Había una vez una muchacha llamada Yineska. Era más bella que cualquier día o noche de encanto. Más bella que un ocaso pintado con oro y con plata y con destellos de azul brillante. Él la amaba con todo sur ser. La amaba tanto que todos los días le pedía a sus sentimientos qua la amaran por siempre. La amaba tanto que la eternizó en su amor. Pero ella no sentía nada por él. Él lo sabía. La luna, eterna inspiradora de poetas que escriben de los amores más sentidos, se le acercó a él y le dijo que si quería ella la podía encantar para que le correspondiese a su amor. Le dijo la luna que sentía que ese amor por esa bella muchacha iba más allá de los sentires más profundos de su ser. Él le dijo que no. Él le dijo a la luna que un encanto de amor no sería un amor salido de los más bellos sentimientos de ella. Le dijo que si bien la deseaba amar por siempre, también entendía que ella no había nacido para amarlo a él. Pero si le pidió algo a la luna. Le dijo, luna, sabes lo tanto que la amo, deja que me funda contigo para poder acariciarla y cuidarla en su travesía por la vida. La luna le dijo que si. Le dijo, eres el primero que me pide algo así. Le dijo, tú amor por ella merece que la puedas contemplar por siempre. Y él se fundió con la luna. Ahora cada noche él la puede contemplar. Y cuando la luna está en su plenilunio, él la puede acariciar con su amor que se viene con la luz de la luna. Ella no lo siente, pero él le acaricia se cabello, sus ojos, sus mejillas. Cada luna llena él acaricia todo su ser y le pide a la vida que la cuide en su andar por ella. Con su amor eterno que se viene con la luz de la luna, él en cada caricia le dice, Yineska, por siempre te amaré, por siempre desearé cuidarte, por siempre desearé lo mejor para ti. Por siempre te acariciaré con mí amor sentido por ti. Un plenilunio de amor que nació por una muchacha llamada Yineska, la más bella muchacha que haya acariciado la luz de la luna. Cada plenilunio ahora y por siempre será un plenilunio de amor.