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Era la víspera de Navidad. Durante todo el día había soplado un viento frío y huracanado; y había comenzado a nevar. Una cortina de copos de nieve caía del cielo enteramente cubriendo el pequeño pueblo donde vivía el ranchero Dyhema. También se derramaba sobre sus campos, que ya habían sido arados y sembrados para la próxima temporada, sus enormes graneros estaban llenos de heno y grano, la granja, el granero y el edificio.
Dyhema, el viejo granjero se sentó en su silla cerca de una chimenea en la que chispeaba la leña y contempló el esplendor blanco que venía del cielo. Le gustaba contemplar cuando la nieve cubría sus campos. Lo cual auguraba una buena cosecha para el próximo año. Se encontraba cómodo y satisfecho en su salón.
Sobre la mesa había un tablero de ajedrez con todas las piezas en la posición del inicio, situadas en las casillas blanco y negro.
A Dyhema le gustaba jugar al ajedrez.
Estaba esperando la llegada del párroco del pueblo.
Cada domingo por la noche el capellán iba a jugar con el viejo ranchero y también durante las Navidades.
Sin lugar a dudas vendría esta noche.
Oh, sí, a Dyhema le fascinaba este juego, sin duda, porque él siempre ganaba. No había nadie en el pueblo que fuera capaz de jugar tan bien como él. Era el más acaudalado del pueblo. Era el mejor campesino y sin duda el mejor jugador de ajedrez; era honesto y justo a la vez. Vivía solo con sus siervos.
Su esposa había fallecido hacía años.
Pero esta Navidad no estaba pensando en su esposa.
Siempre estaba solo y meditaba sobre sí mismo.
¡Qué abundante fue la cosecha de este año!
¡Era el hombre más importante del pueblo!
Cuando caminaba por las calles, la gente se quitaba el sombrero ante él. Si alguien necesitaba ayuda, él colaboraba.
Si alguien necesitaba un trabajo, él se lo conseguía.
Si alguien necesitaba dinero, él se lo prestaba.
De repente se abrió la puerta.
Un sirviente entró y le dijo: Es muy tarde, Dyhema. ¿Debo seguir manteniendo la tarta de Navidad todavía en el horno?
Dyhema miró el reloj. El sacerdote llegará tarde, comentó.
Sí, pero aún así, mantén la tarta en el horno.
El criado se volvió hacia la puerta y dijo: Me preocupa que el sacerdote no pueda llegar porque la nieve acumulada en las calles es considerable. . Dyhema miró al crucifijo colgado en la pared, pero solamente confirmó: Esperaré.
Cuando el sirviente se había marchado, Dyhema se levantó y miró a través de la ventana. Entonces se dijo a sí mismo: ¡Cuanta nieve!
Estoy casi seguro de que el cura no va a encontrar el camino para llegar a mi casa. La nieve alcanza un gran espesor.
Dyhema miró hacia atrás con ojos anhelantes al tablero de ajedrez.
¡Pero alguien apareció!
¡Era El Niño Jesús!
Todo el día estuvo muy ocupado el Niño Jesús. Las Navidades son su tiempo, porque entonces los corazones de los seres humanos se abren y es esto, lo que necesita el Niño Jesús: los corazones abiertos.
Todo el mundo recuerda de su juventud que las Navidades en casa son momentos muy agradables. La gente piensa en su vida y de cómo las cosas no le han ido bien. Anhelan cambiar muchas actitudes y empezar de nuevo.
En aquel instante el Niño Jesús llamó a la puerta de Dyhema.
Creyó que era como una obligación suya al final del día visitar al viejo Dyhema. Cuando el Todopoderoso había enviado al Niño Jesús visitar al anciano campesino, le constestó: Su corazón no se abre fácilmente.
Pero el Padre le ordenó: Vete a verle, su corazón ha estado cerrado a lo largo de muchos años. Pero ahora es el momento preciso.
Cuando el Niño Jesús caminaba por la nieve, iba reflexionando:
¿Qué podía hacer?
