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Confidencia de un espanto

¡Nadie me creía!

Nadie creía cuando les decía que no dormía por culpa suya, ya que nadie más lo escuchaba.

“Yo espero, amables lectores, que ustedes juzguen con objetiva certeza, el más atemorizante episodio que sufrí en carne propia y que, en estas breves y atormentadas líneas, trataré de narrarles tal cual lo viví”:

En aquellas fechas sufría yo de un grave desorden del sueño, o como le dicen unos: insomnio.

Trataba en vano de dormir a horas normales, pero solo conseguía dar vueltas en mi cama; así que salía de mi cuarto, recorría las escaleras en penumbras para conducirme hacia la sala-comedor y pasaba las horas sumergido en la lectura, intentando conciliar el sueño.

Teniendo varios meses ya sin poder lograr mi cometido, se me hizo costumbre no estar en mi cama antes de las tres de la madrugada que era la hora en que se me acentuaba un poco el cansancio.

He de decirles que eso no me había ocasionado ningún problema hasta una noche de esas en que comenzaban los aguaceros fuertes de aquel agosto y, como acostumbraba, entré a mi recamara a esperar que el sueño me venciera de un momento a otro.

Todo parecía la paz y el silencio cotidiano, sin embargo, proveniente de un callejón aledaño al que finalizaba en la casa de todos ustedes, comencé a escuchar el sonido de una jauría de perros aullando quejosamente. Pude claramente escucharlos todos al tiempo despertando esto en mí un esbozo de miedo, pero el temor real se manifestó al darme cuenta que estaban sirviendo de apertura a aquello que es la razón de este amargo recuerdo.


De pronto todo es silencio, se esfumaron los perros en la nada, ni siquiera los grillos desearon hacerse presentes en ese instante. Como si ya supieran lo que proseguía.

“Es normal para ustedes pensar que es invención mía, o atribuirlo a algún desorden en mi cabeza, pero no. ¿Cómo podría inventar yo semejante cosa? ¿Cómo podrían ser tantas noches de angustia provocadas por mi mente?

Ustedes que pueden juzgar esta historia, podrán también tener un poco de bondad y no ser tan duros conmigo”:

En ese momento, bajo las sabanas, me quede quieto y con los oídos bien alerta, queriendo pensar en otra cosa, pero aquel silencio tan profundo, tan anormal, me incitaba a prestarle toda atención…

Un alarido muy hondo y terriblemente lúgubre pareció provenir de aquél callejón cercano, la voz de un hombre se quejaba de muerte dolorosa, muerte horrible, muerte interminable.

Esto provocó que me erizara la piel, temblara todo mi cuerpo y me calara hasta los huesos cual si hubiera sido alcanzado por una descarga eléctrica ahí mismo, dentro de mi cama.

“¡Ah!, pero este, amables lectores míos, fue solo el preámbulo de lo que parecía el inicio de su jornada. Su penitencia”:

Aquél lamento era acompañado por el sonido lento y claro de pesadas cadenas que eran arrastradas lenta y cansadamente a cada paso que daba. Casi podía verlo en mi mente: imaginarlo caminando trabajosamente, cargando pesadas y largas cadenas, lamentando su muerte y su dolor, con una expresión funesta y atormentada, igual a la que tendría cualquier muerto que no sabe que lo está.

“Es pura suposición, lo sé de sobra, pero no podrán culparme por pensar lo pensado, pues esa idea me ha acompañado todo el tiempo transcurrido desde que sucedió, ¿No podrán creer aún que lo invento o que estoy loco, verdad?”:

Otro alarido: ¡Aaaaaaaaaaaaaaaayyy, aaaaaaaaaayy!, esta vez un poco más cerca que el primero. Después otro más cerca, más cerca de mi casa, de mi alcoba, de mí. Un sudor frío no dejaba de deslizarse por mi espalda mientras rezaba desesperadamente lo poco que sabia rezar, ¡E imploraba que se fuera por Dios!

Se oía tan triste, tan necesitado, tan sincero que en otras circunstancias saldría en su ayuda sin pensar.

“Sin duda esto último les podrá quitar duda alguna de que estoy loco, ¿Qué loco saldría pues en auxilio de alguien que se quejaba de manera tan espeluznante y desenfrenada, Verdad? Un demente no entiende de otra cosa que no sea él mismo. ¡Ah!, pero en este caso, gentiles destinatarios, era una ineludible excepción”:

El miedo no me impidió pensar en si en ese momento estaría escuchando productos de mi imaginación, o del sueño que ya llegaba por fin, pero el pesado tintineo de las cadenas sobre el suelo, no dejaba lugar a dudas… Lo oía. Trataba e serio de rezar, pero no podía concentrarme en hacerlo, él no me dejaba.

