El Santo estaba delante mío. Lo reconocí por sus gestos que, si bien humanos, tendían a metamorfosearse hasta alcanzar la divinidad. Y mientras su alma, pacífica, me miraba con dulzura; atiné a formularle tres preguntas:
¿Quién eres?, ¿De dónde vienes? y ¿Adónde vas?
Aun no lo sé - Fue su única respuesta.
Colmado por la admiración le expresé que pretendía ser como él.
¡Si siempre lo has sido! - Me contestó impertérrito sin que yo
pudiera entenderlo - Será mejor que cambies el verbo entender por el verbo amar, pero hazlo desde el fondo de tu corazón. Sólo así sabrás que éstos son sinónimos - me dijo con mirada profunda.
¿Pero cómo podría hacerlo? - Le pregunté anonadado.
¡Humillándote hasta hacerte Uno con la sencillez! - Fue su
última respuesta, dejándome la miel de su voz.
Cerré mis ojos y mi alma comenzó a recogerse hasta llegar al mismo fondo de mi ser. Allí donde las medidas desaparecen, donde están todas las respuestas y no queda pregunta alguna. Allí donde ya no interesa ser Santo porque «eres quien eres»...
Cuando terminé de hacer mis reflexiones, supe que dentro mío habían desaparecido todas mis metas y ambiciones. Abrí los ojos, levanté la cabeza y entonces pude ver que el Santo había desaparecido...