Raúl era un niño de siete años, juguetón y travieso igual que todos los niños. Por las tardes al llegar de la escuela Raúl jugaba con sus amiguitos. En ciertas ocasiones Raúl y sus amiguitos contemplaban como el alto cielo se colmaba de volantines de múltiples colores que danzaban de un lado a otro mecidos por la fuerza del viento, el cual a su vez transportaban los gritos de algarabía de los jóvenes y niños, dueños de esos volantines que a cierta distancia movían sus brazos armónicamente para lograr de los volantines el movimiento deseado.
Una de primavera cuando los árboles estaban florecidos y radiantes de felicidad, Raúl, cansado ya de tanto contemplar volantines, se imaginó dueño de alguno de ellos y soñaba con el día en que él con su carrete en las manos, encaramado en el cerro, con los cabellos despeinados por el viento también podría elevar su propio volantín. Esa tarde al regresar a su casa, Raúl con sus ojos brillantes de emoción y con su voz decidida pidió a su papá que le construyeran un volantín como el que había visto tantas veces cuando jugaba con sus amiguitos y cuando venía del mercado.
De manera pues que Raúl y su papá planearon aquella noche cuando construir el volantín; un volantín de color anaranjado, que muy pronto saldría a volar por el cielo.
Al día siguiente Raúl cuando iba a la escuela decidió sacrificar el dinero que su madre le había dado para el recreo y en vez de desayunar se compró un pliego de papel, y en la hora de salida cuando venía camino a su casa cortó un trozo de una palma de coco, la cual servía de adorno en las puertas y ventanas de un establecimiento comercial cerca de la escuela. Al llegar a su casa pidió a su mamá el carrete de hilaza que había sobrado en diciembre cuando su hermano Renato amarró las hallacas.
Al llegar su papá, Raúl le mostró orgulloso el pliego de papel, el trozo de palma, la hilaza y la pega blanca de su lista de útiles que le habían comprado para las manualidades. Y fue así como aquella misma tarde el amoroso padre y el curioso niño dieron vida al anaranjado volantín que Raúl tanto tiempo había soñado.
Una vez construido el volantín. Su papá le prometió que el día siguiente irían por la tarde juntos al parque para elevar el nuevo volantín. Y así fue, Raúl con el volantín en sus manos y su papá con una sonrisa en los labios lanzaron al viento aquella obra de artesanía orgullo de ambos. Y esa misma tarde mientras se divertían, de pronto una fuerte brisa soplaba por los cuatros lados del parque y el volantín de Raúl no pudo mantener su vuelo y se escapó para siempre de las manos del niño. Su papá al verlo tan triste le contó que su volantín anaranjado se había escondido detrás de las estrellas, y que quizás en esos momentos estaría encima de ellos.
Desde ese día nuestro amigo Raúl, se mantuvo pensativo, y en las claras noches de luna salía al patio de su casa a contemplar una a una las estrellas para ver si algún día podía descubrir en cual de ellas se escondía su anaranjado volantín.