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Nina era la chica más querida del barrio, no era una mujer muy bonita, pero irradiaba una alegría única, que atraía a las personas a su lado. Además tenía un gran corazón, trabajaba la mayor parte del día cuidando ancianos, pero lejos de terminar cansada, parecía llenarla de vida, porque todas las noches se iba de parranda para bailar y bailar.
Al llegar la madrugada, le gustaba hacerse notar, pasaba por el callejón, estrellando sus tacones contra el pavimento sin ninguna consideración; por allá se escuchaba algunos gritos: —¡qué bueno que ya vienes Nina!—, —¡Muy buena noches hija!—, a lo que ella respondía siempre con una estrepitosa risa, —Buenas noches a todos, ¡ya llegó Nina!, no hay de qué preocuparse y a la camita— y es que nadie en el callejón podía pegar los ojos hasta saber que ella estaba sana y salva en su casa.
En más de una ocasión, cuando se pasaba tan solo un minuto de su hora de llegada acostumbrada, las señoras levantaban a sus hijos y a veces hasta el marido para ir a buscarla. Los jóvenes que hacían bulto en la esquina de las calles, eran una molestia para la mayoría de las chicas con sus imprudencias, pero no para Nina, ella sabía cómo llevar la fiesta en paz, y extrañamente ellos la respetaban como a ninguna y la protegían como a su propia vida. Por eso fue para todos fue insólito, encontrarla muerta a mitad del callejón.
La noche anterior anunció como siempre su llegada, y los chicos no se fueron de la esquina hasta que la vieron entrar a su casa.
Nadie comprendía lo ocurrido, la escena era en verdad grotesca, la pobre chica estaba tirada en medio de un charco de sangre, con la mirada pérdida, y en el rostro una mueca de horror que pocos pudieron olvidar. Se miraban con desconfianza unos a otros, con decepción…
Jamás se supo quién había sido capaz de tan atroz crimen… nadie excepto Nina, quien ahora vaga en el callejón, buscando a su asesino.
Todos los vecinos escuchan su taconeo, a la misma hora de la madrugada, dicen que se esconde entre las sombras, los acecha, persigue sus pasos y cuando voltean ¡nada!, nada más que el sonido de sus tacones que se alejan… al descubrir que no se trata de aquel que le hizo daño… se preguntan si al encontrarlo, le hará correr su misma suerte y así hacerle saber a todos, quien se atrevió a lastimarla.
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