Si alguien lo viera por las noches deambulando con sus mismas ropas con que dormía, juraría que se trataba de un vampiro. Usaba esas capas negras, que no eran mas que el color de su frazada; un sombrero negro y lentes oscuros; un cigarro marca caribe en los labios y una sonrisa que cuando alguien le observaba el rostro ante la luz de un foco tenía que bajar la mirada por el brillo dorado de casi la totalidad de sus dientes enchapados en oro. Era todo un Gog, pero no era millonario ni gustaba conocer gente culta e importante. Todo lo contrario, no deseaba conocer a nadie, más bien gustaba existir desde su cuarto durante el día y salir a media noche al mismo viejo y terrible café para, en el camino, respirar el aire de la noche y encontrarse con gente suburbana, tal como él. Sus conocidos le llamaban “El Chango”, y era un chango de esos que solo sonreían a quien le cayera en gracias, aunque luego escupía al suelo en donde este caminaba, jurando verlo en sus sueños quemado así como sus cigarros marca caribe. Era extraño para cualquiera menos para mí que lo conocía de vista porque me asustaba su apestosa presencia. Ya el bicho en su cuarto, y con su apestoso y viejo tazón lleno de café, prendía la tele y, con su cigarro encendido en los labios, la absorbía las imágenes con los ojos. Al mismo tiempo, encendía la radio para escuchar a Metálica, su banda favorita, y a todo volumen, para escuchar a carta cabal, llenando sus oídos de sonidos delirantes. Era tan especial verle contornearse como un guitarrista de banda ante su conjunto favorito, que muchas veces tenía que tocarle su puerta para que nos dejara dormir a mí y a todos los vecinos del edificio donde vivíamos con él. Pero este continuaba con sus gritos y movimientos como si nadie existiera, él era así. Luego de haber sudado alrededor de dos horas, producto de su demencial pasión, se detenía, continuaba fumando y apagaba el radio para concentrarse en la tele cuando aparecía la Sharapova. En ese instante, con su cigarro a punto de apagarse, cogía su cámara fotográfica y tomaba fotos a su tenista favorita. Era su amante escondido. Soñaba con ella. Quería ser masajista de ella, para contemplar su cuerpo sudoroso, rosado; para frotarla con fino aceite; y luego, pedirle como un esclavo que extienda sus pies para quitarle sus blancas zapatillas, quitarle sus medias, llenas de sudor y barro, para quedarse en un singular umbral del paraíso que eran esos rosados piesecitos de la Sharapova. Se los tocaba, los bañaba con agua y sal, champú, los besaba, los libaba, y luego, le cortaba sus callos que no los botaba, mas bien los guardaba en una cajita de oro, así como sus dientes. Era la diosa de sus ojos. Cuando era expulsado de sus alucinaciones, se tiraba en su cama, cogía una botella de cerveza y se la tomaba hasta la última gota, y luego, y no siempre, cogía una libreta de tapa dorada y escribía versos, muchos versos dirigidos a su extraño amor: la Sharapova. Versos bellos, luminosos como los largos cabellos de la famosa tenista, como estos que pude extraerlos gracias a un descuido que tuvo una noche en que salió a la calle, olvidándose de cerrar su cuarto con seguro. Pudiendo entrar en su espacio, y ver sobre su cama unos papeluchos escritos, eran versos, extraños versos que decían algo así:
"Mis dedos son feos
hechos de andanzas largas y negras como los callos
Hubo en mi noches sin estrellas
mientras la tenista,
la bella,
saltaba en su campo de cristal...
de un lado hacia otro,
con el vuelo de una estrella..
en los días en que ganaba o perdía
dejando sus piernas
sudosas y llenas de dolor
a punto de reventar
este vil instante
en que suelo decir
que mi estrella yace agotada
como unicornio en el paraíso…
Y sus ojos azules
brillando en dos universos
con estrellas en sus dientes
durante esta noche y este día
en que miro una tele...
al compás de metálica"
Me reí de su singular locura y me fui de su cuarto hasta entrar en el mío pues podía aparecer este tipo y allí sí que todo se hacía una trifulca como el ruido que llegaba a mi cuarto en medio de la noche cuando El Chango escuchaba a Metálica, mirando la tele y deseaba los pies de la Sharapova...
San isidro, julio de 2006