La verdad es que era un bosque pequeño; uno de tantos bosquecillos de España, pero no había lugar más bonito para cientos de ardillas, gorriones, pájaros carpinteros, mariposas, culebras y demás animalillos..., y es que allí siempre estaba uno fresco y respiraba aire puro. ¡Fijaros que hasta había un camaleón! La primera vez que apareció por aquellos lares provocó un gran revuelo y muchos fueron los que se llevaron un susto de muerte; tanto fue así que uno de los búhos, el que primero lo descubrió, se quedó petrificado en la rama de un pino y allí sigue todavía, moviendo tan sólo de vez en cuando el cuello y parpadeando muy despacio.
Ninguna palabra volvió a decir desde entonces, pero claro, como allí en el bosque todos eran tan buenos, el resto de búhos y demás pájaros: colibríes, verderones, mochuelos, cuervos... se ocuparon de su manutención y cuidado, y más de uno mal pensó que el búho se hacía el sueco y seguía en su papel de perplejo e indolente para no trabajar, pero no, no era eso, sino que todavía le duraba la impresión.
- Perdóname búho, no quise asustarte, ¡pero es que yo soy así!, y aunque no le creas soy uno de los ejemplares más hermosos de mi especie. Tanto es así que, ¡ay!, un cacique de Ciudad Real me compró en las selvas tropicales del otro lado del mar. Allí estaba mi casa. A pesar de todo pude escapar cuando vino por aquí un fin de semana de vacaciones. ¡Espero que me aceptéis! - dijo el parsimonioso camaleón en la asamblea que se celebró cuando fue descubierto.
El búho asintió con un rígido movimiento de cuello, pero por lo demás no se movió lo más mínimo. En seguida toda la asamblea hubiera aplaudido si hubieran tenido manos, pero como sólo tenían patas patearon; ¡pobres culebras!, no podían hacer nada, pero como son muy ingeniosas serpentearon por entre las hojas resecas. ¡Claro que iban a aceptar al camaleón! El frescor de los bosques no entiende de países y menos de dueños. Allí todos eran iguales; además, a todo el mundo le resultaba extremadamente curioso el camaleón, pues no habían visto uno en su vida.
- ...y las selvas tropicales de donde vienes, ¿están muy lejos? - preguntó un pequeño colibrí.
- ¿Lejos? No me creerías si te dijese lo lejos que están. Hay tanto mar entre esta tierra y aquella que no se la beberían todos los camellos de la historia de África juntos.
- ¿Y crees que podría llegar volando?
- No lo creo, pequeñoo colibrí, tus alas son muy pequeñas, ¡pero estamos bien aquí.
- ¿Qué es un camello? - preguntó un viejo zorro resabiado, y así estuvieron muchos días, venga a aprender del camaleón y el camaleón de ellos.
El bosque estaba perdido en mitad de una llanura toda amarilla y verde y a lo lejos, contaban las águilas, se difuminaban pequeñas aldeas. También llegaban a ver las aldeas en la lejanía los pinos más altos, que eran los habitantes más viejos de allí, pero cuando las florecillas les preguntaban acerca de lo que había más allá de las llanuras no escuchaban las respuestas de los vetustos árboles, pues sus bocas, contrariamente a lo que se cree, se hallan en sus copas y no en sus troncos.
- ¡Chilla más, pino, que aquí no te escuchamos! - decían las adelfas, cardos y azaleas. Pero por mucho que los árboles levantasen la voz las florecillas seguían sin escuchar nada, y por eso siempre bajaba a ras de suelo un águila majestuosa y les contaba lo que veía.
- Hay varias aldeas en varias direcciones, todas de casas bajas y paredes blancas. Los seres humanos se dedican a sus quehaceres, y aunque parecen inofensivos no hay que fiarse de ellos, pues si mis ojos no me engañan, y nunca lo han hecho, he visto en varias casas canarios enjaulados y perros encadenados. Pero estar tranquilos, todavía están muy lejos y temen el bosque.