Pero si el Señor del cielo le dice: Ya es la hora, entonces significa que es la ocasión adecuada. Y así fue, como el Niño Jesús se encontró de repente en el salón del viejo granjero. Nadie lo había oído entrar, nadie lo había visto, pero estaba allí.
Buenas noches, Dyhema!, dijo con su voz angelical.
Dyhema miró a su alrededor y preguntó. ¿Quién eres tú, niño, y ¿cómo has entrado? El Niño Jesús se sentó frente a Dyhema en una silla, cerca de la chimenea y le dijo:
Yo soy el Niño Jesús.
¿El Niño Jesús? ¿Qué quieres de mí?
Sólo deseo hablar contigo.
No tenemos nada que hablar. He hecho todo lo que un hombre puede y debe hacer. Doné 500 florines para la Fiesta de Navidad en la iglesia.
Ya lo sé, dijo el Niño Jesús , donó 250 florines para una fiesta que se celebrará el próximo domingo en la escuela.
Sí, dijo el granjero de nuevo, y 500 florines para los pobres del pueblo y a todos los enfermos mis sirvientes han entregado un regalo.
Lo sé todo, dijo el Niño Jesús y suspiro de alivio: Tu eres como un rey en un trono y distribuye pequeños regalos a la gente. Pero: ¡qué pequeños son los regalos comparados con las decenas de miles de florines, que ganas cada año. Y todos estos regalos no los repartes por el amor al prójimo, si no solamente por amor a ti mismo, de forma que tu te sientas tranquilamente y te sientes satisfecho de ti mismo.
¡Ah, si tu conocieras la verdadera historia de la Navidad!
La conozco muy bien. La historia comienza con el emperador Augusto cuando daba la orden de realizar el primer censo…
Ves, tu te confundes por completo!
¿Falso? El ranchero Dyhema tomó la Biblia en sus manos que estaba junto a él.
Mira, aquí está. En los días en que el emperador Augusto….
Esto no es correcto, conozco la historia. Yo soy el Niño Jesús y te digo, que no transcurrieron tantos tiempos desde los días de Augusto. A saber, que ocurre cada año nuevamente. En algún lugar un niño nace todos los años, pobre y sin ropa esperando una ayuda. A veces se trata de un niño enfermo o un menesteroso o una mujer pobre, a la que esperan que les ayuden.
¡Esta es la historia de la Navidad!
Sé que soy un pecador ante el Todopoderoso, dijo Dyhema. Todo el mundo es un pecador ante Dios. Pero lo que pude, lo hice.
No puedo repartir todo mi dinero o algo parecido. Eso sería por mi parte una majadería.
Yo no pido tu dinero. Pido mucho más que tus riquezas.
¡Pido amor, por favor! Tu has dicho que has hecho todo lo que podías. ¿Pero qué me dices de tu hija? El viejo granjero se levantó furioso. ¡Mi hija está muerta. Ella está muerta para mí! Si tu eres realmente el Niño Jesús, debes saber que hace ya más de 10 años que se casó contra mi voluntad. Se casó con un artista o músico, de forma que yo no estaba en absoluto de acuerdo. ¡Los niños deben obedecer a sus padres! No, no quiero hablar de eso.
Ella vive en la pobreza y tiene un hijo, le replicó el Niño Jesús.
¡Lo sé. Pero es su propia culpa. No es la mía!
El Niño Jesús miró el reloj. Alrededor de las siete y media iba a venir la hija con su hijo para reencontrarse con su anciano padre.
El Niño Jesús hacía algún tiempo que se había reunido con la hija y le rogó que visitara a su padre y le aseguró que toda iba a ir bien entre ellos. Ahora, sólo media hora antes de su llegada, el corazón de Dyhema estaba petrificada más que nunca. El Niño Jesús no se desanimó. El Padre del cielo lo había enviado para ablandar el corazón del viejo granjero.
Dyhema esbozó una sonrisa y dijo: ¡Vamos a jugar al ajedrez!
¿Sabes jugar, supongo?
Un poco, respondió el Niño Jesús.
Bueno, vamos a empezar. Vale más jugar que hablar.