Por la distribución de los callejones, uno casi frente al otro formando una desembocadura común, sabía perfectamente que el de “La Guacamaya” era el que amparaba aquel espanto, motivo de mis miedos más profundos en los años de adolescencia; por tanto sabía también que, al llegar al lugar en que dos callejones se hacen uno, las cadenas se dejaban de percibir, el silencio se recrudecía y se escuchaba un último lamento, aún más largo y fuerte que los anteriores… después todo terminaba.

“Así transcurrió casi medio mes, y lo comenté a quien quiso escucharlo, pero nadie lo creía. La verdad llegué a pensar si de verdad no se me estaría agudizando alguna psicopatía o algo así; pero después de la noche en que tuve la suerte de no estar solo, cambió mi perspectiva.

Si no me equivoco fue por los primeros de septiembre, pues las lluvias de agosto no se terminaban de ir, pero ya eran las últimas”.

Me encontraba en compañía de mi novia, quien me acompañó a casa a dejar de mi madre, puesto que ella no quería salir de la fiesta a la que fuimos invitados, así que me mandó a mí.

Ya saliendo de la casa, tratábamos de abrigarnos bien y resguardarnos los dos debajo del paraguas porque la lluvia que había comenzado a caer hacía escasos minutos se tornaba cada vez más recia.

Llegamos rápido a la desembocadura del callejón, tenuemente iluminado por un farol en la esquina que trataba sin conseguirlo, abarcar las dos desembocaduras de sus costados.

“Cabe mencionarles, piadosos confidentes, que mi novia era persona escéptica del todo respecto a los hechos expuestos por este servidor acerca del asunto en cuestión, pero bien que mal, me escuchaba.

Aclarado lo anterior, volvamos”:

Caminamos varios pasos ya por la empinada bajada de La Alameda, donde el callejón de “La Guacamaya”, nos quedaba paralelo y bastante cerca. De pronto el viento arreció fuertemente callando el sonido de la lluvia, mi acompañante se detuvo y dijo: -“Este silencio es muy extraño”- asentí con la cabeza y me disponía a aclararle, temeroso ya, que mis historias tenebrosas se convertirían en su experiencia cuando sin aviso, lo oímos:

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay, aaaaaaaaaaay, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaayyyy!

Nos miramos fijamente, ella con angustiosa sorpresa y yo, con temerosa mirada de ¡ya ves!, pero no dijimos nada, solo aceleramos el paso y nos apretamos más.

Ya para ese momento comenzó el pausado arrastrar de cadenas lentas, pesadas, cansadas y… otro alarido.

Ella trataba de decirme algo, pero se le atoraban en la garganta y solo vi una lágrima recorrerle la mejilla, así que la abrasé más fuerte y aceleré más el paso. No volteamos atrás por el miedo, pero algún tiempo después del episodio, coincidimos los dos en que teníamos la sensación de que no caminábamos solos…

Casi llegábamos ya a la plazuela de “Los Carcamanes” y comencé a descansar del todo. Un farol nos alumbraba de frente y podíamos ver bien nuestro andar.

Al dar la vuelta hacia la plazuela arriba mencionada, con el farol de frente, vimos los dos una sombra pasando delante de nuestros pies y nos obligó a detenernos, la vimos pasar de lado a lado y nos quedamos fríos de la impresión, porque nuestras sombras no se proyectaban de frente, sino de espaldas.

“Comprenderán ustedes que esto no podía ser más aterrador y que, catapultados por un acto reflejo, corrimos despavoridos”:

Yo tomaba su mano, bajamos hacia la esquina que hacía la iglesia de “La Compañía” con la antigua oficina de correos. Inmediatamente apareció, como caído del cielo, un taxi desocupado que tomamos en seguida.

Ella, desahogándose del todo, lloró. Yo, asustado, solo la contemplaba callado, pero secretamente satisfecho por tirar de una vez a la basura, la idea de mi psicopatía noctámbula.

Como dije, ya han pasado muchos ayeres de aquel suceso, pero algunas cosas, las que ya he contado, están aún frescas, debido a que seguí sufriendo de estos sucesos muchos meses después de lo ya contado.

“No pude lograr que ella me refrescara del todo la memoria y contribuyera de buen modo a no dejar tanta responsabilidad a mi perdidiza memoria, así que este es el argumento más completo con el que puedo convencerlos que es verídico de lo que acaban ustedes de enterarse”:

Como último recuerdo claro de esa noche, les diré que me miró, me acarició, y yo le dije: -“Espero que ya me creas. Esto es lo que he estado escuchando todas las noches-”. No contestó nada ni habló en todo el camino a su casa, aún ahora me es difícil sacar de ella alguna aclaración más completa que esta, pero nada. Aunque sé que ella lo tiene más presente que yo…

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