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El primer día de vacaciones de Eusebio

Era el peor día de su vida

. Acababan de comenzar las vacaciones de verano y Eusebio a sus diez años recién cumplidos, se encontraba en su habitación sentado en la cama tremendamente aburrido.

 

Y es que todo había empezado mal, muy mal. Sus mejores amigos se habían ido de vacaciones al pueblo.

 Iker se había ido a pasar todo el mes  de Julio a casa de sus abuelos en Galicia.

Carlos  e Ignacio irían a visitar a su familia a un pueblecito de Segovia, y ya no vendrían hasta el comienzo de curso.

¿Por qué él no tenía pueblo? No era justo. Según sus padres toda la familia era originaria de Madrid así que lo mas que podían tener era “barrio” Puf, vaya rollazo se dijo Eusebio.

 El único que se quedaba en Madrid, Pablo, tenía terminantemente prohibido jugar con él.

Total, no comprendía porque la madre de Pablo se había enfadado tantísimo con él.  Aquella era la avispa más grande que había visto nunca. Y amenazaba con picarlos.

Una vez, viendo el canal Odisea con su padre escuchó que si te picaba una avispa te ponías verde y se te saltaban los ojos de las orbitas, o al menos eso había entendido él.

No podía consentir que aquello pasase. Así que cuando la avispa se posó en el rosal fue raudo y veloz a pisotearla y evitar males mayores.

Reconocía que el rosal había quedado hecho un cisco pero los restos mortales de la avispa estaban pegados en su zapatilla y se sentía tremendamente orgulloso.

Encima la televisión se había estropeado. Su madre hablaba con el servicio técnico. Cuando colgó, se dirigió a la cocina medio llorando y diciendo - ¿Qué es verano? ¿Qué los técnicos están de vacaciones? ¡Pues qué bien! ¿Y con qué entretengo al niño? ¿Con un libro?

Su padre y sus hermanos ya estaban en la cocina desayunando. Su padre leía el periódico, la sección de economía y no dejaba de quejarse de que el país se iba a ir a freír espárragos. Toda la vida deslomándose para que cuatro politicuchos de pacotilla dieran con todo al traste.

Como de costumbre su hermano Rubén había acabado con todas las tostadas y ahora se encontraba dando buen partido de los cereales y de las madalenas.

Rubén tenía 18 años, acababa de terminar su primer año de universidad y estudiaba Derecho, aunque según su padre, al paso que iba terminaría torcido cargando ladrillos en una obra. Tenía la cabeza llena de pájaros, había escuchado decir a sus padres alguna vez.

Jugaba al baloncesto en un equipo de tercera regional. Era el guapo de la familia. Alto, con más músculos que sus Action Man y su pelo negro siempre engominado.

Todas las chicas suspiraban cuando pasaban cerca de él y éste las miraba con sus profundos ojos azules.

 Tenía una novia que se llamaba Patricia y le caía casi tan mal como su hermano.

Pero la afición secreta de su hermano Rubén era hacerle la vida imposible. Siempre se estaba metiendo con él. 

Mamá, deberíais haberle dejado en la caja de zapatos donde le encontrasteis. Con lo feo que ha salido. Ese pelo rojo, y esa cara llena de pecas. Yo creo que todavía estamos a tiempo de devolverle - dijo su hermano

Rubén deja tranquilo al niño- le contestaron los padres al unísono

Además ya no creo que coja en la caja de zapatos, tendríamos que echarle al contenedor directamente - Salto Peña

Peña estaba sentada al lado de su padre y no dejaba de hablar por el móvil con su amiga Eva. Por lo visto, estaba enamorada de un chico de su instituto llamado Juanjo. Su madre siempre decía que estaba en la edad del pavo, que con 15 años era normal, que ya se le pasaría. Para su hermana era invisible. Y las pocas veces que se dirigía a él era para llamarle mocoso.

