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Esta es una de mis leyendas cortas de Chihuahua predilectas Agustín y su novia estaban platicando un día por la tarde en el jardín de su casa. Ella le dijo que por qué no iban a pasar un fin de semana a la hacienda de su abuela Graciela, quien había muerto 10 años atrás.
– Pero tú me habías dicho que en esa propiedad no había nadie Selene, que estaba prácticamente abandonada. Dijo Agustín.
– Sí, eso fue hasta que mis papás contrataron a gente para que se quedara en la hacienda y le dieran mantenimiento. Ven conmigo, te va a encantar. Podemos montar a caballo, ir al río o dar paseos a la luz de la luna. Será muy romántico. Contestó Selene.
– No sé Selene, me preocupa que puedan pensar tus papás. Replicó Agustín.
– Por ellos no te preocupes, yo ya les pedí permiso y me dijeron que estaba bien. Si quieres que ellos mismos te lo confirmen, ahorita les marco por teléfono y tú les preguntas. ¿Te parece bien?
– No, no hace falta. Creo en lo que me dices. Ahora sólo dame un par de días para organizar mis cosas y el viernes paso a buscarte a primera hora a tu casa ya con las maletas listas.
Así lo hizo, Agustín salió de su domicilio a las 6:00 de la mañana y fue a buscar a su novia. Ambos tomaron la carretera que los llevaría al estado de Chihuahua.
Cerca de llegar a la capital se encontraba la hacienda de doña Graciela, misma que era muy famosa en la región por haber sido ocupada por simpatizantes de la Revolución Mexicana a principios del siglo XX.
– El sol salió y mientras Agustín iba conduciendo, Selene gritó:
– ¡Oríllate, y vamos a ver qué es eso que está allá!
– Querida, es sólo un montón de rocas apiladas ¿qué tienen de especial?
– ¿No te das cuenta que algunas de ellas brillan? A lo mejor son parte de una mina de oro y podemos obtener dinero al venderlas.
– No nos hace falta el dinero, mejor sigamos.
– En eso tienes razón, pero que tal si debajo de ellas hay un tesoro escondido y si nos vamos dejaremos que otro lo encuentre.
Agustín, sintió mucha curiosidad y finalmente decidió hacer lo que su prometida le había sugerido. Ambos bajaron del automóvil y él se puso a quitar algunas piedras para ver si en efecto había algo abajo. Cuál sería su sorpresa al encontrar que en la parte inferior había una caja del tamaño de un cofre, lo abrió y en el encontró una mano de hueso llena de anillos de oro con piedras preciosas.
Con sumo cuidado retiró cada una de las joyas, mas no pudo quitar la que estaba en el dedo anular. Jaló con fuerza la sortija hasta que el dedo se arrancó.
Inmediatamente después de la mano salió una sustancia de color bermellón Agustín cayó al piso al inhalar ese aroma, su novia pidió auxilio a la policía de caminos. En minutos arribó con ambulancia, de ella se bajó una mujer a la que le faltaba el dedo anular de la mano izquierda.
Ya en la camilla, el hombre le preguntó a la paramédica
-¿cómo perdió ese dedo?
A lo que ella le contestó:
– Tú me lo arrancaste. Ahora morirás.
Agustín no alcanzó a llegar al hospital, pues murió en el trayecto de un paro cardiaco.
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