lado yo sigo creyendo que el amor es para siempre, y lucharé cada día por que mi amor por María Teresa ilumine hasta el último minuto de mi vida, o dicho de otro modo, empeñaré todas mis energías en hacerla feliz en cada momento. No me ahorraré sacrificios y renuncias por ella, por que un amor como este tiene que ser para siempre. Pero por otra parte estoy muy contento con el divorcio que me ha devuelto a María Teresa. Sinceramente esto es un lío mental. Pero así son las cosas.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.79
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Comentarios


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4 comentarios. Página 1 de 1
HaisseN
invitado-HaisseN 07-11-2006 00:00:00

Hacía muchísimo tiempo que no visitaba esta página... y no sé si me recordarás, puesto que mis estancias aqui fueron fugaces. Sí que es cierto que recuerdo haber leído "EL HOMBRE SOLITARIO", pero es incontable el tiempo que hace de eso, y más aún el tiempo que hace desde que yo aquí escribí. En fin... ha sido para mi toda una alegría leer este último relato tuyo, que por cierto me ha gustado muchísimo, y curiosamente me he visto reflejado en él. (Aunque sin el mismo desenlace). Mi más sincera ENHORABUENA, Celedonio. Un saludo, amigo ;)

María Eugenia
invitado-María Eugenia 24-09-2006 00:00:00

Que sorpresa!!!! Hermosa historia de amor. Al expresar la ausencia de hijos en aquel matrimonio es prácticamente la búsqueda de una justificación al divorcio. Como en los cuentos añadiré: "tuvieron muchos hijos y fueron felices para siempre". Dicho sea de paso: los hijos pueden ser propios o adoptados. Serán igualmente una bendición. Ah, se me olvidaba: Que suerte que esta vez se atrevió a demostrale su amor. Mira pa´llá, le correpondió.

lucerito
invitado-lucerito 18-09-2006 00:00:00

Magistral. Ni que fuera hecho para mí. Contiene esa sorpresa de amor luego de tantas inquietudes de amar. No se preocupe usted de haberse alegrado por el divorcio, hombre. El matrimonio es una institutción legal, la unión por sentimientos recíprocos, una bendición divina.

Lébana
invitado-Lébana 16-09-2006 00:00:00

Después de tanto tiempo de nuevo tenemos un escrito tuyo. ¡Muy bueno! la vida es una constante lucha, con los sentimientos, con las conviciones. Pero lo importantes es, que triunfe el amor. Un abrazo.

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