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HOTEL BALEA

La Casa de los Balea, es un edificio maltrecho con tantos recodos como escaleras; miradores falsos como ventanas cegadas; despensas y alacenas inservibles; con áticos y sótanos como habitaciones.
Cien años en venta, y estando junto a un bello parque nadie la compra. La historia de la Casa de los Balea, es triste y pecaminosa. Los dueños esperan a un turista que ignore los pormenores de los hechos allí acaecidos y se decida. Pero el lugar, ni por poco, se asemeja a una zona turística ni tiene pretensiones de parecerlo.
El pueblo Los Tres Álamos, es recóndito y fiero. Sólo alguna que otra adelfa crece entre los pedruscos de sus escabrosas calles, que más parecen caminos de cabras monteses, todas en cuesta y todas van a dar a la ermita de Santa Águeda; maltrecha propiedad de un santo varón de Castilla, donada al pueblo después que un obús afrancesado la destrozara.
Ellos, los franceses, con su historia de la Revolución se portaban como ateos incultos destruyendo el patrimonio religiosos de los pueblos vencidos…, o engañados ¡qué se lo pregunten a Godoy!

Año 1809
Hay personas que al cruzarse en nuestro camino dan la impresión de sentir por ellas un gran afecto. Entonces como si sufriéramos de un vértigo de empatía se entrega nuestro ser más allá de los propios deseos, de las propias esperanzas. Tal caso o cosa le ocurrió a la bella Eloisa, hija única de los condes de Balea, con el gondolero. Eloisa tenía su casita de muñecas en el señorial parque de la finca, a orillas del lago natural, y el guapo Miguel su barca y el trabajo.
La muchacha y el gondolero sentían el fuego de la pasión en la sangre joven y briosa que corría por sus venas, y en el pensamiento donde se engarzan las perlas del amor. Ellos sentían ese tesoro y lo acrecentaban con mimoso tacto. Nunca pasaron del trato casto y suave que embelesa y subyuga los sentidos; porque plenos estaban dentro de una dulce romanza que hablaba de poesía y de sueños, sentimientos auténticos y tenaces que viviera por los siglos de los siglos en la memoria del pueblo.

La primera noticia de la invasión napoleónica, en Tres Álamos, llegó con el estruendo de un obús al explosionar sobre la ermita de Santa Águeda.
Aún los vecinos no habían recuperado el control de los sentidos, cuando el galope de un batallón de soldados compuesto por cuatro compañías, a caballo, atronó las tranquilas calles del pueblito.
Cinco minutos después, en el balcón del ayuntamiento, hondeaba orgullosa al viento la bandera tricolor del país vencedor, junto a los cuerpos magullados del señor alcalde y tres concejales, colgados por el gaznate.
En la Casa de los Balea, resistió hasta el último hombre mujer o niño.
Murió el duque atravesado por su propia espada, el gondolero en brazos de Eloisa, el secretario un capataz y diez campesinos junto a la Duquesa que fue pasada a cuchillo por negarse a entregar el collar de perlas grises, testimonio de su grandeza.
Destrozaron, los gabachos, la gracia del edificio ducal convirtiéndolo en acuartelamiento. Tendrían que pasar seis días para que un soldado de la guardia diera con Eloisa a orillas del lago, manteniendo el cuerpo putrefacto del gondolero entre los brazos.
Eloisa parecía abandonada de la razón, perdida en la lejana noche de los tiempos. Eso parecióle al capitán, por que los balbuceos en el habla de la joven no estaban constituidos en voces, ni en sonidos representativos de los posibles estados de su conciencia, sino de las sensaciones de asombro experimentadas en su psique ante el espectáculo horroroso, al que había sobrevivido.
Alimentada a mano por el capitán pronto recuperó la lozanía del cuerpo, no del espíritu. Erraba por la casa ducal, buscando cosa tan banal como su muñeca de trapo.
El cuerpo de la joven aún púber levantaba los deseos más pecaminosos de aquella turba humana. El capitán intentó mantener apartados a sus hombres de la joven, mas ella parecía preferir la compañía de la tropa soez, como si buscara alimento en los gusanos del lodo, que aquellas bestias tenían por conciencia.
El capitán enamorase con hartura de la duquesita.
Conquistar a Eloisa fue para el capitán negocio visto y logrado. Había aprendido muchos donaires en su trato con las mujeres en los pueblos conquistados, mostrando una sumisión hipócrita de amoroso rendimiento con las cautivas, a las que abandonaba, después, deshonradas y humilladas. Con Eloisa iba ha ser distinto.
No diremos que Eloisa se le resistió, al menos eso le pareció a la cocinera, vieja de peligroso talante que en el asedio a la casa había matado diez a soldados con el arcabuz de su marido, pertrechada tras una horrible gárgola. Salvó la vida porque nadie tuvo el pensamiento puesto en que tal sombra de mujer, hubiese tenido los redaños suficientes para manejar la pesada arma que se halló a su lado.
El capitán había puesto cerco a la fortaleza de la virtud de Eloisa, con una muchedumbre de alabanzas; adulaciones, y alcahueterías de todo jaez. Perdiendo en el empeño su propia paz. ¿Le conquistó el espíritu? Pronto vería la cocinera que no.
El capitán paseaba orgulloso del bracete de Eloisa, un botín codiciado por todos sus hombres, por el parque donde el espíritu del gondolero vagaba angustiado, entre los olvidados nenúfares que habían podrido sus jóvenes carnes. Lloraba el gondolero con la tristura sin consuelo de las ánimas en pena, en penas de amor.
De tan oscura manera recuperó la hija del Duque el estatus de dueña de la mansión. Allí dónde se había derramado la sangre de todos sus amores, ella gozaba de una calma chicha, dulce y aparente.
-Querida -dijo un día el capitán, con su hermoso acento itálico, afrancesado-, no es seguro que andes entre la tropa…, sin medias y con los senos al aire.
Y la cubrió de gasas, besos y joyas. Eloisa se sonrió amistosa y complacida, mas siguió comportándose tal cual, en una amoralidad extraña.
El capitán pasaba el tiempo celándola, pero la casa tenía más de dos puertas, y él algunas horas que emplear en su oficio.

