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De regreso a la cama, Claudia se detuvo al cruzar la puerta de la habitación. Eran las tres de la madrugada y se había levantado al baño como acostumbraba a hacerlo todas las noches, aproximadamente a la misma hora.
Por ser una gran consumidora de cerveza, incluso en las comidas, su vejiga la había acostumbrado a esta necesidad de tener que levantarse a media noche, lo que ya hacía con naturalidad y sin ocasionarle problema para retomar el sueño.
Pero esa noche, algo le llamó poderosamente la atención. Fue así como, parada solo un paso dentro de su dormitorio, volvió a escuchar ese ruido que había oído desde el pasillo al regresar del baño.
Era una sensación extraña, porque no era un ruido identificable y además, a pesar del total silencio lógico de la hora, este raro sonido apenas se escuchaba.
Entre la incertidumbre y el temor, quiso adivinar de qué se trataba, y lo primero con que lo asoció fue con un zumbido. Pero el mismo estaba como apagado, hasta diría que se escuchaba escondido.
No pudiendo detectar de donde provenía, y al ya no percibirlo en su primer paso reiniciado hacia la cama, pensó por un segundo que seguramente algo de la comida le había caído mal, y que todo era producto de su malestar, ya que esa noche habían cenado lo que Ariel, su nuevo novio, le había cocinado, y que en realidad a ella no le había gustado.
Al acercarse a la cama pensó que quizás a él también le hubiese caído mal la cena, ya que se encontraba totalmente tapado, cubierto con las sábanas sobre su cabeza, y se podía observar como una especie de suave temblor, pero que luego definió como una leve vibración..
En ese momento en que ella se iba a acostar, algo la detuvo nuevamente. Fue ese zumbido, y ahora si, sabía de donde provenía. Era de ahí mismo, de la cama, y claramente se escuchaba que venía de debajo de las sábanas.
Ya no pensaba nada y lo único que atinó fue a correr las sábanas de golpe, sin temor de que Ariel se despertara, pues hasta cabía la posibilidad de que él estuviese enfermo.
Entonces tomó suavemente las sábanas con la punta de los dedos de su mano izquierda, y pegó el tirón corriéndolas de lado a lado.
En ese mismo instante creyó que el corazón se le había detenido. Estaba conciente, pero no lo sentía latir. Y de golpe, horrorizada por lo que estaba viendo, sintió un efecto contrario al anterior, y totalmente paralizada, no podía detener los estruendosos latidos, que parecían salirse de su cuerpo y hacer eco en toda la habitación, y asustada pensó que pronto el corazón le iba a estallar.
Es que ahí mismo, delante de sus ojos, depositado en su cama, ya no estaba Ariel, o por lo menos no se reconocía nada de el.
Apenas podía verse algo semejante a un cuerpo humano, pero sus extremidades y su cabeza, eran de otra cosa.
Sí, en primera instancia pensó que era una cosa, sin adivinar de qué se trataba. Pero inmediatamente después, pudo darse cuenta que lo que azorada estaba viendo, era una mosca gigante, pero con cuerpo de humano.
Asqueada por la repugnancia que le producía verlo moverse, solo atinó a gritar.
Gritar fuerte, muy fuerte, como nunca jamás lo había hecho y como ni siquiera ella pensó que podría hacerlo.
Fue ese mismo grito agudo lo que la despertó en medio de esa noche a las tres de la madrugada. Tanto a ella como a Ariel, su nuevo novio, al que apenas conocía desde hacía un mes, pero que en ese lapso, ambos sintieron esa conexión, como si hubieran crecido juntos.
Él también exaltado por su grito, encendió de inmediato el velador de su mesa de luz y giró para socorrerla.
Miró a Claudia, que todavía agitada por la pesadilla que había tenido, no podía pronunciar palabra alguna. Mientras la seguía observando, trató de tranquilizarla, diciéndole que seguramente había tenido un mal sueño, y acariciándole el rostro, le pidió que intente volver a dormir.
Pasado un minuto y pudiendo ya retomar el ritmo normal de su respiración, Claudia se levantó al baño, como lo hacía todas las noches aproximadamente a la misma hora. Solo que esta vez lo hizo más apurada, ya que este impensado despertar, le había acelerado sus necesidades.
De regreso a la cama, y con un bostezo incorporado en su boca, se acostó solo con la idea de intentar dormirse de inmediato, aunque vio que Ariel estaba volteado hacia el otro lado y con su mano extendida sobre la mesa de luz. Pensó entonces que lo hacía, esperando que ella se acostase para apagar al fin la luz del velador.
Pero Ariel lo que como cada noche estaba haciendo, era tomar con su mano derecha, el terrón de azúcar que guardaba dentro del cajón de su mesita de luz.
Viendo de reojo que Claudia ya estaba con sus ojos cerrados, llevó el terrón a su boca, esperando que se disuelva lentamente. Este fue su último terrón.
Acto seguido giró hacia Claudia, la miró, le deseó dulces sueños, y la besó. Suave, dulcemente.
Ella respondió al dulce beso como lo hacía siempre, con sus ojillos cerrados. Notó esta vez que este beso era más dulce de lo habitual. Era muy dulce. Extremadamente dulce.
Sintió la dulzura en sus labios, luego en su lengua, y en toda su boca. Tanta empalagosa dulzura, y la lengua de Ariel, la estaban ahogando. Se sintió sofocada.
Tres segundos después, abrió los ojos. El mismo sueño, pero ya era tarde. Esta vez no pudo gritar.
Seis días después la autopsia revelaba: Muerte por asfixia. Déficit de insulina y glucagón en el páncreas. Ausencia total de glucosa en todo su cuerpo. Causa desconocida.
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