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En la tienda del pueblo, ante el asombro de la dependienta, compró algunos libros sobre la historia de Irlanda, las artes de pesca, la segunda guerra mundial, un tratado de psiquiatría de un tal Sigmund Freud, una par de novelas inglesas. Varios de estos libros llevaban años en la tienda sin que nadie se hubiera interesado por ellos.
Devoró todos los libros; le encantaron. Aprendió a cocinar… El dolor de cabeza le seguía acompañando cada noche, pero se le pasaba por la mañana.
Pasaron semanas, meses; Jerry se había convertido en una de las personas más influyentes de pueblo, sabía de casi todo, daba consejos. Nadie se explicaba el cambio. Tampoco Jerry.
La segunda pirámide.
Una noche del mes de Agosto, en el pub O´Flaherty´s, en una de las baldas que, a modo de pequeño museo, estaba repleta de objetos típicos de la vida irlandesa, así como banderines de equipos de futbol y antiguos artilugios pesqueros, Jerry vio algo que no había visto nunca allí: Una pirámide plateada brillante. Era exactamente igual que la que había encontrado tres meses atrás en Clochan, pero más grande. Mediría unos doce centímetros de altura (frente a los seis que medía la primera pirámide).
Se acercó. El pub estaba lleno, pero parecía que nadie había reparado en el objeto brillante. Sin dudarlo, cogió la pirámide y la colocó disimuladamente bajo el banco en el que estaba sentado. No le cabía en los bolsillos. Aguantó impertérrito el calambrazo en su mano, más fuerte que la vez anterior y el fuerte pinchazo en la cabeza, que desapareció en un instante. Al salir del pub, cogió la pirámide y la llevó a su casa. La colocó al lado de la pequeña, sobre un aparador en el salón.
No había duda. Nítidamente se dio cuenta de que eran aquellas pirámides las que incrementaban su inteligencia. Pero ¿qué eran? ¿de dónde habían venido? ¿quién las había puesto en aquellos lugares? ¿porqué era él el destinatario? ¿tenían un origen extraterrestre? ¿mediante qué mecanismos incrementaban su memoria, su capacidad de discernir y razonar?
A la mañana siguiente ya tenía trazado un plan. Llenó una pequeña maleta con algo de ropa de repuesto y cogió el primer autobús hacia Cork.
Una vez allí fue a un hotel y reservó una habitación. Decidió quedarse unos cuantos días. Recorrió todas las librerías de la ciudad y se compró decenas de libros; de todas las materias posibles. Historia, geografía, medicina, psicología, ingeniería, arquitectura, arte, economía, agricultura, pesca, nuevas tecnologías, libros de ficción… Por la mañana compraba los libros y visitaba ávidamente la ciudad. Por la tardes, se encerraba en su habitación del hotel y leía sin parar. Lo comprendía todo con suma facilidad, e incluso se saltaba capítulos porque de antemano conocía su contenido.
Observaba con detalle toda la ciudad, especialmente los últimos adelantos técnicos y los museos. Entendía fácilmente el funcionamiento del teléfono, de la radio, de los coches, de los trenes; y constantemente tenía ideas para mejorarlos.
Por la noche le dolía mucho la cabeza, cada vez más. Supo que su cerebro, sus redes neuronales, trabajaban casi al límite de lo que permitía su estructura actual. Y eso que, Jerry lo sabía, su cuerpo creaba continuamente millones de nuevas neuronas.
Al volver a Dingle, pronto todo el pueblo supo de sus increíbles dotes y conocimientos. En el pub, todas las tardes se formaban corrillos alrededor suyo; y Jerry contaba lo que sus contertulios quisieran, de cualquier materia. Todo con extraordinario detalle y justificación. Además les hablaba de objetos nuevos que aparecerían los próximos años, como la televisión, los ordenadores…
La tercera pirámide.
Tres meses después, en Noviembre, en una de las escalerillas del puerto que daban acceso a las embarcaciones, vio otra pirámide. Más grande, de unos 24 centímetros de altura. No lo dudó. Sabía que iba a sufrir fuertes calambrazos y enormes pinchazos en la cabeza como así fue. Pero cogió la pirámide y la colocó en su casa junto a las otras dos.
Fue consciente entonces Jerry con claridad, de la “pequeñez” del hombre ante el universo, ante el conocimiento total. Supo que solamente funciona una parte pequeña de nuestro cerebro, que nuestro conocimiento del universo es infinitesimal, despreciable. No sabemos nada. Incluso un cerebro humano al máximo rendimiento, no llegaría más que a aventurar muy lejanamente algunos de los grandes misterios que nos rodean.
Por alguna razón que se le escapaba, él había sido elegido para comprender “más”, para entender “mucho más” que el común de los mortales. Pero estaba lejos, muy lejos aún del conocimiento total. Tremendamente lejos.
Decidió escribir un libro con todas sus ideas y conocimientos. En pocos días escribió 500 páginas. Hizo encuadernar el libro y lo llevó al pub. Allí explicó al todo el mundo que aquel libro contenía prácticamente todo su conocimiento. Les recomendó que lo leyeran, despacio, muy despacio; y que no se preocupasen por no entender algunas cosas. Sus descendientes o los descendientes de los descendientes, quizá lo entenderían. Hoy en día el “Libro del Conocimiento” se mantiene el pub O´,Flaherty,s, para admiración de todo aquel que quiera echarle una ojeada.
Los dolores de cabeza de Jerry eran ya muy fuertes, excesivamente fuertes.
La cuarta pirámide.
Tres meses después, en febrero de 1955, Jerry sabía que iba a encontrar la cuarta y última pirámide. Sabía exactamente dónde y cuándo iba a encontrarla. Y así fue, en Ballyrana, en la puerta de la iglesia. Era grande; medía 48 centímetros de altura. Sin duda debía pesar mucho por lo que sería imposible llevarla a su casa; pero Jerry sabía que no iba a ser necesario.
La tocó. El calambrazo y el pinchazo en la cabeza fueron casi insoportables. La volvió a tocar.
Y en ese momento ocurrió.
La cabeza de Jerry explotó violentamente en pedazos, en billones de partículas que se difundieron rápidamente en el aire. En toda la Península de Dingle llovieron partículas infinitesimales de la cabeza de Jerry.
El cuerpo sin cabeza se mantuvo unos momentos erguido. A continuación se desplomó.
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