Si Rubén tenía la cabeza llena de pájaros y Peña estaba en la edad del pavo, ¿Qué pájaro le tocaría a él? Tendría que preguntárselo a su padre

Su padre, Juan Manuel Rocasolano era abogado y debido al exceso de trabajo que tenía  llegaba muy tarde a casa y apenas estaba con sus hijos. Que ganas tenía que le tocara el euromillon para restregarle el boleto a Don Leocadio por las narices y decirle que se quedara con su Bufete que “el Juanma” se las “piraba”

Su madre se llamaba Belén Rocafort y era licenciada en Bellas Artes pero al nacer Eusebio tuvo que dejar de trabajar en la galería de arte para dedicarse enteramente a su familia. Cuando hablaba con su amiga Águeda, mientras se tomaban un café en el salón como cada viernes siempre decía lo mismo.

-No me arrepiento de haber tenido a mis hijos pero ser la esclava de la casa está acabando conmigo. Ay si volviera a nacer, a mi me iban a pillar…

Eran casi las doce, todos habían salido y Eusebio se dedicaba a perseguir a su madre por toda la casa para que no se le olvidase lo aburrido que estaba.

- Mamá me aburro. Mama me aburro. Mama me a…

-¡Eusebio, por el amor de Dios, sal fuera a jugar o juro que te estrangulo! Y saca al gato, que está con el celo y como siga maullando no respondo de mí.

Pobre Bigotes. ¿Qué seria estar con el celo?

Fue al garaje  y cogió uno de los balones  de Rubén. Sabía que tenía prohibido usar la canasta pero era su madre la que le había echado de casa y para él fue suficiente motivo para saltarse las normas.

De repente se encontraba en el estadio de los Ángeles Lakers participando en el concurso de triples. El público rugía enfervorecido, estaba solo a dos puntos de alzarse con el trofeo, Si metía aquel triple sería el mejor tirador de triples de la NBA. Votó varias veces el balón y lo lanzó con todas sus fuerzas. ¡Crash! La moto de Rubén estaba tirada en el suelo y no tenía buen aspecto. Estaba seguro de que le mataría. Escondió la pelota y entró por la puerta del jardín vigilando que no le viera su madre. Si no había testigos no había culpable.

Eusebio, ves a lavarte las manos y ven a la cocina. Le estoy dando de comer a la niña y necesito que la vigiles un instante mientras bajo a la despensa a por los yogures de tu hermana –le ordenó su madre. Porque su madre no pedía, ni sugería, su madre ordenaba.

A veces su padre le decía que parecía un sargento chusquero. Eusebio no sabía lo que significaba pero le hacía mucha gracia.

Érika había sido la última incorporación de la familia. Era una niña rubia, regordeta y acababa de cumplir 9 meses.  A Eusebio todos los bebés le parecían igual pero Érika le gustaba. Él era su hermano mayor y algún día la protegería de todos los peligros.

Era raro que su madre le hubiera pedido que vigilase a Érika. Habían creado una barrera invisible alrededor de ella para que no se acercase. Su madre siempre le repetía que era una personita y no un juguete y que si se caía no se podía arreglar con pegamento.

De repente Eusebio empezó a notar un olor extraño. Se levantó de la silla y recorrió la cocina en busca de ese apestoso olor. Puaj, olía a lentejas podridas.  Se dejó llevar por su olfato y no tardó en darse cuenta que su hermanita se había “cagado” Se había convertido en un contenedor tóxico y tenía que tomar medidas inmediatamente.

Así que ni corto ni perezoso despejó la mesa de la cocina, cogió a la niña por debajo de los brazos y la posó con mucho cuidado sobre la mesa recordando que si se rompía no se podía arreglar con pegamento. Tomó  aire por la boca e intentó no respirar mientras se apresuraba a quitar el pañal a la niña.

 ¡Como una cosa tan pequeña puede cagar tanto! –exclamó

¿Dónde estaban los pañales? ¿Con que le limpio el culito? –Pensó preocupado

Sin soltar a la niña se acercó al fregadero y cogió el estropajo y el lavavajillas que utilizaba su madre para limpiar los platos. Echó un buen chorro del limpiador en el culito de Érika y retiró la caca con gran esmero. Se había quedado llena de espuma. ¿Cómo la aclararía? La volvió a coger de debajo de los bracitos, la metió en el fregadero y dio al grifo. En ese momento la niña se puso a llorar como si estuviera loca, gritaba sin parar y por más que le pedía que se callase ella seguía berreando y berreando. Si su madre venia y le veía con la niña en brazos el castigo sería mayúsculo.