Los dos comenzaron a jugar. Parecía que el Niño Jesús no era un jugador muy experto. Pasados diez minutos ya había perdido una torre y un caballo.
Dyhema se frotó las manos. Sin duda iba a ganar la partida.
Cuando el Niño Jesús había perdido casi la mitad de sus piezas, se detuvo de pronto y dijo:
Imaginas por un momento que llegara el día de Nochebuena tu hija con tu nieto. ¿Los recibirías?
Ya basta con esta tontería. Mira mejor a tu tablero. La partida la tienes casi perdida.
¿Y por qué deberían venir?
Bueno, acepto que casi he perdido la partida, contestó el Niño Jesús. Bueno, tal vez. Pero supongamos que consiga ganar la partida, digamos por ejemplo antes de las 8, ¿Les dejarías pasar? El viejo campesino se echó a reír. Me gustaría, pero eso es imposible. El Niño Jesús sonrió también. Faltaba un minuto para las ocho.
El Niño Jesús sólo contaba con su rey, la reina y un alfil.
Dyhema tenía todavía casi todos sus piezas.
Dyhema miró el reloj. Son las ocho en punto, dijo.
Sí, son las ocho, pero creo que es jaque mate y has perdido, dijo humildemente el Niño Jesús.
¿Jaque mate? Dyhema miró al tablero. Sus ojos se dilataron.
¿Ah, sí? Espera un minuto. Todas mis piezas han cambiado su posición. No, no, pero ¿qué ha ocurrido?
El Niño Jesús sonrió nuevamente y dijo: Es como en la vida. Entonces miró seriamente al granjero.
A menudo pensamos que estamos perdidos. Incluso, creemos que no hay nadie en el mundo que nos pueda ayudar.
Y entonces Dios nos mira y dice: Es el instante.
Y de nuevo todo lo que se ve, es muy diferente.
Tu lo ves todo con una luz distinta, y de repente uno se da cuenta que no todo está perdido si no al contrario ganado!
Recuerda Dyhema! Ante Sus ojos no todo está perdido.
Los humildes serán encumbrados. Los últimos serán los primeros. Y de repente el Niño Jesús había desaparecido.
Por Frank Mayer. Revisado por Salvador Aldeguer
Retoques y maquetación: Antón Busto
Sitges (Barcelona), Navidades 2011
Dyhema se puso en pie. Luego se sentó en su silla junto a la chimenea. Cerró los ojos. Había que pensar en todo lo que había ocurrido.
Súbitamente se despertó. Alguien llamaba a la puerta. Se frotó los ojos. Me quedé dormido, pensó. Tuve un sueño maravilloso sobre un encuentro con el Niño Jesús. Miró la mesa con el tablero de ajedrez. Las piezas del blanco y negro estaban colocadas ordenadamente, cada pieza en su casilla correcta.
Sí, había sido un sueño. Adelante, dijo dirigiéndose a la puerta. Un criado entró.
Dyhema, aquí hay un niño pequeño. Él dice que ...
Dyhema sintió una gran sorpresa.
¿Un niño con su madre?
No, él está solo. Pero dice que su madre ha sufrido un accidente y se torció el tobillo. Está esperando afuera en la nieve, a menos de una milla de distancia.
Ella envió al niño en busca de ayuda.
Dyhema se echó a reír. El sabía que no podía ser su hija.
Entonces dijo, Envía a los sirvientes con un caballo y el carro. Prepara una habitación y la traedla a mi casa. Llama al médico y que el niño se quede aquí.
El sirviente salió. Un momento más tarde, entró un muchacho de unos nueve años.
Dyhema se puso en pie. Se sintió conmocionado. El niño tenía el mismo aspecto que tenía él, pero hacía muchos años.
¿Cuál es tu nombre?
Sigurd, respondió el muchacho.
Dyhema se derrumbó en su silla. Cerró los ojos, Sigurd ese era su nombre. Su hija le había puesto a su hijo su mismo nombre.
