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Colombia

~Avanza la imparable temporalidad, descrita por muchos como la eyección del universo infinito y constante, hacia la falta de conciencia del hombre finito e imperfecto; dejándonos a todos la enorme responsabilidad del que vive para sí y el que vive para otros, tras apoderarnos de las ya apoderadas ramas de la guerra, los porqués y las cuestionables razones de lo divino. Me pregunto si aún ahora, en un país como el nuestro, en donde crece la vulnerabilidad y se arraiga la pobreza, logra surgir la esperanza de aquello que nos une como seres auténticos, merecedores a igual del pan y el vino de la vida, o si por el contrario, decae la convicción de hermandad que tan arduamente se han encargado de inculcarnos.

Pero no, parece demasiado tarde; el hombre ha muerto: Están los insumisos, que asesinan con derecho, sumando a sus cualidades revolucionarias la acción de que todo vínculo con el poder, es, de algún modo, execrable e inconsecuente para una sociedad que se consume bajo los parámetros del “orden” y la “justicia”. Están los soquetes, que asesinan por naturaleza, dotados de incomprensión y paganismo, herederos de los ideales de Homero, el Chavo, Goku, el Chapulín, entre otros grandes pensadores de su tiempo. Están los que asesinan por piedad, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, creyendo en la salvación como un método práctico de sufrimiento y potestad, aún para aquellos “hijos del mal”, quienes en su dotada imperfección, sustentan el límite entre los elegidos (hijos de Dios) y los bastardos (hijos del Diablo). Están los “héroes”, que asesinan por honor, defendiendo al pueblo indefenso, incapaz de arremeter contra las convicciones de sus padres, dioses de la guerra, dejándose arrastrar por el hábito, la zozobra, la desidia y demás legados de la aparente colonización. Están los que se asesinan solos, consumiéndose al espejo, vigilando día y noche los residuos dermatológicos, producto de la vejez, comprando aquí y allá, dispuestos siempre a la mejor foto y a la más sexy de las poses. Están los come libros, desocupados e ignorantes que asesinan por verdad, llevándole la contraria a todo y a todos, merecedores de réplicas como la de Heidegger, Sartre o Foucault, inclinándose por el desorden y el fallido intento de lo existencial, que hace tanto tiempo ya perdió vigencia en esta nación de sosegados. Están los que no asesinan a nadie, o sea, los que asesinaron a todos; callados, ciegos, cobardes, incompetentes, que nunca ven ni presencian nada; tragados por completo por el miedo. Y están, por último, los que como yo, envenenados y engreídos ante lo que les rodea, terminan por asesinar a todo un país con escritos como éste.

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