La luz del sol entraba a través de los cristales del ventanal dándole un aspecto irreal al jarrón con lilas que había sobre el escritorio.
Julio abrió en ventanal y una ardiente bocanada de aire volcó el jarrón. El agua se derramó sobre el escritorio y un lento hilillo fue cayendo sobre la alfombra formando una mancha que parecía un signo de interrogación.
-¿Qué quieres saber?- le preguntó Julio a la alfombra agachándose para palpar la mancha húmeda.
Desde que Luisa lo había abandonado sus diálogos con los muebles, las lámparas o cualquier otro objeto eran su único desahogo. Llevaba días sin salir a la calle. No sabía cuanto tiempo había pasado, el teléfono estaba desconectado, la televisión y la radio apagadas y su aspecto y el de la casa eran desastrosos. Se sentía débil, tampoco sabía cuanto tiempo llevaba sin comer, sin dormir, veía los verdes ojos de Luisa por todas partes.
Fue al cuarto de baño decidido a enfrentarse a aquellos ojos que le miraban desde el espejo. Para su sorpresa no estaban allí, en el cristal vió una imagen que le hizo llorar de rabia. Lloró apoyado en el lavabo y con las lágrimas fueron saliendo el rencor y el dolor que había acumulado.
Entonces comprendió que ya no la idealizaba, también ella había sucumbido a la tentación.
Volvió al salón y quitó las fotos de Luisa de los portaretratos. El cántico de las tijeras fue como un bálsamo mientras la cara, el cuerpo, las piernas de Luisa caían a trocitos al suelo.