Al caer la rienda, el Moro levantó la cabeza resoplando, los ojos desorbitados, y comenzó su carrera desenfrenada. El muchacho se aferró con manos sudorosas al cabezal de la montura y sus pensamientos se desvanecieron en el resplandor del terror. El cuello poderoso de la bestia se agitaba rítmicamente adelante, atrás y a un costado, el jinete podía ver el perfil de la cabeza del animal con aquel ojo espantado que lo miraba. ¿Dónde se detendría? ¿en el galpón de ordeñar?. El galpón, aunque espacioso tenía sus tirantes muy bajos. Si la portera estaba abierta y el caballo entraba a toda carrera lo mataría, sin remedio. Pero esa portera a esa hora estaba siempre cerrada. Al coronar la loma pudo ver la boca oscura del galpón y la hilera de palos que la cerraba, solo quedaba el bajo y el repecho final hasta la construcción. Cerró los ojos y esperó llegar, el maldito caballo no podría ya con él y todo no sería más que un terrible susto.
Elvirita fue a juntar huevos más temprano esa tarde. La niña había descubierto el día anterior unos nidos dentro del galpón con unos huevos blancos y tibios que hoy no pensaba perderse por nada en el mundo. Entró por la portera y la dejó abierta de par en par. Luego la cerraría. Oyó la carrera tendida del caballo pero no le dió importancia.Ni siquiera miró hacia el gran potrero del río.
la verdad me gustan tus cuentos, son bastante originales...