Ella conducía tranquila, al menos eso creía entender, eso pensaba. Se acercó, enfiló la calle, un semáforo en rojo, esperó con calma, ya verde, pisó suave el acelerador, mirada al frente, firmeza en el espíritu, nada me importa,
nada me perturba, se dijo convencida. al pasar no notaré nada. se repitió con fortaleza.
Pero su corazón, a pocos metros de aquella casa, le falló, dejó de funcionar bien, su mente necesitaba que latiera con normalidad, le obligaba mentalmente, pero nada, no latía, más bien se agolpaba. Las manos de ella sudaban, el sol me está dando de frente pensó ella, será ese el motivo de esta sudada, no pensemos en más. Pasó por delante del portal y entonces, dos metros después ya encontró más calma, buscó un aparcamiento, lejos, cada vez quería irse más lejos, alguien le dijo, mira aquí tienes un sitio, ah sí, dijo ella con disimulo, claro, no lo había visto.
Sus manos maniobraron torpes, miraba inquieta por el espejo retrovisor, suspiraba por dentro, por favor, que se acabe ya, deseaba estar fuera del coche, convertir en transparente su carrocería, convertirse en transparente ella para cualquier mirada, imploró a la vida, a las casualidades, a los astros, a los hados de las coincidencias, a las coincidencias de las miradas, por favor, no, que hoy no sea el día en que queráis jugar conmigo, se decía por dentro, hoy no, tengo las manos temblorosas, tengo los ojos haciendo chiribitas de nostalgia, toda yo estoy temblando, por favor, hoy no, no sabría qué hacer, no estoy preparada, por favor hoy no, dejádlo, hoy no, por favor. Abrió la puerta del coche, cerró, atravesó la calle, su corazón comenzó a latir lentamente.
Luego ya, dentro, tranquila, sosegada, muy dentro de otro mundo y fuera de toda mirada, estando sentada de repente oyó una voz: mira acércate, mira las vistas, se ve hasta el mar, algo así no se ve todos los días, ¿verdad?
Ella se acercó a la ventana, se quedó mirando el mar, sí, es verdad, contestó en voz baja, esto no se ve todos los días y mientras lo pronunciaba recordó un episodio de su vida, ella llorando apoyada en el marco de otra ventana, mirando ese mismo trocito de mar, nadie la vio, nadie lo supo, pero era el mismo mar, era el mismo paisaje, los mismos colores, los mismos dibujos de luz, pero distinto mes, distinta ventana, distintas lágrimas.
Luego él apoyándose en su mano le dijo, bajemos, quiero que lo veas todo.
Ella sujetó con firmeza su brazo, bajaron y asomándose a unas grandes cristaleras él le dijo como bromeando:
¿Te gusta mi nueva casa?
Ella, atravesando los cristales más que con la mirada con el alma, tan solo acertó a decir, dejando su mirada perdida, de forma intencionada.
Es un buen lugar, tiene unas bonitas vistas, me alegro de que hayas venido a vivir aquí.
La última frase la compartieron ellos, el mar, aquel lugar, una calle y un atarceder que, cómplice, comenzaba a proteger con su íntima oscuridad el color de su coche.
La próxima vez cuando pase ya no sentiré nada, soñaba la mujer mientras pisando el acelerador a fondo se alejaba del lugar.
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No se puede luchar contra un corazón que quiere sentir.
Tus cuentos logran arrancar dulces notas musicales en el corazón más duro, felicitaciones querida amiga, tienes el toque...