~~¡Comenzaron las clases! Sólo por hoy me levanté a las 06:00 am, ya que a las 07:00 de la mañana debía estar listo, tomando el bus que me traería al liceo en el que comenzaría a estudiar. Se llama "Enrique Oyarzún Mondaca", pero todos lo conocen como "INSUCO", y está ubicado en una calle bien céntrica de Concepción.
 Me costó mucho ingresar al establecimiento, porque había mucha gente obstaculizando la entrada. Las mamás llegaban con sus carteras bajo el brazo y un niño de la mano, comentando en qué cursos habían quedado sus hijos. El alboroto era tremendo, toda la gente opinaba sobre algo. Al eco de voces se agregó la de una señora rubia con delantal blanco, que pedía orden y silencio. Escuché por ahí que era la Inspectora General del Liceo.
 Fue muy difícil llegar hacia hall donde estaban las listas de alumnos con sus respectivos cursos. Yo había quedado en el 1º "A", pero no me interesaba, porque no conocía a nadie.
 A las 08:15 ya estábamos todos en la sala. Mi curso estaba formado por 36 alumnos, 12 mujeres y 24 hombres, que me daban lo mismo, es decir, no me agradaban ni me disgustaban.
 Los chiquillos hablaban de los temas más estúpidos que se les ocurrían, de pololas y cosas así. Casi todos decían que habían pasado con promedio 6.7. Yo no les creía mucho, pero la cosa era caer bien. Cuando me preguntaron a mí, dije 6.8, aunque, en realidad, había sido un 5.8. Todos me miraron atónitos y no me dirigieron la palabra. Entonces, les dije la verdad y uno que era de apellido Matus me dio un golpe, diciéndome que era un tonto. No pude responderle el golpe, porque me quedé como embobado, mientras todos los demás se reían de mí. En ese instante llegó el profesor y todos corrieron a sus lugares.
 Mi compañero de bando, es bien simpático. Se llama Andrés Hernández y me ofreció todo su apoyo en contra de Matus. A él también le caía mal, porque lo había molestado por ser chico. Me contó, además, que él tampoco había pasado con un 6.7, sino que con un 5.9, pero que en todo caso, le importaba poco la nota; lo que había que hacer era darle su merecido a ese matoncito de 6.7.
 No atendí para nada la lección, ya que con hernández nos pasamos la hora planificando nuestra venganza. El profesor nos sorprendió hablando y nos advirtió que si seguíamos hablando y distrayendo al resto nos echaría de la sala. Yo no sé en qué puede haberle afectado al resto de la clase, el que Hernández y yo estuvieramos conversando.Lo que pasa, es que el profesor me tomó mala barra y a cada rato me mira con unos ojos, que parece que van a estallar.
 Cuando salimos al recreo se nos acercaron unos cabros del grupo de Matus a molestarnos (a Hernández y a mí), riéndose del golpe que me había dado y del sermón que nos dio el profesor. Me puse rojo de rabia y creo que Hernández estaba igual o peor, porque hay que ver que es bajito, pero bien decidido a la hora de defender sus derechos. En el momento en que llegó Matus a unirse a los suyos, le dije a Hernández:
- ¡Al ataque!
- ¡A sus órdenes, mi general! - me respondió, y salimos como una bala en contra de Matus, hasta hacerlo caer al suelo. Todos los del grupo se quedaron mudos y con Hernández nos miramos en señal de haber cumplido con nuestro deber. Pero la gloria no duró mucho, porque justo nos sorprendió la Inspectora General y nos llevó a grito pelado a su oficina. Nos trató bastante mal, hablándonos de la disciplina, la moral y hasta de política. Nos dijo que éramos unos "bandoleros", que ya en el primer día de clases hacíamos fechorías.
- ¿Qué diría mi mamá si supiera que a su hijo lo tratan de bandolero en su primer día de clases? - pensé. De igual forma, la vieja pícara se salió con la suya y nos suspendió de clases por una semana.
 Salí muy triste del liceo y me fui a la plaza, donde he permanecido hasta ahora escribiendo. El asunto es que no sé si llegar llorando a mi casa, para ablandar a mi mamá o morirme en el camino.
 ¡Me revienta ese estúpido curso, con sus alumnos que tienen promedio 6.7!