Ya voy cariño, cálmate Érika, ahora mismo te da mamá el yogurt de fres…

-¡Por el amor de Dios! ¿Pero Eusebio que estás haciendo? Yo te mato, yo te mato, suelta a tu hermana inmediatamente y vete... ¡Aaaaaahhhh!

Eusebio había dejado el pañal en el suelo su madre lo había pisado resbalándose con él. El pañal salió disparado hacia el techo y allí se quedó justo unos segundos antes de caer en la cara de su madre.

Dejó a su hermanita dentro del fregadero y salió corriendo por la puerta principal, cogió la bicicleta y dio pedales como alma que lleva el diablo. Cuando agotado paró la bici y se sentó junto a los recreativos se sentía muy contrariado. No entendía a los mayores. Mamá le había dicho que saliera de casa y por un terrible accidente, que nada tenía que ver con él, la moto de Rubén se había caído. Total el raspón apenas se notaba y poniéndole una pegatina de Gormiti ni se vería.  Mamá le había dejado al cuidado de la niña y él solo se había limitado a limpiar a su hermanita para ahorrarle el trabajo a mamá y que ésta se sintiera orgullosa de él. 

Dejó la bici apoyada en la pared, rebuscó en los bolsillos y con gran alegría comprobó que tenía 4 euros. Al menos podría estar distraído matando malos durante un buen rato.

Al entrar se dio de bruces con su hermana – ¿Qué haces aquí mocoso? ¿Lo sabe mamá? y salió por la puerta riéndose de él con esa risa de morsa que tanto odiaba. Iba acompañada por la otra morsa, su amiguísima Eva. Al girarse para mirar a su hermana con desprecio se percató que a ésta se le había caído el móvil. Estuvo en un tris de llamarla y decírselo pero su padre le había prohibido coger el móvil de su hermana no fuera a conectarse a Internet y luego viniera una factura que le provocase un infarto. Pero le resultó demasiado tentador.

Se puso a rebuscar a ver si había algún juego que mereciera la pena porque desde que su madre le había confiscado la Psp no podía jugar con sus videojuegos. Al no encontrar ninguno entró en los mensajes. Fisgonear estaba mal, pero nadie se iba a enterar. Empezó a leer

 Peña: Eva tía kreo ke oy mea mirado.stoy suprcontnta.

Eva: Si le molas. Kiers ke teconsiga l num de mvl?

Peña: M arias s favor?

Eva:  Lo intntar cogr d la agnda de mi ermano Isra

Eva: 666407171

Peña: Merci. Le kiero mandar un msm xo no se si m atreveré

¿Pero en qué idioma hablablan estas piradas? –Exclamó Eusebio . Le enviaría un mensaje ¡Si señor!. Si hacia una buena acción la regañina por los anteriores “deslices” sería más pequeña.

“Querido Juanjo. Desde hace mucho tiempo estoy enamorada de ti… “ No sabía cómo seguir. Recordó las conversaciones que Peña tenía con su amiga y las palabras que usaban refiriéndose a aquel chico.

“Juanjo. Estoy coladita por tus huesos. Me gustaría tocar ese culito prieto y meterte la lengua en la boca. (¡Qué asco!) Podríamos quedar para tomar algo y ver qué pasa. Tu amante secreta. Peña” y pulsó el botón enviar.

Seguro que eran buenas noticas. Su hermana estaría tan agradecida de haberle ayudado que dejaría de llamarle mocoso, seguro.

“Tía tú estás loca. No me gustas nada. Tengo 20 años y tú eres una mocosa. Yo no salgo con niñas sino con mujeres de verdad. No sé quién te ha dado mi número pero espero que no me vuelvas a mandar más mensajes o tendré que hablar con tus padres” Esta no era la respuesta que esperaba Eusebio. No tenía buena pinta.

