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El pequeño aspirante a pirata

Perico era un joven valiente y decidido que quería ser pirata. Pero Perico era tan pequeño y delgaducho que nadie le tomaba en serio. Ningún barco pirata le admitía en su tripulación. Decían que con ese cuerpo tan enclenque el muchacho no servía para nada.

-Pues si no me quieren por las buenas, entonces me iré con ellos por las malas -pensó Perico, decidido a colarse como polizón en el primer barco pirata en el que viera la posibilidad de hacerlo.

Como era tan pequeño pasó desapercibido entre la gente que rondaba los barcos amarrados al puerto. Y como era tan delgado, pudo colarse con facilidad en un barco y esconderse entre las mercancías que esperaban en la cubierta para ser llevadas al almacén. Incluso se las ingenió para que lo bajaran al almacén sin ser visto.

Pasaron los días y Perico permanecía en el almacén, escondido entre las mercancías. Afortunadamente, entre ellas había mucha comida y agua, por lo que no le faltó alimento. Pero Perico se aburría, se aburría mucho. 

-Debería salir y contarles que me quedé dormido sobre las mercancías y me trajeron al barco sin querer -pensó Perico-. Pero estos piratas son capaces de tirarme por la borda.

De repente, a Perico le entró miedo. No sabía con qué clase de gente viajaba, ni el castigo que le aplicarían por haberse comido parte de sus reservas de comida. Y no era poco, porque Perico sería pequeño, pero comía como una lima.

Ensimismado en sus pensamientos estaba cuando alguien entró en el almacén y lo pilló. 

-¡Eh, tú, polizón! -le gritó un pirata con la voz grave y profunda.

Perico se quedó de piedra. Aún no tenía preparada su mentira.

-Pero, ¡mira a quién tenemos aquí! -dijo el pirata, que resultó ser el capitán-. Al pequeño Periquín, el aspirante a pirata.

-Yo… yo… -intentó decir Perico, pero no lograba articular pirata. 

El capitán pirata cogió a Perico de la oreja y lo sacó fuera. Cuando los demás piratas vieron a su capitán aparecer con el muchacho rompieron a reír a carcajadas.

-¿Qué hacemos con él? -gritó el capitán-. Está tan delgado que no nos sirve ni para el caldo de la sopa.

Todos los piratas rieron la gracia, pero Perico estaba muerto de miedo. 

Entonces, el vigía que estaba en el palo mayor lanzó un grito:

-¡Ayuda! ¡Ayuda! 

El capitán pirata miró hacia arriba. El vigía estaba intentando sujetar unas cuerdas. Necesitaba ayuda.

-Alguien debe subir y ayudarlo -dijo el pirata.

-Las cuerdas de la escalera están dañadas, capitán -dijo uno de los piratas-. Corremos el riesgo de caernos y echar a perderla toda. 

-¿No podéis trepar por otro sitio? -dijo el capitán.

A nadie le dio tiempo a contestar. Perico había aprovechado el momento para escaparse y demostrar su valor. Con mucho cuidado, trepó por la escalera de cuerda. Al ser pequeño y ligero, las cuerdas aguantaron su peso. Una vez arriba, Perico ayudó al vigía a sujetar el cabo suelto.

Cuando bajó, todo el mundo le aplaudió, incluido el capitán. 

-Has demostrado ser todo un valiente -dijo el capitán-. Has salvado mi barco. Desde hoy eres parte de la tripulación.

-Gracias señor -dijo Perico.

Resultó que Perico era muy útil, no solo porque su pequeño tamaño le permitía acceder a sitios donde otros no podían y colarse discretamente en cualquier parte, sino porque era muy trabajador, valeroso y disciplinado. Quién sabe, lo mismo algún día Perico se convierte en un auténtico capitán pirata.

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