- Ve y cuéntaselo al búho, pobrecillo, él también tiene derecho a saberlo - dijo una hortensia.
Los inviernos eran duros de verdad en el bosque y muchas veces nevaba. Al principio el camaleón, que nunca había visto caer esas bolitas blancas del cielo se quedó maravillado, pero en seguida comenzó a quedarse petrificado, igual que el búho, por el frío, y si no llega a ser por unos topos que allí había en el momento preciso y que le metieron en sus madrigueras bajo tierra con toda urgencia sin duda hubiese muerto.
- ¡A quién se le ocurre salir con esta nieve, y más viniendo de los trópicos esos que dices...! - dijo la señora topo.
Pero con los años se conoce que el camaleón se fue acostumbrando al clima y ya incluso paseaba bajo la nieve sin problemas.
- Yo te serviré de paraguas, camaleón, pues con mis brazos no dejaré que te caiga nieve encima, guarécete en mi base - le decían los pinos.
- Si tienes problemas refúgiate en mi piel velluda, tupida y caliente, no hay problema - le decían los linces, pero el camaleón contestaba:
- Lo haré si me veo en apuros, pero esto ya no es nada para mí, yo ya soy de aquí.
¡Ah, daba gusto vivir en el bosque, sí señor! Y en primavera era todo radiante, y era en esa época cuando las crías de los zorros, de los jabalíes, de los ciervos y demás mejor se lo pasaban. Se quedaban anonadados a ciertta distancia del camaleón con sus cambios de color, y éste de vez en cuando jugaba a asustarlos sacando su larga y pegajosa lengua, ¡y más de uno en su huida chocó contra un pino!, pero luego todos volvían con más curiosidad, decenas y decenas de crías de todas las especies, y el camaleón de dejaba olisquear y lamer haciendo la estatua, pero de repente, cuando menos lo esperaban hacía un movimiento espasmódico y ¡chás!, todos corriendo desperdigados otra vez. En las aldeas si hubiesen afinado bien el oído seguro que hubiesen escuchado sus risas y júbilo...
Un día vieron en el cielo los pinos más altos grandes bandadas de cuclillos y tórtolas que viajaban hacia el sur. También habían notado los días anteriores un gran movimiento de gatos salvajes, ardillas, ratones y serpientes en la misma dirección.
- ¿Qué sucederá? - se preguntaban entre sí los pinos, y esto es muy raro, porque los pinos son muy poco curiosos, así que le preguntaron a una bandada de estorninos.
- ¿Qué sucede? Hermano pino, es una lástima que no puedas girarte, pues con tu vista potente en seguida comprenderías..., grandes muros de un duro e inhóspito material se están levantando hacia aquí. En realidad hace ya muchos años que se produce este lento pero inexorable avance, ahora pronto llegarán aquí. ¡Ah, esos malditos muros!, ni el pájaro carpintero más fuerte podría penetrarlos. Y se levantan vertiginosos y amenazadores..., ¡fíjate que dajan enanas a las secuoyas gigantes! - contestó el que parecía más sabio de la bandada.
- Pero, ¿y las águilas? Ellas hubieran visto en seguida esto y nos hubieran avisado - contestó el pino más alto.
- ¿Las águilas, cuándo fue la última vez que viste una?, se marcharon todas a las montañas azuladas al ver lo que se venía encima. Los humanos son torpes y mezquinos, pero tienen muy desarrollado el poder de destruir: no se contentan con exclavizarnos a los animales, también lo quieren hacer con la naturaleza. Todos nosotros veníamos de los bosques perdidos y mágicos de Teruel, pero ¡ah, amigo!, allá no queda nada, créelo. - El pino quedó pensativo, ¿cómo no se habían dado cuenta de la desaparición de las águilas?, pero claro, los pinos eran tan mayores y pasaban tanto rato dormidos que resultó fácil el despiste.