Año 1812
A la cocinera le era imposible encontrar barriles de vino donde ocultar los hombres asesinados a manos de la tierna Eloisa.
Cuando los invasores aseguraban que el espeso caldo cada vez estaba más exquisito, la requetevieja mujer, sentía aflojársele la andorga.
Como la tropa vagaba a sus anchas por tabernas y burdeles del puerto, no era fácil controlar su número. Pasaría casi dos meses para que un sargento estudioso y casi barbilampiño, poco dado a los excesos de la tropa, sospechó que algo andaba que muy mal en el acuartelamiento.
Dijo:
-Mi capitán, la tropa está diezmada.
Mando el capitán tocar retreta. ¡Catorce hombres de trescientos! El capitán después de emborracharse por primera vez en su vida, telegrafió a al comodoro y no hallándole en el buque que ya estaba camino a Francia, mandó tocar a zafarrancho de combates. Los cuatro gatos a su servicio, tan borrachos y desprevenidos como él, sucumbieron entre los brazos de sus amantes…

Año 2005
Un nuevo alcalde, del pueblito de los Tres Álamos, se ha propuesto restaurar la Casa de los Balea, está decidido a terminar con la maldición, de paso hacer negocio.
Todos los concejales están de acuerdo, exceptuando a Eusebio con cien años de vida o más, hombre del que nadie sabe de sus familiares y cuyo patronímico es arto dificultoso para el hablar de los pueblerino (Erasmos de Rótterdam) y por ello rebautizado como "Eusebio". Eusebio es aceptado con buen talante por la mayoría del consistorio en vista de complacer a la tercera edad, considerándole de poco lustre e incapaz de mantener en pie una propuesta.
Dijo el concejal viejito:
-¡ No!
-¿ No? -El señor alcalde-. ¿Y por qué?
-Porque, señor alcalde, habrá un reviejo fantasma que no tendrá en donde llorar sus penas de amor. Y se vengará.
El señor alcalde contesta:
-Pues ¡sí! No faltaba más.

Un hostal de cinco estrellas, ofrece a la clientela entretenimientos culturales, como teatro de variedades…, que buen escenario hay para ello. Con el adicional y muy singular trasfondo del rehojar de cadenas entre bastidores, salas, salones y pasillos de todo el edificio.
Cuentan, algunos inquilinos que una bella joven se ofrece magnánima…
Ni dos meses después de la inauguración, los desaparecidos se cuentan por docenas. Eusebio, me ordena escribir sus memorias con la historia puesta al día de La Casa de los Balea. Así lo hago sin añadir punto o coma. "El Diario Dominical" la publica en la página "Sociedad". En la sección anucios, el Ayuntamiento proclama:

HOTEL BALEA
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