Mocoso has visto mi móvil – le preguntó Peña que había vuelto sobre sus pasos cuando se dio cuenta de que no llevaba su adorado teléfono encima.

Eusebio se había quedado paralizado al ver a su hermana y no le dio tiempo a esconderlo.

Pero si lo tienes tú. Trae aquí mocoso. Espero que no hayas metido las narices donde no te llaman –le dijo su hermana. Diez segundos después escuchó los alaridos de Peña . Venía corriendo  hacia él. ¡Te matooooooooo!

Y por segunda ver en el día cogió su bici y salió como alma que lleva el diablo.

Las tripas le rugían. Eran las seis y tenía hambre. ¿Se le habría pasado el cabreo a su madre?

Se dirigió a casa y tiró la bici delante de la puerta del garaje.

Antes de llamar al timbre su madre abrió la puerta con cara de muy pocos amigos.

Tenían visita. La tía Noris había venido con su prima Manuela.

Su madre y su tía tomaban un café y unas pastas. Érika dormía plácidamente en su hamaca y su prima Manuela le miraba desde detrás de sus enormes gafas. No aguantaba a esa niña.

Siempre quería jugar con él. ¿Es que nadie se había dado cuenta de que las niñas no le gustaban nada? Eran tan… niñas.  Siempre peinando a sus muñecas, jugando a las cocinitas, o cuchicheando entre ellas. Definitivamente había llegado a la conclusión de que no le gustaban nada de nada. 

Cuando su padre le oía decir esto siempre se reía y le decía que dentro de unos años iría persiguiendo faldas. ¿Perseguir faldas? ¡Pero si eso era ropa de niña! A veces no entendía a su padre…

Mamá voy a la cocina a hacerme un bocadillo de nocilla – le dijo a su madre

De eso nada – contestó  su madre levantándose de un salto. Quédate aquí con tu tía y tu prima mientras yo te lo preparo no sea que te vayas a cortar un dedo y tengamos que salir corriendo a urgencias. Ya somos suficientemente conocidos allí. Con dos partes de urgencia más nos darán el carnet Vip.

Su madre traía en la bandeja un enorme bocadillo de nocilla y un vaso de leche. ¡Qué rico!

Dio cuenta de él en tres enormes bocados y se bebió el vaso de leche de un solo trago.

Anda Eusebio, sube con tu prima a tu habitación a jugar un rato, que la tía Noris y yo tenemos que hablar de cosas de mayores – Le dijo su madre.

Lo que le faltaba. Mientras subía pesaroso las escaleras que llevaban hacia el piso de arriba no dejaba de pensar en su mala suerte.

¿Y a que iba a jugar con la repipi esta? Con sus juguetes no, ni hablar. Él no dejaba tocar sus tesoros a nadie.

¿A pintar? ¡Por favor! Que el ya tenía 10 años y eso era cosa de bebés.

Entonces se le ocurrió una cosa. Nunca le había gustado el pelo de su prima. Tenía la cabeza llena de rizos y su tía siempre le hacía dos coletas que parecían dos coles de Bruselas.

 La cogió de la manita, la llevó hasta el cuarto de baño y le dijo que iban a jugar a los peluqueros. La niña se puso tan contenta que le dio un beso. ¡Puaj! La sentó en la banqueta y rebuscó entre los cajones hasta dar con las tijeras. ¿Qué peinado le podría hacer?

Ni corto ni perezoso enganchó una de las coletas y de un certero tijeretazo, ¡zas!, se la cortó. Repitió la operación con la otra coleta. Sin embargo algo no encajaba. Ahora la cabecita de su prima parecía una escarola. ¿Y si le pasaba el cortapelos eléctrico? Sí, esa sería la mejor solución.

Manoli quedaría tan guapa que su madre y su tía solo podrían agradecérselo.

Diez minutos después el pelo de su prima yacía sobre sus pies y sobre el suelo del baño. Realmente le gustaba. Pensó que de mayor podría ser peluquero. Se le daba bastante bien.

Ya hemos terminado señorita –le dijo, mientras le alzaba hasta el espejo para que se viera.