¿Pero que pasó con el Niño Jesús? Sin duda fue un sueño, producto de su imaginación. Pero todavía estaba el chico delante de él. Su nieto.
Pero él se negaba en redondo a ver a su hija.
Se levantó y se fue a la cocina. Allí estaba sólo un viejo sirviente
¿Dónde están los otros?, preguntó.
Están todos juntos con sus familias y dos han ido a localizar a la pobre mujer , respondió el criado.
No quiero tenerla aquí! Tu debes alojarla en otro sitio!
¡Dyhema, por favor! ¿En la Noche Buena si Usted quiere negar a una mujer angustiada la entrada a su casa? Bueno, es su responsabilidad. Pero yo no puedo salir ahora a caminar penosamente por la nieve.
Una vez regresen los sirvientes, avísame. Pero no quiero a esa mujer bajo este techo.
Dyhema regresó a la sala de estar. El muchacho estaba sentado cerca de la chimenea.
Cuando Dyhema se acercó, se puso en pie y se dirigió hacia el viejo granjero y le preguntó: ¿Es Usted mi abuelo?
Por supuesto que no, dijo Dyhema bastante enojado.
Al muchacho se le veía triste. Entonces me he equivocado de granja.
¿Sabe Usted, lo que dijo mamá dijo cuando se cayó en el suelo?: La luz que se ve más allá debe ser de una granja.
Corre y pide ayuda.
Cuando llegue mi madre, ella le podrá decir a donde queríamos ir. Ella nació en este pueblo, me contó. Tu abuelo es el más rico agricultor de la aldea. Mamá me dijo:
Es como un pequeño rey. Todo el mundo le pide consejo, es muy inteligente. Dyhema preguntó de repente: ¿Por qué crees que soy tu abuelo?
Mamá dice que el Niño Jesús se lo explicó.
Nunca hemos estado aquí. Somos muy pobres. Mi papá murió. No tenemos dinero, pero mi mamá
siempre dice: 'Yo no daré el primer paso, pero de forma inesperada me contó que el Niño Jesús la había animada de realizar el viaje hasta aquí.
¿Tu madre ha visto al Niño Jesús?
Entonces probablemente fue un sueño. Ella dudaba, si debíamos iniciar el viaje y al fin creyó que lo mejor era hacerlo, pensando que Usted no tendría ningún inconveniente en recibirnos, aunque fuese por un corto tiempo.
Dyhema permaneció en silencio. Miró las llamas del fuego. Por casualidad el chico vio el tablero de ajedrez. Se acercó a la mesa.
¡Mi abuelo sabe jugar muy bien al ajedrez! Él siempre gana, me ha contado mi mamá!
¿Tu sabes jugar también? Sí lo sé. Mi mamá está segura de que voy a ser un gran jugador porque lo he heredado de mi abuelo.
Si quiere podremos jugar una partida.
Usted sí que sabe, lo que pasa es que estoy hambriento. No hemos comido nada desde que iniciamos el viaje.
Dyhema miró hacia arriba ¿Sabrás en realidad jugar, un muchacho tan pequeño?
Yo no soy pequeño y suelo ganar a menudo.
Vamos, pues a intentarlo nosotros dos, dijo Dyhema.
Después de un breve lapso de tiempo Dyhema comprendió que el niño realmente sabía jugar. Casi sin pensarlo, hizo los movimientos correctos.
Después de media hora Dyhema se puso nervioso, el muchacho alcanzaba la victoria. En realidad, el niño aparentaba ser un mejor jugador que él.
Y lo que más le enojó fue que hizo todo lo posible por ganar, pero el niño jugaba muy rápido, casi sin pensar.
Si Dyhema, después de una larga reflexión, efectuaba una jugada, el pequeño reaccionaba rápidamente y hacía siempre la jugada acertada.
Tal vez fue porque ya Dyhema estaba tan enfadado que de repente cometió un grave error. El niño sonrió. Esta es una mala jugada , dijo. Sería mejor de retirarla.
