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El mito de Morwald

En el principio, no había nada, ni árboles, ni montañas, ni viento ni tampoco sol, tan sólo él, Morwald, que en lengua antigua viene a ser “el origen”.
Éste era una criatura de metro y medio de altura aproximadamente, morro chato, orejas largas que le caían sobre las sienes y una cola larga y rechoncha. Su cuerpo peludo y grisáceo estaba lleno de llagas y pústulas, apenas si podía mantener los ojos abiertos y de su boca babeante y repleta de colmillos colgaba una lengua larga y oscura.
Morwald no tenía voz, y tampoco la necesitaba, pues era el único ser que existía. En su soledad, tomó de pronto un pedazo de oscuridad y la engulló, y de sus heces surgió la Tierra, blanda y maleable, pero que con el tiempo se endureció hasta convertirse en roca. Después orinó en aquella masa oscura y deforme, y su orín, que ni olía ni tenía color alguno, hizo los ríos y los pequeños mares que habrían de poblar la Tierra.
Más tarde moldeó con sus propias garras las montañas y los árboles, que en un principio estuvieron desnudos.
Deseó que los árboles fueran más bellos, y los colmó de hojas que había hecho con pedacitos de mocos. De la misma forma hizo la hierba, que cubrió los campos hasta donde alcanzaba la vista.
Entonces se echó a dormir, pues estaba muy cansado. Cuando despertó, vio su obra y se maravilló, pero sintió lástima por verla sumida en la oscuridad. Entonces tomó dos rocas entre sus garras y chascando una contra la otra hizo fuego, que colocó sobre la Tierra para que la alumbrara.
Por último pensó qué clase de criaturas debían poblarla, y cuando lo hubo decidido, se rasgó la palma de una mano y vertió varias gotas de sangre sobre el suelo.

Donde había caído cada gota surgió un ser aberrante, excepto uno, Neldar, que era muy bello. Morwald aniquiló a las aberraciones y creó a partir de la nada una compañera para Neldar.
Procrearon, y tuvieron catorce hijos, siete mujeres y siete varones. Poco después de haberse instalado en la ribera de un río, Morwald se apareció a Neldar y sus vástagos para confiarles que él era el creador. Pero no le creyeron, en vista de lo horrible de su aspecto, y lo expulsaron con piedras y burlas. Morwald, para vengarse, creó un monstruo, el Geeran – tributo, o pago -. Cada año, Neldar debería entregar en el claro de Geeran, en los bosques, un muchacho y una joven para que los devorase, o de lo contrario la criatura atacaría sus aldeas.

Así, durante años los hijos de Morwald pagaron el sangriento tributo al Geeran, y pocos fueron los que se atrevieron a desafiarle, pues Morwald castigaba con la ceguera a todo aquel que osase alzar una lanza contra el monstruo.
Un año, saciado de sangre, Morwald convirtió al Geeran en piedra y lo colocó en medio de un valle. Después volvió a aparecerse a Neldar, pero éste continuó sin reconocerle.
Morwald se retiró del mundo e hizo hijos nuevos, pero todos eran aberraciones. Tardó varios años terrestres en crear un ser bello como Neldar, una mujer, a la que llamó Fain.
Como ya había hecho antes, creó una pareja para Fain, y procrearon dieciocho hijos, nueve de cada género. Para entonces el pueblo de Neldar se había desarrollado bastante y su extensión abarcaba valles y montañas. Pero a Morwald esto ya no le importaba, pues sólo tenía devoción por Fain.
Bajó a los campos donde la muchacha y su progenie se habían instalado y les dijo que era el creador. Fain tuvo miedo, pero su corazón era tan noble que escuchó las palabras de Morwald, y entonces lo reconoció.
Éste se sentía tan dichoso que dotó a su pueblo con el arte de la industria, y conocimientos sobre diversas cosas. Después se retiró de nuevo a la oscuridad, y nadie volvió a saber de él.

Un siglo después Neldar y los suyos supieron de la existencia de Fain, e indignados ante la idea de que hubiera más gente en el mundo - habían creído siempre que el mundo era sólo suyo, sin competidores -, aparte de lo próspera que era esa sociedad, sintieron celos.
Celebraron un concilio, del que salió una única resolución: harían la guerra contra aquellos extraños.
Pero la guerra, en contra de todos sus pronósticos, sólo duro unas horas, pues el pueblo de Fain los arrolló sin piedad gracias a su inteligencia y tecnología superiores.
En su oscura morada, Morwald se regocijó profundamente y condenó a los supervivientes del pueblo agresor a vivir en las simas más profundas de las montañas.
Datos del Cuento
  • Autor: ruben
  • Código: 21083
  • Fecha: 22-05-2009
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.47
  • Votos: 79
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3837
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