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Cibeles

Cibeles era en origen una diosa frigia. Los griegos hicieron de ella una madre de los dioses, la madre de Zeus y de otros dioses importantes. Su culto derivaba probable­mente de la antigua adoración de las grandes madres o diosas de la fertilidad, al igual que el de Deméter, la diosa de la agricultura.

Según el mito frigio, Zeus había depositado su semilla en la tierra en cierta ocasión mientras dormía en el monte Dídimo, en Frigia, en lo que hoy día es el centro de Turquía. De ahí nació una criatura hermafrodita que fue castrada por los dio­ses. Así fue la creación de la diosa Cibeles. De sus genitales creció un almendro cuyo fruto se depositó en el vientre de la ninfa Nana, que quedó embarazada y tuvo un hijo al que abandonó después de dar a luz. El joven, Atis, fue criado por una cabra y se convirtió en un joven muy hermoso. Cibeles se enamoró de él y cuando se disponía a hacer planes de boda para casarse con otra mujer, ella se puso tan celosa que le obligó a castrarse (ver Atis). Hay muchas versiones del mito de Cibeles y Atis, todas las cuales incluyen el tema de la muerte y la resurrección. Según algunas de ellas, Atis no sobrevivió a la mutilación y quedó convertido en un pino. Otras aseguran que fue enterrado en Pessinus (Pesino) y resucitado por Cibeles. Por último, alguna versión asegura que vivió como sacerdote eunuco al servicio de la diosa.

En Roma, Cibeles se convirtió en una diosa muy popular. Durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C), un periodo desastroso para los romanos, su culto llegó a Roma dado que, según ciertas profecías de los Libros Sibilinos -un tipo de libro de frases de los oráculos-, Roma sólo podría vencer si se adoraba a la «Gran Madre».

El león, el animal más fuerte de la naturaleza, estaba dedicado a Cibeles, siendo representada a menudo como una leona en un carro tirado por leones. Ovidio la describió «en su carro tirado por leones atravesando el cielo». Su estela iba acompañada por «la música de los címbalos y de las flau­tas». El culto de Cibeles en Roma se carac­terizaba por los rituales estruendosos y las procesiones. Durante su festividad, sus sacerdotes, los Galli, enterraban un pino que simbolizaba a Atis. Días después se perforaban los brazos y rociaban el altar con su sangre en un estado de éxtasis. El último día se celebraba la resurrección de Atis mientras se paseaba la estatua de la diosa en procesión y se limpiaba.

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