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Conciencia delatora

Estaba la habitación rodeada por un inmenso silencio, uno de aquellos que inspiran respeto, los muebles ocupaban gran parte en la oscuridad, las cortinas me observaban como siempre lo hacían cuando yo dormía. Nunca me atreví a romper aquel espeso sigilo que cubría mi habitación, pues el silencio era para mi como un ser al cual había que respetar por las noches. Yo lo temía infinitamente, me atormentaba cada noche. No podía mover mi cuerpo, pues aquel sonido que causa mi roce con las sábanas podría despertarlo. Claro, era un miedo que debía superar, ya que no dormía nada, y en el transcurso del día el sueño se adueñaba de todo mi cuerpo, y caía dormido en cualquier rincón. La lucha constante que mantenía con aquel monstruo, que la mayoría de las personas conoce como silencio, era para mí una tortura. Cada noche, cuando las luces se apagaban, y los ruidos de todas partes cesaban y se desvanecían por los recodos del mundo, aparecía no sé de donde aquel enorme silencio, y me aplastaba, hundiendo cada parte de su esencia en mi profundidad, dejando brotar en mi, un miedo incontrolable.
Esa noche una curiosidad inusual en mi, apareció de súbito en mi mente. Me encontró de sorpresa entre mis sábanas y me hipnotizó bruscamente. Era por un extraño sonido que provenía de muy lejos, parecía que emanaba de la tierra, o quizás era ella misma que quería decirme algo a gritos, desesperada por su triste existencia.
No sé cuanto tiempo permanecí inmóvil, no quería que el silencio creyera que yo era el causante de aquel extraño ruido. Tuve los ojos cerrados con gran sutileza, que me hizo sentir un ser con grandes aptitudes cautelosas, no los podía abrir, pues aquel sonido áspero que sale de cada parpadeo, podía enfurecer al silencio que me horrorizaba.
Sin embargo me armé de valor, y tras unos cincuenta intentos, abrí los ojos lentamente. Quedé con mi vista clavada en la lámpara que colgaba del techo, tenía forma de araña que teje su tela, creo que sintió mi presencia pues se quedó inmóvil. Luego de un largo rato, volví a contemplarla tan solo como una lámpara. Y aquel sonido opaco seguía inquietándome cada vez más. A medida que transcurría el tiempo, el ruido aumentaba y aumentaba sin poder concluir realmente que era. Pensé muchas cosas, analicé cada parte del ruido, logré percibir que era un ruido intermitente. Y logré sentir que venía de un lugar de mi casa. Supuse que era el patio trasero, ya que no era un ruido encerrado, como si fuese de habitación. Sino que era de un lugar abierto.
Creo que el silencio adquirió una especie de curiosidad invisible, pues ya no lo sentía tan amenazante, y además aquel ruido se había apoderado de toda mi casa. Entonces, con una rigurosidad bien calculada, me levanté despacio, y emprendí una de mis aventuras más riesgosas que pude haber realizado: ir a averiguar cual era la causa de aquel misterioso ruido.
Crucé mi habitación con un gran frío interior, sentí que los muebles me alentaban y me insinuaban que tuviera mucha valentía. Las ventanas, mi cama, los muebles del comedor, las cortinas, en fin, toda mi casa estaba conmigo. Eran ellos, el único apoyo que tenía.
Cuando llegué por fin a la puerta que daba al patio de mi casa, sentí un temor implacable. Tuve deseos de regresar a mi habitación, acostarme y enredarme en las sábanas, olvidarme de aquel ruido que en ese momento lo sentía muy cerca, pero ya era una obsesión, y dejé de lado ese arrepentimiento y con gran gallardía procedí a abrir la puerta.
Tuve la esperanza de sentirme protegido por mi perro, un perro que tenía hace mucho tiempo, sin embargo lo odiaba, no lo soportaba. Esa cara de lástima y ese cuerpo lleno de quizás cuantos bichos no me agradaba. Lo alimentaba por obligación, pues no lo quería, lo odiaba. Esa cola que movía siempre que me veía, me tenía realmente enfurecido, quería sacarla de su cuerpo y esconderla, y así darle un gran sufrimiento. Nunca creí que lo iba a necesitar tanto como aquella noche, lo quería ver al lado mío, juntos los dos luchando por una misma causa, pero claro, lo más seguro era que estuviera durmiendo, o quizás hubiera arrancado tiritando de miedo.
Abrí la puerta, y entre la oscuridad y las plantas que cubrían gran parte de mi patio, apareció algo sorprendente, cuando lo miré quede estupefacto. Era una especie de ave de rapiña, pero enorme, sus grandes alas negras cubrían todo el rincón de mi patio, tenía unas garras gruesas y unos ojos penetrantes. Me miraba fijamente sin emitir aquel molesto ruido. Su gran pecho negro le daba una imagen imponente, ni siquiera mi perro podría haber luchado contra aquel gran animal, hubiese quedado reducido a una simple rata de alcantarilla, en ese momento me surgió la pregunta obvia ¿Dónde se encontraba?, ¿Habría huido ?, ¿Estaría esperando detrás de las sombras el momento preciso para atacar?. Nada de eso había ocurrido, detrás de aquel enorme ave, yacía el cuerpo muerto de mi odiado, y en ese momento deseado perro. Estaba con toda su piel cubierta de sangre, no supe si la noche no me dejaba observar bien su rostro, o si había sido arrancado por aquel monstruo . Pobre animal, nuca fue querido, y ahora que lo necesitaba había muerto, me había traicionado, aunque era leal conmigo, nunca notó que yo lo odiaba.
Aquel espectáculo era aterrador, mientras mi perro muerto seguía desangrándose, el ave gigantesca me observaba directamente a mis ojos, yo envuelto en un miedo inefable no quería demostrar temor alguno, incluso llegué a creer que si le demostraba que estaba alegre de que hubiese matado a mi perro, él iba a volver de donde provenía sin hacerme daño. Pero su mirada clavaba mi mente, se hacía ardiente y me dolía todo el cuerpo, seguía mirándome cada vez con más odio. Tenía hambre en su rostro, y yo era su único alimento. Se enredaba cada vez más en mi interior, me insultaba con sus ojos, me rodeaba las venas y caía su mirada lentamente ovillada por mi sangre.
Mis sentidos se congelaron, llegué a quedar casi sordo del miedo. Ya no aguantaba más, quería escapar de mi alma, saltar al fondo de mi ser, o huir de mi.
De pronto, aquel animal abrió sus alas rodeando el espectáculo con su enorme imagen, y realizando aquel desagradable ruido. De un salto subió a la cima de mi casa y yo petrificado observé como brincaba sobre mi cuerpo…
En ese mismo instante quedé sentado en mi cama bañado por un sudor ardiente, sin dudar en ningún momento miré a mi lado y observé la sencilla belleza de mi mujer que dormía con dulzura. Encerrado en mi propia culpa, sin poder escapar de mi remordimiento la desperté con un suave empujón en su espalda. La miré a sus ojos y ella me miró asustada y le dije:

- Amor, lo siento. Nunca debí hacerlo, pero no te preocupes, me iré de la casa.
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