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K.K.K.

Arma, carga y dispara...

Hot Springs(Arkansas), 1958.
De repente uno de los ayudantes del sheriff tuvo que dejar el pueblo para ocuparse del rancho que su difunta madre le acababa de dejar en la vecina Oklahoma. Para sustituirle, los peces gordos de Little Rock mandaron a un oficial que, aunque joven, no estaba falto de experiencia.


Eran las cuatro y quince minutos de la tarde, y el sol sureño brillaba en medio de un cielo azul como pocas veces se había visto. En la casa que el anterior ayudante había puesto en venta antes de marcharse, el recién llegado dormía como un bebé. Hacía rato que había llegado del ayuntamiento, donde se había reunido con el alcalde después de haber conocido a sus nuevos compañeros, y estaba agotado.
A las seis y media se levantó para ir a trabajar. Tenía turno hasta la una de la madrugada.
Se vistió, se lavó la cara un poco y salió de la casa.

Vestido con un bonito uniforme marrón y negro, una elegante gorra y una placa reluciente en el pecho, el oficial condujo su coche patrulla por las calles del pueblo, observando a la gente, los edificios, ..... Cuando hubo recorrido varias veces el trazado urbano, decidió visitar las afueras.
Poco a poco, el día fue dejando sitio a la noche, mientras el blanco automóvil se deslizaba por las carreteras. Ya era de noche cuando llegó a un bosque que lindaba con el pueblo por el sur.
Los árboles, con sus delgados troncos, parecían las estacas que en otro tiempo utilizara Vlad Tepes para empalar a sus víctimas. De pronto vio una luz anaranjada al otro lado del bosque.
Ésta fue poco a poco tomando color y forma, hasta que pudo verse realmente qué era. Era una cruz, la cruz de Jesucristo envuelta en llamas. Y había gente junto a ella.
El policía detuvo el coche y bajándose, se encaminó hacia la cruz. Pudo ver que las personas que contemplaban aquel diabólico espectáculo eran cuatro, un matrimonio y sus pequeños, niño y niña, y que eran negros. Su casa estaba a la derecha, a unos quince metros.
Se acercó a la mujer, que estaba de rodillas y llorando amargamente, y tras observarla durante un instante, miró al esposo.

- Que los niños se metan en casa, y usted, no se quede ahí, vaya a por agua para apagar esto.

Los tres fueron a la casa y al rato apareció el hombre con un par de cubos de agua. Dio uno al agente y se pusieron manos a la obra. Cuando estuvo apagado, éste cogió la cruz por la base y arrastrándola la llevó al comienzo del bosque.

Al volver dijo:

- Vuelvan a casa, y cierren la puerta con llave. Tengan más cuidado a partir de ahora, y no se fíen de ningún blanco.

Después echó a andar hacia el coche.


- ¿Te ocurre algo, hijo?, tienes mala cara-le dijo el sheriff en comisaría.

- El Ku-Klux-Klan ha vuelto a actuar.

Después, medio riéndose de indignación añadió:

- ¿Por qué la gente se empeña en odiar, en tratar como a ratas a aquéllos que no son como ella?.....¿Por qué esos cobardes siguen empeñados en que los negros no son americanos y ni tan siquiera personas?¡La esclavitud acabó hace casi cien años!.....

- En esta vida hay cosas terribles, hijo, pero no podemos hacer nada para evitarlas. Sólo mirar para otro lado. Olvida el Klan, como si no existiera, no quiero problemas con esa gente...

El muchacho le miró aterrado:

- ¿Que lo olvide?, ¿que deje que siga matando, torturando, amenazando...? Me es igual quiénes sean, o lo peligrosos que puedan llegar a ser. Están faltando a la ley, y no sólo a ella, sino también a los valores morales básicos sobre los que fue construida esta nación. Yo soy policía, y como tal hice un juramento: defender la ley y proteger a los necesitados y a los que sufren injusticias.

Dicho esto, salió de la habitación en dirección al vestuario.
Cinco minutos después regresó.

- He dicho que no quiero problemas con nadie. Olvida lo que ha pasado. Es fácil. El Klan no existe. No existe.

- Ya veo por qué el racismo y el odio siguen latentes. Porque sus raíces llegan hasta lo más profundo de la sociedad, y hasta que no se limpie ésta, no desaparecerán. Yo no me voy a quedar con los brazos cruzados.

El sheriff parecía cada vez más nervioso.

- Si sales por esa puerta, ahora mismo llamo a Little Rock para que me manden a otro agente. Y lo que diría de ti no iba a ser muy agradable.

De pronto, el joven le hizo una pregunta:

- Sheriff, ¿es que acaso usted pertenece al Klan?.
Desenfundó su revólver y le apuntó.

- Nn....no, yo no soy uno de ellos, te equivocas.-Estaba muy nervioso.- Deja la pistola ahora mismo..... Esto te va a costar muy caro. Mañana te largas.

