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El primer árbol de Navidad

Faltaban pocos días para Navidad. Alba y su mamá paseaban por la calle disfrutando de la música, las luces y la alegría que se respiraba entre la gente. 

Se acercaba la hora de merendar y Alba empezó a sentir hambre.

-¿Te apetece un chocolate con churros? -preguntó mamá.

-¡Sí, chocolate con churros! -exclamó Alba, llena de alegría-. ¿Podemos ir a ese sitio de la Plaza Mayor donde lo ponen con nata montada y fideos de colores?

-Por supuesto, en eso estaba pensando -dijo mamá.

Cuando llegaron a la chocolatería, Alba se puso a mirar por la ventana el gran árbol de Navidad que había en el centro de la plaza. 

-Es precioso, ¿no te parece? -dijo una señora mayor que estaba sentada en la mesa de al lado.

-Lo es. Es el árbol de Navidad más bonito que yo he visto -dijo Alba.

-Yo he visto muchos árboles en mis noventa años de vida, pero nunca un tan bonito -dijo la señora.

-¿Había árboles de Navidad cuando usted era pequeña? -preguntó Alba a la amable señora.

-Por supuesto -dijo la señora-. Pero nosotros no los adornábamos con luces eléctricas ni bolas de colores. Mi madre lo adornaba con manzanas y lo alumbraba con velas, como cuenta la tradición que hizo San Bonifacio hace muchos siglos.

Alba y su madre se quedaron sorprendidas con aquella historia. La señora, al darse cuenta, le dijo:

-¿Queréis que os cuente la historia? 

-Sí, por favor -dijeron madre e hija a la vez.

-Se dice que cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa descubrieron algo muy curioso. Los pobladores de la zona adoraban a Frey, dios del Sol y la fertilidad. En la misma época en la que los cristianos celebramos el nacimiento de Cristo ellos conmemoraban el nacimiento de Frey. Para ello adornaban un árbol de hoja perenne que simbolizaba el Universo. La parte más alta de la copa simbolizaba la morada de los dioses. Al evangelizar estos pueblos, los misioneros cristianos adaptaron esta tradición cambiándole el significado. 

-¿Y lo de las velas y las manzanas? -preguntó Alba.

-Eso es lo más curioso de todo -dijo la anciana-. Parece ser que San Bonifacio, el misionero que evangelizó Alemania, allá por el siglo octavo, cortó con un hacha uno de estos árboles de hoja perenne y en su lugar plantó un pino, también de hoja perenne. Como no se le caían las hojas dijo que esto simbolizaba el amor de Dios. Las manzanas que usó para adornarlo representaban el pecado original y las velas a Jesucristo como luz del mundo.

-Las manzanas se han transformado en bolas y para alumbrar el árbol ahora se usan bombillas eléctricas -concluyó la niña.

-Efectivamente -dijo la señora.

-Mira mamá, ya llegan nuestros chocolates -dijo Alba.

Alba y su madre se quedaron charlando con aquella amable señora que sabía muchas historias sobre la Navidad. 

-La gente mayor sabe muchas cosas muy interesantes, ¿verdad? -preguntó Alba a su mamá cuando la señora se marchó.

-Sí, hija, es una suerte poder escuchar a las abuelitas y a los abuelitos contar historias -dijo mamá.

-Mañana visito a la abuela para que me cuente cómo era la Navidad cuando era pequeña -dijo Alba.

-Pues será mejor que vayas pronto. Tu abuela tiene mucho que contar.

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