Es un día inusualmente soleado, sin embargo no hace calor especialmente. Me encuentro en el balcón de una especie de apartamento de zona costera con la gente del trabajo. A pesar de que estamos en cierta medida hacinados resulta agradable encontrarse allí, pero a pesar de todo alguna incomodidad me hace mirar de vez en cuando el reloj con preocupación, y es que en realidad sé que en breve tenemos que entrar dentro del apartamento de nuevo. Sin embargo sucede algo: un compañero informa sonriendo de que en el ventanal del bloque de enfrente hay cuatro personas desnudas. Yo miro y llego a concluir que se trata sin duda de extranjeros. Son dos hombres y dos mujeres y en un primer momento una de las mujeres parece asustada e informa al oído a sus compañeros; entonces se ocultan avergonzados tras unas cortinas. En este lapso yo comento acerca del suceso con mis compañeros intentando no hacer notar mi preocupación con el reloj, pero de nuevo volvemos a mirar al ventanal, algo nos llama la atención allí, y es que de nuevo están los cuatro extranjeros desnudos, pero esta vez se muestran abiertamente, mofándose de nosotros y haciendo obscenidades con sus cuerpos, señalándose los genitales y agitándolos abiertamente con rostro grotesco, pero a pesar de todo no miran directamente hacia nosotros; de nuevo en ese momento ya no puedo soportar más sin mirar mi reloj, cada vez más y más preocupado, y como un acto reflejo descubro en el salón de nuestro apartamento, a nuestras espaldas, a un superior, muy atareado y escribiendo sin para con el rostro inclinado hacia los papeles. Enseguida alerto a mis compañeros, pero estos parecen no escucharme, en realidad parece que ni siquiera me vean. Entonces pienso que están relajados en exceso allí en la terraza, disfrutando de aquel espléndido día y por un instante me asombro del puzzle que forman las hamacas y sillas en las que descansamos y que no dejan ver ni un milímetro del suelo. Como mi preocupación va en aumento decido salir de allí y de pronto me encuentro en la calle de abajo y vuelve la tranquilidad.
En la calle se está más fresco y me complazco del hermoso día que se nos brinda. Me pongo a andar y de repente me encuentro dentro de un bar mugroso, pero lo verdaderamente curioso del bar es que incorpora al fondo el portal de una vivienda humilde, como el bar, y en realidad yo estoy esperando en aquel portal, cuya puerta me llama la atención por su brillantez, como si estuviera empapelada con papel dorado. La puerta es vieja y tiene multitud de hendiduras como si se tratase de una chapa metálica golpeada un sin fin de veces con un martillo.
Después de unos instantes me entretengo pensando en que una puerta como esa va a ser un día la de mi casa. Pero lo más especial y llamativo de la puerta es el pomo. En esos momentos llega de fuera del bar un joven. Al verlo entrar veo que todo el bar está lleno de porrones y botellas llenas de aceite, en la barra, en los estantes, en el suelo... Veo que el joven tiene que hacer esfuerzos por evitarlos y llegar hasta el portal. Ni siquiera repara en mí, en realidad nadie del bar lo ha hecho, y comprendo que estoy allí esperando a alguien. El joven intenta abrir la puerta pero está cerrada, por lo que se dirige con dificultades de nuevo a la barra y pide la llave. Cuando vuelve es cuando descubro lo insólito del pomo, pues la cerradura se encuentra fuera de la puerta, al lado del hueco de las escaleras, protegida por una rejilla de hierro viejo, oxidado. El joven abre la rejilla y gira la llave, entonces se abre la puerta y el joven se pierde tras ella. Entonces recuerdo exactamente y con claridad que estoy allí esperando a un amigo recientemente casado. Éste amigo tiene que traer una persona de contacto para hacer juntos una compra oscura e ilegal, y cuando me doy la vuelta él ya está allí y nos palmeamos la espalda. Su mujer también está, y junto a ellos otra mujer, el contacto, pienso yo, que de inmediato comienza a hablar de trivialidades un poco nerviosa. Entonces no sé entender si la mujer está enamorada de mi amigo o si por el contrario aquella cháchara va a culminar en una excusa, diciendo que no va a poder ayudarnos a realizar la compra que queremos hacer. "¡Calla tú!...", dice otro cuando hago intención de hablar...