Me dicen que soy un ser triste y melancólico, y es verdad.
Soy una persona preñada de sentimientos que encuentra en la negra soledad, la pizarra en donde dibujar lo que siente mi corazón.
Yo me pregunto:
¿Quién estará contento en la tierra, cuando sabe que en un punto de su vida, todo terminará cuando descienda por el pequeño hoyo de la muerte...?
¿Quién?
Quizá ante aquella desgracia que a todos nos llega, seamos tan solo los poetas quienes buscamos a través de nuestras tristes letras, la respuesta, la señal que, esperamos, nos ilumine el camino del resto de la existencia...
Quizás seamos los tristes y melancólicos quienes podamos tropezar con el respingo del sentido de la vida, del por qué, y el para qué...
Yo siento que, la poesía, es como una mano que se alza en señal de protesta ante aquel amor tan buscado que promete la felicidad en un instante, llenándote la copa de tu vida… Y yo siento que es el poeta quien le grita a la vida y a la muerte el por qué nos arranca de los labios húmedos aquel fresco vino de lo eterno...
Me siento muchas veces como una hormiga que se frena ante la marcha total de todos los insectos y comienza a buscar y buscar y buscar, escarbando en la cueva de la inconciencia una luz que ilumine aquel presentimiento de que existe la eternidad, y lo que somos en verdad...
¿Que soy un ser muy triste…?
Yo siento que sí, y les diré que es un néctar agrio al principio que, cuando se sabe saborear, se vuelve como un vino seco que nos libera y amplía la conciencia, pues está acompañado de los amplios y cálidos brazos de la soledad…
Lince, Enero del 2005.