Dedicado a la Señora Mercedes de Sampayo, una de mis más consecuentes consejeras.

Nira era una niña que a través de sus ojos aprendió a interpretar las cosas pocos visibles de la vida. Sus ojos eran dos grandes ventanales que siempre estaban abiertos para captar las impresiones visuales y enviar sus imágenes al cerebro, no sólo para convertirlas en sensaciones visuales, cómo hace la gente normalmente, sino también que aquella niña convertía esas sensaciones visuales en trazos imaginarios que dibujaban su vida y orientaban su futuro.
- Nira que tantos miras la luna?, le decía su mamá cuándo la veía absorta contemplando el cielo en aquellas noches estrelladas.
- No estoy viendo la luna mamá, contestaba ella, estoy contando cuántos luceros la acompañan esta noche.
La infancia de Nira transcurrió al margen de aquella pregunta que estaba tan acostumbrada a escuchar:”Que miras, Nira?” a la cual ella siempre le tenía ingeniosas y curiosas respuestas que causaban asombro y admiración.
Luego llegó su adolescencia y Nira continuaba con sus ojos brillantes, llenando de resplandor cada objeto que miraba y emanando reflejos de colores que cortaban la tristeza y apagaban el llanto, como un pequeño arco iris que anunciaba el final de la lluvia.
- Nira, que tanto me miras?, le decía su novio un tanto nervioso
- Te miro para ver el mundo, porque tu eres mi mundo, pues sólo con verte me conformo.
Los años seguían pasando y Nira se convirtió en madre, siempre agudizando su mirada para interpretar a través de ella los potenciales peligros que acechaban su familia.
- Porqué miras tanto mi pantalón, mamá?, le dijo una vez su hijo mayor.
- Estoy viendo que ya te queda demasiado corto, y ya es hora de comprarte otro , has crecido tan aprisa que casi ni me he dado cuenta.

Y así cada día una nueva pregunta:
- Porqué me miras tanto mamá?, le decía su hija menor
- Estoy sacando la cuenta de cuantos rasgos heredaste de tu papá, verte a ti es como verlo a él, porqué eres la semilla que germinó en el terreno húmedo de un amor añejado.
Los años seguían pasando, y Nira se convirtió en abuela, y así como se ramificaba el árbol genealógico de la anciana, así mismo crecían la cantidad de preguntas que recibía:

- Porqué miras tanto mi falda abuelita?, le preguntaba una de sus tantas nietas
- Veo que se está descosiendo en el dobladillo, cuándo llegues de la escuela me la traes para arreglar su costura, y así mañana podrás ir a la escuela bien arregladita.

Nira una vez llegó a pensar que sus ojos eran su vida, pero los años se encargaron de demostrarle que se había equivocado. Una penosa enfermedad hizo estragos en sus ojos y Nira había perdido totalmente la visión, y aquellas ventanas que siempre estuvieron abiertas a la vida, habían bajado súbitamente sus persianas, dejando a Nira sumida en la más profunda oscuridad.

De pronto, todo se volvió luz y la vida de aquella anciana se llenó de resplandores intensos y hermosos cómo que ella jamás pudo imaginar; sus ojos cansados de ver todo afuera, comenzaron a ver para adentro. Ya nadie le preguntaba a Nira ¿Qué estás mirando?, Cuando la veían absorta y ensimismada; pero ella seguía recogiendo impresiones visuales, ya no para ver el mundo, sino para ver los más profundo de los corazones y los destellos de sentimientos de todos aquellos que una vez tuvieron la dicha de conocerla.