El muchacho le miró. ¿Por qué este viejo está tan enojado? Él no lo podía ayudar. ¿Fue acaso porque no iba a ganar la partida? Muchas personas se enojan cuando no ganan. Este descubrimiento fue muy interesante. En la mayoría de los casos, aprendes más a raíz de las partidas perdidas que las ganadas. Pero, era un hombre viejo .... ¿Tal vez por eso?
De repente, el viejo mayordomo entró : Dyhema, ¿Qué pasa con el Pastel de Navidad? ¿Puedo traerlo ahora?
Dyhema le miró con cara de enfadado. Vete con tu pastel!
¡Qué pena, pensó el niño. Tenía tanta hambre. ¿Cómo debe haberse enojado el anciano. Será por el hecho de no ganar?
De repente dijo: ¿Me das un poco de tarta? Es que estoy sin comer. Dyhema sólo respondió: Tienes que jugar, te toca a tí. Sigurd suspiró. Entonces tuvo una idea luminosa dejarle ganar al viejo gruñón. No tenía más que realizar una mala jugada. Sin embargo, no era tan fácil, sencillamente perder.
Suspiró. Es la Noche Buena, pensó, y lo haré.
En consecuencia hizo intencionadamente el movimiento equivocado. Dyhema se echó a reír. Una mala jugada, exclamó. Ves como puedo tomarme tu dama. Ah, sabía que iba a ganar. Nunca he perdido ninguna partida! Sigurd se ruborizó. Eso no era decente. Siempre me enseñaron que no se debe estar triste cuando se pierde, pero tampoco ser soberbio cuando se gana.
Inmediatamente sonrió. Si puedo hacerle feliz, porque no dejarle que paladee su victoria, pensó.
Sin embargo, nunca se puede estar seguro de que has ganado, hasta que alcances el jaque mate. Durante todo el tiempo Dyhema observaba cuidadosamente al chico. Había notado cómo le caían unas lágrimas de los ojos, una vez escuchadas las últimas palabras del niño. Había sentido un cambio en él y esbozado una sonrisa.
Era como si viera de nuevo al Niño Jesús. Recordó las palabras del Niño Jesús, A veces uno piensa que todo está perdido.
Se levantó y comenzó a dar zancadas arriba y abajo.
El chico lo miró sorprendido.
Dyhema vio su vida - su larga vida – con una nueva luz.
¿Nunca había padecido un error? Claro y contundente, pero sí hubo un error en su vida, un gran error.
¿Cómo podía estar tan ciego? Su corazón estaba frío y no se movió. Siempre había creído que era una buena persona por todas sus buenas obras. ¡Qué hombre más viejo y desgraciado se sentía! Todos estos pensamientos se agolpaban en su mente y se acordó de su sueño y las palabras del Niño Jesús: Dios viene a verte y te trae algo nuevo para tu vida. ¡Es el amor para tu prójimo!.
Eso era todo!
Dyhema se dirigió al muchacho y poniéndole su mano en el hombro, le dijo: Habéis ganado. El Niño Jesús y tu.
El muchacho le miró con asombro. ¿Qué quieres decir? El viejo campesino sonrió. No es tan importante, hijo mío, le dijo. Pero recuerda: .. El Niño Jesús trae vida nueva, pero toda la gente parece perdida, hasta que nació Jesús en un estable mísero y pobre.
Todo parecía perdido, hijo mío.
Pero al final está la Cruz que todo ilumina.
No debemos olvidar nunca, Sigurd, siempre hay que recordar el momento en que Dios nos miró y dijo:
¡Es el momento! ¡Era esto!
La cruz no fue el final.
Y aún hoy en día, el Niño Jesús año tras año vuelve para enardecer los corazones de toda la Humanidad.
Repentinamente con un fuerte golpe se abrió la puerta.
Apareció el viejo sirviente y le preguntó: ¿Dime Dyhema, donde tengo que llevar a esta mujer?
¿Está ella aquí?
Traela aquí, por supuesto.
Pero Usted dijo ...
Es mi hija! ¿No lo sabías? Tráela en seguida y prepara el pastel de Navidad. Rápidamente, porque es Navidad!
FIN
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