Todo era gris alrededor, el embravecido mar y la techumbre de nubes que se unía a lo lejos con el horizonte, donde parecía poder atisbarse una tenue sombra irregular, salpicada de luces parpadeantes como efímeras estrellas.
Tan picado estaba el ancho canal que la barcaza se elevaba violentamente en el aire cada vez que una ola topaba con ella. Al poco rato no fue eso la única preocupación, pues estaban lo suficientemente cerca de la costa como para que la letal metralla que vomitaba la artillería alemana, que caía a horcajadas en las turbulentas aguas, amenazase seriamente el grueso del desembarco. Todos los hombres, buenos soldados entrenados en el valor y la perseverancia, contuvieron el aliento a través de aquel túnel de géiseres improvisados que salpicaban agua y cascotes a las embarcaciones. La voz del timonel anunciando la inminente llegada rasgó el aire del alba. Pero sus palabras fueron precipitadas, ya que hubo de detener la barcaza antes de tiempo en vista de una mayor intensidad de fuego enemigo en su sector. La compuerta de salida cayó entonces al agua, y una acometida alemana barrió brutalmente la primera línea de desembarco, antes de que los hombres pudieran emprender el camino de la playa. Los hombres que no habían caído utilizaron a sus compañeros como escudos humanos hasta que el fuego hubo cesado y saltaron al agua.
El agua estaba tan fría que cortaba casi la respiración, lo que dificultó aún más que los hombres alcanzaran los obstáculos que Rommel había ordenado colocar a lo largo de la costa para dificultar el desembarco de los carros.