- Bueno, hermano, nosotros marchamos ya en busca de un mundo mejor. Lo siento por vosotros y por toda la flora, pues no tenéis cómo huir.
Muy apesadumbrados trascurrieron los siguientes días. Ya todos los animales y plantas del bosque sabían lo que sucedía, pues el tráfico de pájaros, animales y demás se multiplicó con las semanas. Al principio, ávidos de saber, preguntaban a todos los animales que por allí pasaban, y hubo respuestas para todos los gustos: desde el histrionismo tremendista de las comadrejas, que les contaban que lo que habían visto era el fin del mundo, hasta las respuestas confusas de los topos, que como eran ciegos contaban las cosas de oídas y de olidas mientras eran guiados por sus hermanos los ratones de campo.
- ¡Ya decía yo, algo de esto me olía, pues antes mis ancestros podían cruzar toda España sin tocar una vez el suelo, pero ahora yo apenas llegaría hasta el final de este bosque!, tan pocos árboles quedan. - dijo una ardilla.
Muy curioso fue el caso de una marta especialmente hermosa, que se adentró en el bosque y allí se quedó, con los ojos perdidos y tristes.
- ¿Y tú por qué no huyes? - le preguntó una mantis religiosa que vivía cerca de donde se instaló.
- ¿Dónde huir? Esto ya no lo puede detener nadie. He escuchado durante la peregrinación que los habitantes de este bosque no vais a escapar, y yo quiero quedarme con vosotros. Para mí ya no hay huida posible, pues mi amado fue muerto en los bosques mágicos de Teruel - y lloró, pero recibió especial consuelo de todos los animales.
Y ciertamente, tras varias reuniones, asambleas y concilios los habitantes del bosque habían llegado a la conclusión de que ellos no huirían; ¿por qué demonios tenían ellos que abandonar el bosque? Preferían morir allí a vivir eternamente huyendo.
- El que quiera - dijo un ciervo muy viejo - se puede marchar, claro, pero yo me pienso quedar, pues todos nuestros ancestros han vivdo aquí. Es cierto que nosotros nada podemos contra los seres humanos, pero si huimos ya habremos renunciado, ¡ya habremos perdido la lucha!. Lucharé quedándome aquí. Confiemos en que los humanos bordeen el bosque - pero nadie tenía esperanzas en esa idea.
Pero por increíble que parezca, a la mañana siguiente ni siquiera uno de los animales del bosque se había marchado, ¡ninuna hormiga siquiera!
- Además, ¿cómo podríamos irnos y dejar aquí solo al búho estatua? - dijo el camaleón en tono de broma - ¡Eso jamás, yo no lo abandonaré! - y al buen búho alguna lágrima se le escapó allí imperturbable en su rama, pero todos eran una piña. Incluso la marta se veía más alegre.
Una gran alegría y concordia reinaba en aquellos momentos a pesar de que con el paso del tiempo ya se escuchaba el retumbar de la tierra con sus desaforadas vibraciones a escasos metros: enormes máquinas amarillas merodeaban muy cerca, y una legión de humanos vestidos todos igual se instaló en los linderos del bosque.
A los pocos meses no había en el lugar ni rastro del bosque y en su lugar se encontraba una barriada que en aquel entonces pertenecía al extrarradio de la ciudad; hoy es casi un barrio del centro.
Pero, ¡ah, amigos!, en el cielo os puedo asegurar que existe un enorme bosque, sí señor, donde caben todos los animales y donde la hermosa marta volvió a encontrarse con su amado, que la estaba esperando, y donde un viejo zorro convive con miles de camellos y donde un búho asombra por su gracilidad y magnificente vuelo, compañero inseparable de un camaleón medio español..., y aunque hay algunos humanos en ese gran bosque éstos son muy escasos.
Como siempre es un placer leer los cuentos de este autor.... Con gracia y dulzura el autor te pasea de parrafo a parrafo... felicitaciones!!