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Categoría: Terror

Comida para el indigente

Karl había estado golpeando a su ex esposa durante los últimos meses. Por lo mismo, la mujer había optado por hacer lo más correcto en estos casos: denunciarlo con las autoridades correspondientes. Karl sabía que aquella acusación remataría en unos buenos años en prisión. A sabiendas que las personas que ahí se encontraría lo harían pasar la misma suerte que él le hizo pasar a su ex mujer, prefirió tomar cierta medida. Suicidarse sería darle gusto a la que fue su esposa, pues ella deseaba verle muerto. Así que hizo lo que en ese momento consideró más sensato (¿pero, qué tipo de sensatez puede tener alguien que golpea a su esposa?). Escapó de aquella que fue su casa y se fue a…
A decir verdad no tenía más lugar a donde ir, pues sabía que sus padres, conocedores de su mal comportamiento, no le solaparían nada y ni en broma lo acogerían en su casa. Entonces sólo le quedaba algo por hacer y un lugar a donde ir: la calle. Karl, desde aquel día se convirtió en un indigente. En el grupo de pordioseros al que se unió, no le faltaría nunca el alcohol. Y vaya que lo necesitaba. Igual la comida no escaseaba en el parque, pues la gente tenía a buen proceder tirar los sobrantes en los botes para la basura. Era sólo cuestión de buscar y tener buena suerte. A veces podría encontrarse con algún pan con un poco de lama; otras veces un guiso en una bolsa de plástico. Así estaba siendo la vida de Karla de ahora en adelante. Al menos en el parque estaba libre y el grupo de pordioseros lo respetaba. En prisión la cosa hubiera sido distinta, pues aparte de estar encerrado, los residentes del lugar hubieran hecho de su vida una verdadera pesadilla.

¿Cuánto tiempo había estado ahí? No lo recordaba. Su ex mujer ya debía haberse olvidado de él. Además de que ya para esas fechas se debió haber casado con un hombre que sí la tratase bien. Lo más importante en esto: que no la golpeara como lo había estado haciendo él. Pero Karl tenía cosas “más importantes” en que pensar. Por ejemplo, el hecho de que la gente ya no tiraba comida como antes. A buena hora se les ocurrió ser escrupulosos y no desperdiciar los alimentos. Eso no era bueno para Karl. De hecho no era bueno para ninguno de los pordioseros del parque pero ¿Qué importaban los demás? De la única persona que debía preocuparse era de si mismo; como si un grupo de indigentes le tuviera turbado, cuando ni siquiera se ocupó de la que fue su esposa.

Como ya lo había dicho antes, ahí era libre. Ese parque no era el único que Karl conocía. A una media hora de distancia a pie, se encontraba otro. De suerte que supo de su existencia, pues en éste, la gente seguía tirando comida. No podía quedarse en el otro esperando que el alimento llegara, sino que, si quería sobrevivir, entonces tenía que buscar la comida en otro lado. Pero era su “lugar secreto”, pues nadie de sus compañeros tenía conocimiento del sitio aquel.

La suerte estaba de su lado. Era ya de noche cuando vio que un sujeto de aspecto peculiar tiraba algo al bote de la basura. Esperó a que aquel tipo se alejara y se dirigió al cesto. Comenzó a hurgar ahí. De buena suerte que se hallara con algo de alimento.
Pero no era comida lo que encontró, sino la cabeza cercenada de una persona.

Como sea era carne. Como sea, se podía comer y Karl tenía ya mucha hambre.

Fin
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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