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Había una vez un perrito callejero al que todos llamaban Chuchín. Chuchín era un perro pequeñito, de color canela, bastante delgaducho. Tenía las orejas oscuras y un rabito largo que meneaba con mucho salero.
Chuchín sobrevivía buscando comida entre la basura, bebiendo agua de los charcos y escondiéndose del frío entre cartones. Como era muy simpático y tranquilo, a veces recibía comida de la gente que lo veía por la calle a cambio de alguna gracia perruna o una miradita mimosa.
Una noche Chuchín se despertó sobresaltado por el ruido de unos cristales rotos. Chuchín asomó el hocico entre los cartones y vio a una persona subida en una escalera muy alta entrando por una ventana en una casa.
Nada más verlo Chuchín se puso alerta. No sabía qué estaba pasando, pero su instinto le decía que aquello no era normal. Sigilosamente, Chuchín se deslizó fuera de los cartones para ver mejor lo que pasaba.
Poco después, Chuchín vio salir al hombre de la escalera por una puerta cargado con un saco lleno de cosas. El hombre, vestido de negro y con un antifaz, se acercó a un coche, abrió el maletero y dejó allí el saco. Sin cerrar el maletero, el hombre se acercó a recoger la escalera.
Aprovechando que el hombre se alejaba, Chuchín se acercó al coche y olisqueó el saco.
-Este olor me resulta familiar -pensó Chuchín-. Me huele a…. ¡la señora Pepa!
En ese momento llegó el hombre cargado con la escalera para dejarla en el maletero. Al ver al perro, el hombre gritó:
-¡Quita, chucho!
Chuchín se puso a ladrar como loco, porque justo en ese momento se había dado cuenta de que aquel hombre había robado en casa de la señora Pepa, una ancianita muy buena que siempre que le veía le daba de comer y le acariciaba la barriga.
-¡Calla, perro sarnoso! ¡Vas a despertar a todo el vecindario! -gritó el ladrón.
Pero Chuchín solo dejaba de ladrar para gruñir y enseñar los dientes al ladrón. Y así estuvo Chuchín un buen rato, hasta que llegó la policía.
-¡Te hemos pillado con las manos en la masa, truan! -dijo un policía-.Gracias Chuchín, te has ganado un buen premio. ¡Sube al coche!
El policía dejó al ladrón en el calabozo y llamó al perrito
.
-Ven Chuchín. Te voy a dar agua y un buen bocata. ¡Te lo has ganado!
Pero Chuchín no contestaba.
-¡Chuchín! ¿Dónde estás, perrito? -llamó el policía-. ¿Alguien ha visto a Chuchín?
En ese momento, el policía vio cómo su gorra se movía sola por el suelo. El policía la levantó y descubrió a Chuchín debajo.
-Vamos a tener que hacer una gorra de tu tamaño, amigo -dijo el policía.
Desde ese día, Chuchín vive en la comisaría y se ha convertido en el primer agente de policía perruno de la ciudad.
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