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Un día como cualquiera

Negro. Todo era negro mientras cerraba los ojos además de cubrirme con una frazada oscura durante la noche. Hubo un momento en que no supe si dormía o soñaba pero, todo fue siempre negro. “Quizás así sea la muerte”, pensé.

Cuando abrí los ojos la luz del día había cubierto todo mi cuarto. Me estiré como mi perro. Miré mis brazos, piernas, barriga y pesadamente levanté mis sesenta kilos de carne y sangre, y los llevé hacia la ducha. Antes, hice mis ejercicios matinales. Luego, entré a la ducha caliente.

Es agradable cuando el agua caliente sacude todo tu cuerpo. Sientes como si estuvieras lavando el cuerpo de otra persona que se sacude, tiembla, pica y rasca, refriega con la sola fuerza de los impulsos. Por eso es que, siempre que estoy bajo el agua caliente cierro los ojos y dejo que todo suceda en automático. Durante esos momentos veo todo rojo... como la sangre que pasa por todos los espacios ocultos de mi cuerpo.

Después de cambiarme, desayunar, saludar y jugar con el perro salí a la calle y subí a mi coche. Papa decía que siempre hay que esperar que el motor caliente por lo menos diez minutos antes de mover el carro, y yo siempre he hecho caso al sabio consejo de papá. Mientras esperaba que pasaran los diez minutos, leía a Stevenson, los cuentos de “El diablo en la botella”, que es en verdad una obra maestra.

De pronto, una de mis vecinas se acercó hasta tocar la ventana de mi coche. Salí de mi lectura y la vi. Siempre he visto a esta vecina como una vieja demente; de esas que quedaría muy bien como parlamentaria de la Santa Inquisición.

- Buenos día vecino... este, le quería hacer recordar que hay que pagar los meses atrasados de luz del condominio, jejeje... – me dijo, mientras la miraba y le movía la cabeza afirmando su razón – Este, jejeje. Si no ahora me lo da por la noche vecino jejejeje... Este, mmm está leyendo la Biblia no.

Le dije que no, que era una obra de Stevenson. Ella me dijo que lea la Biblia que era maravillosa, que eso elevaba el alma y nos acercaba a la voluntad del señor que murió en la cruz por todos nosotros y que blablabla... De pronto paro de hablarme y con ojos inquisidores me preguntó si yo era católico.

Nunca me ha gustado mentir, sobre todo cuando se trata de las cosas que no entiendo como la religión, dios, la fe y esas cosas. Por lo que antes de responder a la vieja cucufata cerré los ojos, respiré profundo y vi negro, todo negro, sin espacio ni tiempo y me gustó lo que veía. Me acordé todas las veces que había ido a la Iglesia. Casi podía divisar aquella en donde en un lugar miserable había un oscura e inmensa iglesia bordeado de cuadros del cristo y algunos de sus santos preferidos; también uno que otra vela prendida al borde de las estatuas hechas a escala natural y rodeadas de personas vestidos de trajes negros, negros como el rincón mas oscuro de la vieja iglesia... Recordé también las veces en que iba con papá a la iglesia del barrio y miraba a toda la gente que entraba y salía; las chicas mas latas que yo; el cura vestido de mujer y ese sombrero de príncipe que lo hacía verse como un juez sagrado, y su voz con acento español pronunciando ese idioma tan viejo como el latín... y yo, cuando le escuchaba, cerraba los ojos y veía todo negro, negro como el color del traje del cura... Si, todo era oscuro en la religión católica.

Cuando abrí los ojos, me asusté. Toda mi familia, y la gente de la vieja estaban mirándome a través de la ventana del coche... “No soy católico”, le dije a la vieja... La vieja se desinfló y puso esos ojillos de rata y se fue a su agujero; mientras que mi familia se reían de mis locuras, para luego irse adentro de la casa.

Cuando llegué al trabajo, ya había llegado todos los empleados. Como siempre nunca me saludaron. Me gusta eso, pues los siento que son ellos los mas preocupados por su trabajo. Claro que soy yo quien les paga, pero son ellos los que me pasan el billete para contarlo, guardar una parte y pagarles. Es un juego que hay que tomarlo con calma, porque sino te haces un mundo y llegas a sentir que vives para sufrir los dolores de las ganancias y perdidas.

Durante todo el día recibo llamadas y atiendo pedidos. Cuando no pasa nada, cierro los ojos y veo negro, todo negro. Hay veces en que me tapo las orejas y es mejor, pues aparte de ver todo negro, escuchas el sonido de la oscuridad. Es gracioso cuando me ven en ese estado, pues muchos vecinos me llaman loco; quizás tengan razón, pero es una locura sana, silenciosa y negra como el universo.

Llega un momento en que adoro escuchar el silencio y cuando llega un cliente lo único que hago es escuchar. Es gracioso, porque a la gente le encanta sentirse escuchados. El otro día un señor me contó que fue gerente de una transnacional por mas de treinta años y que en estos tiempos se dedicaba a vivir de sus rentas, que ya creía haber cumplido con todo en el mundo, pues les dio a sus hijos una buena profesión, casa y educación.

Mientras le escuchaba al señor veía en sus ojos como si estuviera a punto de llorar. No quise interrumpir su relato que ya imaginaba como iba por lo que empecé a disfrutar de sus ojos que brillaban como esos lagos en las alturas de la puna. No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero fue bastante. Recuerdo que me habló de los lugares en que había estado; que fue huérfano de padre y madre; que se escapó de casa de sus tíos a los trece años y trabajo desde esa edad y con mucha suerte conoció a una buena persona que le enseñó el mejor método de venta. Si, todo eso y mas cosas me habló; sin embargo, yo sentía que deseaba decirme algo mas, pero que aún debía esperar, y, esperé. De pronto se hizo el silencio que tanto me gustaba y cerré los ojos y vi todo negro, negro como el misterio que guardaba aquel personaje.

Cuando abrí los ojos, el hombre estaba con lagrimas en los ojos contándome la otra parte de su historia. “Sí, - me dijo – Todo lo he conseguido, pero te voy a contar un secreto... yo nunca fui al colegio, ni estudie nada de nada; todo lo que sé es producto de mi sapiencia... Como verás, no supe leer ni escribir... Cuando comencé a gerenciar, hacía que mi secretaria me leyese los periódicos, los contratos, y, si había algo que firmar lo firmaba rápidamente... Si señor, sabía ocultar bien mi secreto, hasta que me hube de jubilar; fue entonces que mi esposa me descubrió y habló con mis hijos y, a esta edad, recién estoy aprendiendo a leer y a escribir, mediante una computadora que mis hijos me has regalado... Es increíble. Cuando ya no necesito escribir, empiezo a hacerlo, pero, esta vez no por mi, sino por mis hijos... Ya ves, no todo es como lo vez...”

El hombre se paró y, como siempre, me compró una docena de mariscos y un lomo de corvina. Me pagó y se fue.

Ya casi era mas de las seis, y comenzaba a oscurecer. Todos los muchachos se había ido a sus hogares, no había nadie mas que yo en el taller. Cerré la tienda y antes de salir apagué las luces, cerré los ojos y vi todo negro, negro y silencioso, como el final de un día y el comienzo de una larga noche que escuchar...


JOE 17/07/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 10029
  • Fecha: 17-07-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.91
  • Votos: 74
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3300
  • Valoración:
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