La mañana mostró sobre el horizonte su mejor estrella dorada, una suave brisa refrescaba el aire, el canto de las aves y el sonido lejano de los animales se conjugaban en una única armonía maravillosa de la gran creación de Dios, la naturaleza; yo expectante y emocionado, admiraba en solitario todo ese espectáculo maravilloso y único. Todo se anunciaba, sin campanas, como un nuevo y espectacular día; pero de golpe… Algo cambió, un apagado y no muy lejano crepitar acallo la melodía de los pájaros, comencé a observar vuelos raudos y apresurados, casi sin rumbo, en una confusión ilógica; no había pelea entre ellos, menos cacería o cortejo; era extraño, yo no entendía esta nueva comedia que se presentaba ante mis ojos, era tan confuso, que solo la aparición de una liebre y dos cuis me distrajo; estos, como si fueran hermanos y sin importarles mi presencia, pasaron casi atropellando mi carpa y se perdieron costeando el arroyo; ya era indudable que algo más temeroso que la presencia humana, les estaba desafiando. El golpe de una brisa ya no fresca, caliente, me obligó a escudriñar hacia el poniente; la visión fue horrenda, todos los paisajes se desdibujaban con un grotesco bailoteo efecto de las ondas de aire caliente que se alejaban del suelo, un crepitar más fuerte sirvió como prólogo del avance destructivo de las lenguas ígneas con colores vivos, naranja y amarillo, pero su base en rojo carnesí provocó en mi una agonía.
- ¿Los nidos y sus pichones?
- ¿Las madrigueras y sus crías?
Tanta muerte… Vi los espinillos y los talas crujir y retorcerse, el sonido que provocaban me semejo un pedido de auxilio; todo esta clavado a la tierra, esa tierra que es lamida por las lenguas de fuego.
- ¿Dios qué hacer?
De repente gritos, no, son ordenes, y casi mágicamente por entre las nubes de humo negro y cual si estas fueran un cortinado que se abre para permitir el paso del primer actor; vi sus cascos amarillos y sus mamelucos rojos, como compitiendo con el mismísimo fuego o camuflándose con el para que no descubra a su enemigo; allí aparecieron ellos librando desigual batalla, una pelea semejante a la de David contra Goliat; sus armas unas chicoteras, mochilas con agua, sus cuerpos y sus pies; horas de ardua tarea, cansancio solo superado por el saber de ellos, son la única esperanza; lentamente se vuelven a perder, perseguidores incansables… Finalmente su lucha rinde frutos y he aquí que por primera vez se relajan; observo sus rostros y sus manos, al igual que su ropa otrora impecable, ahora, negras como el paisaje que dejo a su paso el Goliat derrotado; fue entonces que uno de ellos, tan solo quizás de doce años, se arrimó a mi y pude ver su rostro, donde encontré rastros de piel blanca que dejaban a su paso las gotas de sudor que caían de su frente; lo mire fijo a los ojos y mi pregunta surgió espontánea.
- ¿Por qué?
Y su respuesta brotó tras una sonrisa que mostró sus dientes blancos tras un rostro tiznado.
- ¿Por qué que?
Entonces le remarque.
- Tú ropa esta sucia, tú cuerpo esta cansado, hasta la suela de tus zapatos esta derretida y tan solo tienes doce años. ¿Por qué?
De nuevo su sonrisa y esta vez con orgullo e hidalguía, me respondió.
- ¡¡Soy Bombero, Soy Voluntario!!