Como cada mañana, el primer rayo de luz tenía por banda sonora el “run-run” de la cafetera.
Quema. El café quema. Mis labios se mojan con el café mientras salgo de la cocina y cruzo el salón pensando que el café quema. Siempre digo lo mismo. A ver si mañana no lo caliento tanto.
La puerta de atrás cruje, es vieja y necesita que la cambien. ¡Cuántas veces la habremos abierto! Se desplaza noventa grados y muestra el infinito.
Sé que el paisaje que hay ante mí tiene fin, que hay muros y paredes más allá, pero jamás me he preocupado por ver que hay en la lejanía. Este es mi mundo, lo que veo. ¿Para qué quiero más si tú eres mi mundo?
Me siento en el porche. Hay rocío s obre el columpio y sobre el pasamanos. Los dos son de color blanco. Hay rocío sobre la verde hierba y sobre las amapolas.
El horizonte se muestra anaranjado pero poco a poco se va apagando. Es culpa del Sol. Como cada mañana, se levanta conmigo. Encierra al amanecer y después sus rayos secan el rocío. Cada vez queda menos rocío sobre el campo. Cae una gota desde n pétalo de amapola. Ya no hay rocío...
¿Quién le ha dado la autoridad al Sol? Pasan las horas y sigue subiendo, tanto que se posa sobre mi cabeza. Pesa mucho. Mi sombra ha desaparecido. Cuando más necesito su compañía, cuando el Sol se posa sobre mi cabeza, me abandona. Suerte que él está allí.
¿Dónde está él? ¿Por qué no sale como cada mañana? Siempre es igual. A medio día abre la puerta que cruje, es vieja y necesita que la cambien.
Se sienta a mi lado sobre el porche. Está unos segundos en silencio. ¡Cuántas cosas se expresan con silencio! Se calza el sombrero, sonríe. Se levanta y besa mi frente. Como cada mañana me dice:
- “Me voy a la ciudad a trabajar”.
- ¿A qué hora volverás? – le contesto.
- “A la hora de siempre. Aunque lo mismo me retraso si ligo...”
Los dos nos reímos. Él me quiere a mí y yo le quiero a él.
Como cada mañana, se sube a la destartalada camioneta. Encara al polvoriento y largo camino que se pierde tras el horizonte y se va. Trabaja muy duro, pero lo hace por mí...
Como cada mañana, el Sol ha salido, la cafetera ha hecho “run-run”. He salido de la cocina y he cruzado el salón. Me he quemado con el café. Como cada mañana he abierto la puerta vieja que cruje y necesita que la cambien. Me he sentado en el porche a ver el rocío sobre el campo. Como cada mañana el Sol se ha puesto sobre mi cabeza, el rocío se ha secado y mi sombra ha desaparecido. Como cada mañana... no, hoy no es como cada mañana
No es como cada mañana. Él no ha salido por la puerta vieja que cruje y necesita que la cambien, ni se ha sentado a mi lado sobre el porche, ni se ha despedido ni se ha marchado en la camioneta.
¿Dónde está él? No recuerdo que pasó ayer. ¿O sí? Vagamente... Él volvió de trabajar tarde, muy tarde. Como siempre yo lo esperé con ansiedad en el porche.
Cuando él llega de trabajar está muy cansado, pero siempre, antes de relajarse, me besa y sonríe al decir “ya he vuelto”. No es una obligación, pero con su beso certifica que ha vuelto a casa.
¿Y mi beso? Ayer cuado llegó no me besó. No me dijo “ya he vuelto”. ¿Dónde seguías? No habías vuelto a casa... Pasó corriendo sin que me diese tiempo a decir nada. Casi no pude ni verle.
Entró en el baño y encendió el grifo violentamente. Estaba preocupada. ¿Por qué no quería volver a casa? Fui a su encuentro.
Cerré la vieja puerta que cruje y necesita que la cambien. Crucé el salón y pasé por la cocina. Había estado preparando su comida preferida. Salí de la cocina, subí por las escaleras y abrí la puerta del baño.
Le miré, parecía asustado. Desapareció. ¿Dónde estás? Como cada mañana he salido a esperarle al porche pero él no ha salido a medio día, ni ha abierto la puerta que es vieja, cruje y necesita que la cambien, ni se ha sentado a mi lado, ni se ha despedido ni se ha marchado en la camioneta.
El Sol se posa sobre mi cabeza. Es muy pesado. Hoy no es como cada mañana. Sus rayos me hunden y me queman más que nunca. Es muy pesado. Mi sombra no está y él tampoco.
Pasan los días y ya nada es como cada mañana. Cuando me levanto sale el Sol y su banda sonora es el “run-run” de la cafetera. Me quemo con el café mientras cruzo el salón. Aro la puerta que cruje, es vieja y necesita que la cambien y me siento en el porche. Veo el rocío sobre el campo y cómo este desaparece por culpa del Sol, que se eleva lentamente hasta posarse sobre mi cabeza. Él no sale, pero del interior de casa fluye su esencia.
Me canso de esperar. El Sol está tras de mí y él no ha salido. Vuelvo a entrar en casa. Me siento a cenar y siento su mirada clavada en mi cuello. Pero él no está...
Cuando me ducho es como si sus manos siguiesen ahí con deseo de tocar mi cuerpo desnudo. Pero él no está...
El Sol ya se ha ido. No sé quien le ha dado la autoridad, pero hasta el Sol necesita ir a dormir. Yo también, y es en la cama cuando más le echo de menos.
Esta mañana no ha abierto la puerta vieja que cruje y necesita que la cambien, ni se ha sentado en el porche conmigo, ni me ha besado, ni se ha despedido de mí, ni se ha marchado en la camioneta. No obstante, en la cama, donde más le echo de menos, también siento su presencia, como si la fuerza de sus piernas siguiese rodeando las mía con pasión.
Pero él no está...