Hacía un frío húmedo en el bosque. Una niebla baja y densa cubría los árboles, haciendo imposible ver con claridad más de diez metros.
Jack, vestido con gabardina, caminaba lentamente por el sendero, con pasos de plomo. Tenía sus sentidos alerta. Cada pisada que daba, se decía él, era un paso menos para encontrarse con el fin del calvario. A pesar del frío, el diminuto paquete que llevaba en el bolsillo interior de la gabardina parecía que le quemaba como la brasa extraída de una hoguera.
Esperaba que aquello saliera bien. El riesgo merecía la pena. Aunque significara traicionar a su país, Jack tenía un vago sentimiento de despecho hacia lo que dejaba atrás. De aquel pequeño paquete dependía que se volviera a restablecer el equilibrio de fuerzas, una vez que estuviera en manos del agente que debía esperarle en el bosque.
Qué importaban sentimientos como la gratitud o la fidelidad. Jack ni siquiera lo hacía por conciencia, sino por asegurarse un porvenir cómodo en aquel país del que su gobierno a Jack le había enseñado que era poco menos que el demonio.
Después de haber robado el microfilm con los últimos diseños de armas secretas, Jack sólo esperaba encontrarse con el agente. Dos minutos después de llegar al punto de reunión convenido, Jack vio le vio; era bajo y de constitución corpulenta, vestido con jersey, pantalones de pana y botas. Cuando se intercambiaron la contraseña acordada, Jack advirtió de que hablaba sin acento extranjero.
-¿Lo ha traído?- preguntó el agente.
Jack asintió. Metió la mano en el bolsillo interior y extrajo el envoltorio de papel de estraza. El contacto se lo quitó de la mano, sin esperar a que se lo entregara.
-Espero que cumpla su parte del trato- le espetó Jack, notando que le empezaba a sudar la frente.
-¿Mi parte?- preguntó el agente, sonriendo.
Una sustanciosa transferencia a una cuenta bancaria de Suiza, pensó Jack. Dinero suficiente para vivir sin trabajar el resto de su vida. Y una nueva identidad en aquel país lejano y hostil.
-Ah… claro…- dijo el contacto, esbozando una sonrisa burlona- No se preocupe.
Antes de que Jack pudiera pronunciar palabra para reclamar el pago a su traición, vio como su interlocutor le apuntaba con una pequeña pistola con silenciador y le disparaba tres tiros en el pecho. Jack cayó al suelo fulminado. Con la misma rapidez con la que la sacó, el contacto volvió a guardarse la pistola metiéndosela en la cintura.
Y mientras el contacto se alejaba entre una par de risotadas, Jack tuvo tiempo de pensar en los pocos segundos que le quedaban de vida. Me lo merezco, pensaba con los pulmones inundados de sangre. Me lo merezco.
Creyó que sería premiado por traicionar a los suyos. De no haberlo hecho tendría menos pero con orgullo y respetado. Al final se dio cuenta y admitió su de su error.