La primera reacción de Manoli fue hacer pucheros, luego ponerse a llorar hasta que terminó dando alaridos. ¡Qué manía tenia las niñas de gritar!

Su madre y su tía al escuchar tal escándalo subieron rápidamente.  Su madre, como siempre se temía lo peor. ¿Qué habrá hecho esta vez? Se repetía una y otra vez.

Al ver a Manoli la tía Noris se desmayó. Como pudo esquivó a su madre que se dirigía hacia él con la mano abierta y saltando los escalones de tres en tres salió de su casa.

Esta vez no cogió la bicicleta. Salió disparado calle abajo. Vio el coche de su padre enfilar la calle camino de casa. Se escondió para que éste no le viera.

Las noticias volaban y seguro que su padre ya sabía todo lo que había pasado durante el día. A veces pensaba que su padre era medio brujo y le vigilaba a través de una bola de cristal.

¡Crash!

¡Oh no! Había dejado la bici delante de la puerta del garaje. ¿Cuántas veces le había repetido su padre que no costaba nada meter la bicicleta dentro? Rezaba y rezaba para que la bicicleta estuviera bien y para que el coche que su padre se había comprado hacía varios meses y que idolatraba más que a sus hijos no hubiera sufrido demasiados daños.

No podía regresar a casa…

Había cogido sin permiso el balón de Rubén y le había dado a su moto, por supuesto, sin querer y ésta se había rayado.

Estaba seguro que su hermana le estrangularía por haber echado a perder su vida sentimental.

Dios no quisiera que  le hubiese pasado nada al coche de su padre o se iba derechito a un internado.

 Y qué decir de su madre. Ya la veía con los cuernos, el rabo y el tridente, roja de ira esperándolo para mandarlo al infierno.  Y él no quería ir al infierno. El padre Lucio decía que el infierno era el peor  de los castigos. Qué allí las almas estaban condenadas al sufrimiento eterno. No tenía ni idea de lo que el padre Lucio quería decir pero cuando le veía levantar el dedo señalando al cielo,  le daba mucho miedo. 

Estuvo andando sin rumbo fijo hasta que llegó a un parque donde recordaba haber estado con sus padres.  Se recostó en uno de los bancos y se quedó dormido.

Una luz le enfocaba a los ojos. Una mano grande y peluda le zarandeaba. Quería gritar pero se había quedado mudo de miedo.

Dos extraterrestres vestidos de verde y con la cabeza triangular venían a llevárselo.  Cerró los ojos con fuerza con la esperanza de que desaparecieran.

Chaval, chaval, ¿eres Eusebio Rocasolano Peñafort? –Le preguntó el guardia civil.

Entreabrió un ojo y se dio cuenta de que no eran ningunos extraterrestres sino una pareja de la guardia civil.

Sí, señor - Respondió

Sus padres, preocupados al ver que pasaban las doce y no había regresado a casa habían llamado a la guardia civil para notificar su desaparición.

No sabes la que has armado chaval – le dijo el guardia civil. Tu familia lleva buscándote toda la noche.

El guardia civil le acompañó hasta el coche y le metió detrás. ¿Le pondrían las esposas? ¿Estaría detenido? ¿Dormiría hoy en el calabozo? Pero pese a todas esas incógnitas estaba subido en el coche de la guardia civil y cuando vinieran sus amigos y se lo contara sería la envidia de todos, seguro.

Señor guardia, ¿puede poner la sirena? –preguntó Eusebio

Hijo, es mejor que estés calladito – Le recriminó el guardia

¡Ding, dong! La puerta se abrió precipitadamente

Aquí tienen a Eusebio, le hemos encontrado en el parque de El Retiro durmiendo en un banco - explicó el guardia.

Toda su familia salió a su encuentro. Su madre le abrazaba y le llenaba de besos. Su padre se mantenía callado pero sonreía y algo inusual sucedió. Su hermano le revolvió el pelo guiñándole un ojo. Peña se había unido a su madre en ese amasijo de besos y abrazos.

Eusebio sabía que tanta demostración de cariño no duraría mucho…

A fin de cuentas, su primer día de vacaciones no había estado tan mal.

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