- Está bien, sheriff, usted gana.....-dijo él mientras bajaba el cañón-...olvidaré el Klan. Lo olvidaré por completo, y también olvidaré esta conversación y lo que he visto durante la patrulla. Pero no me eche.

Hubo unos instantes de silencio.

- No te echo muchacho, pero como vuelvas ni tan siquiera a mencionar al Klan, yo mismo te arrastraré hasta Little Rock. ¿Entendido?...

Él asintió con la cabeza y se marchó.
Ahora una sola idea poblaba su mente: guerra secreta.

Cuando llegó a la casa, el teléfono estaba sonando.
Al otro lado del hilo oyó una voz cavernosa:

- Si sigues metiendo las narices donde no te llaman te acabarás quedando sin ellas.....

- Una llamada de los capuchones-pensó después de colgar- El sheriff no ha tardado mucho en avisarles.

Se sentó en el sofá y encendió el televisor. Unos minutos después se quedó dormido.


El motor de un coche corriendo a gran velocidad le despertó de repente. Estaba mirando algo alelado a la ventana cuando por ésta entró una piedra considerablemente grande. Llevaba un papel pegado.
"Deja en paz al Klan, amigo de los Jim Crows"

Después de tirar el papel y la piedra al jardín, miró su reloj. Sólo había pasado media hora desde que se durmiera.
Apagó el televisor y poniéndose una cazadora se marchó.
Al llegar a la comisaría, vio al gordo sheriff recostado en su silla de escritorio.
Mientras le apuntaba con su revólver, el oficial dijo algo. Después apretó el gatillo.
Con precaución, metió el cadáver en el coche patrulla y lo llevó al bosque. En su mente se repetía una y otra vez la palabra que había dicho antes de matarlo.....traidor.

Al día siguiente, se comportó como si no hubiera pasado nada. Ante las preguntas de sus compañeros de dónde estaba el sheriff, alegó que éste había llamado temprano para decir que estaba enfermo y que no podía moverse de la cama.
Por la tarde, salió a patrullar como la víspera. Hacia las doce y media de la noche, cuando rodeaba una zona abierta de campo rodeada de bosques, vio algo que le paralizó el corazón. Allí, sobre la hierba, picos en alto, faldones cubriendo los pies, los capuchones de Hot Springs estaban celebrando una reunión.
Bajó del coche y yendo al maletero, sacó dos rifles, el que le permitía el reglamento, y otro que cogió del arsenal después de liquidar al sheriff.
Entonces echó a andar hacia ellos.
Paso a paso, fue acercándose a sus despreciables enemigos, y cuando creyó que ya no era prudente acercarse más, les dio el alto. Como alma que lleva el Diablo, los encapuchados echaron a correr en todas direcciones. Él volvió a dar el alto, pero lo hacía por humanismo, pues sabía que no harían caso alguno. Entonces comenzó a disparar.
Al cabo de un rato, cesaron los disparos. De veintiún encapuchados que había en la reunión, habían caído dieciséis. Uno por uno, les fue quitando la máscara para saber quiénes eran. Cuando llegó al último, al jefe, el de la sábana roja, sintió un intenso escalofrío.....¡era el alcalde!.
Un pensamiento le vino a la cabeza. Los que habían quedado pedirían ayuda, y luego irían a por él con una furia brutal, sobre todo después de haber matado al jefe. No podría hacerles frente, estaba solo, sin aliados. Y tampoco podía huir, pues si se marchaba esos salvajes descargarían su rabia contra los negros.
¿Qué podía hacer entonces?.....matar al mayor número posible de hijos de Satanás antes de que se le echaran encima.
Volvió al pueblo.

En la plaza mayor, inmóvil bajo una lluvia que empezaba a empapar la tierra, solo con sus armas, gritó a la noche.

- ¡¿Dónde estáis cabrones encapuchados?!¡Venid a por mííííí!!!.

Poco a poco, los racistas blancos de Hot Springs fueron llegando a la plaza. Como un soldado aliado que en su soledad rechaza desesperadamente las hordas de S.S. hasta que vengan a rescatarlo, así defendió el muchacho su posición. Sus adversarios caían como moscas, aunque poco a poco iban formando un cerco en torno suyo. De pronto, tras media hora de heroica lucha, su rifle emitió un leve click. Sin balas, y era el segundo.
Cogió la pistola y miró el tambor. Quedaba una bala. Mientras gritaba lleno de furia y valor, se colocó el arma en la sien y apretó el gatillo. Después de una fuerte detonación, su cuerpo, ya sin vida, cayó a la hierba empapada.

Sus enemigos creyeron que habían vencido, que el Ku-Klux-Klan había salido de nuevo victorioso en su cruzada por imponer en América la raza verdadera, pero lo que no sabían era que, la moral de aquel muchacho, sus ideales y su gentileza, iban a significar, en el olvido o en el recuerdo, un paso más hacia la victoria de las buenas personas, hacia la reconquista del mundo por los gentiles y los honestos.
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
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