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Conversaciones con el profe

Ya estaba por irme al centro cultural cuando por la ventana de mi casa vi a un viejo amigo, "el profesor". Traté de esconderme pero el con su mirada luminosa y sonrisa de niño me dijo tantas cosas que no pude negarme a perder la visita al evento que iban a dar el centro cultural.

Ya en la calle y después de fraternales abrazos me invitó un café. Le acepté. Mientras caminábamos rumbo al lugar me contó que desde la última vez que me había visto (ya hace mas de cuatro meses) le había dado neumonía, un preinfarto, y, la noticia que yo había viajado, quizás, para no volver... pero, para su suerte, yo, había retornado. (¿Cual suerte?, me pregunté)...

El, era un hombre ya de ochenta años, ex-catedrático de la facultad de filosofía, poeta sin editar, y, por último investigador del "ente". Alto, encorvado de cabellos rubios y grises, proveniente de familia checa, judía, y un rostro faustiano... Dentro de mi le llamaba "Mefis". Leyendo a Tosltoy, recordaba un párrafo en donde la madre de Natasha, la Sr Rostova, cuando ya había perdido a su esposo y había llegado a perder sino todas sus riquezas, acostumbraba a repetir momentos de sus vida una y otra vez a los diferentes visitantes que llegaban a su humilde casa... y ella, era conciente de eso; según las palabras de Tolstoy, la ancianidad es como un lugar en donde el recordarse momentos alegres de sus vida vienen a ser como irse de paseo, de viaje, como un niño lleno de imaginación... En el caso del profesor su tema era el "ente"...

Ya sentados frente a nuestros cafés, habló del ente, del espacio como lo único eterno, el movimiento y la masa como elementos cualitativos, y, la conclusión de nosotros, los seres humanos, como la basura espacial. Aquello que tiene un principio y un final, pero, en comparación a la eternidad, somos cero, basura espacial... Con ejemplos acerca de los millones de años con respecto al origen del hombre, de sus cambios, de la singularidad de nosotros con las amebas, y, sobre todo del temor al vacío y a la nada... tomamos nuestros cafés casi fríos.

- En verdad - le dije, por supuesto, con una delicada hipocresía - siempre es agradable escucharle profesor, pues siempre (aunque me repita su teoría mil veces) uno aprende cosas importantes...

El me miró a los ojos y un brillo resaltó seguido de una franca sonrisa... Vi, cómo su pasión de esfumaba como el humo de un cigarro por los rincones del viejo restaurante que nos cobijaba. Respiró hondamente y cogiéndome la mano, me dijo:

- Me gustaría que me cuentes cómo fue tu estadía en París... Yo hace veinte años que no he vuelto… ¿Aún se ve a la gente saliendo con su baguette bajo el brazo, su vino, los clochards?

Le dije que ya hace tres meses que he regresado y fue tan extraña mi visita que no pude captar en esencia el sentimiento, pero, algo le dije:

- "Profesor, París, es como Evita Perón, hace mucho que está muerta, sin embargo, allí la tienen... bella, con sus cabellos rubios, sus ojos cerrados, su traje de colores sobrios y elegantes, en fin, tal como si estuviera viva, sin embargo, "ella", no está mas... París se ha convertido en un bello muerto, de calles hermosas, pero grises; parques enormes con árboles de colores del mismo color y con sus platas en orden y del mismo tamaño, pero tan artificial que da escalofrío, como si estuvieras frente a Evita... Las aguas del Sena son tan limpias, recicladas que dan ganas de tomar un poco de ellas como una pila de agua bendita; y su gente, es decir las personas que uno ve caminar silenciosamente y sin mirar a nadie por sus calles parecen más muertos que vivos; y sus muertos, sus museos, sus tinieblas que nacen tal cual fantasmas parecen más vivos que muertos... Profesor, París, está muerto, y tan solo quedan insectos, cucarachas, hormigas que diariamente van y viene a sus colmenas para luego encerrarse en sus cajita, a dormir, copular, comer y... todo los demás. Uno sube al metro y todo es silencio, así como si estuvieras en un campo santo… Es más hermoso y cálido estar frente a la tumba de Napoleón, o de Víctor Hugo. En fin, no me sentí ni siquiera triste, más bien, lamido por las extrañas miradas de los muertos vivos... Cuando salía a caminar por las noches, pues a partir de las siete todos los negocios cierran, me sentía acompañado por las sombras que, parecían estar esperándome para contarme sus cálidas historias de amor y belleza..."

El profe no dejó de escucharme, y antes de despedirnos me dijo:

- Escribe todo lo que me has dicho... ¡Escríbelo!

Nos volvimos a dar la mano, y le vi desparecer rumbo a su solitaria casa de viudo y sin un perro que le ladre por las viejas calles de mi pobre ciudad, llena de suciedad, gente de mal vivir, pero, con sus miradas llenas de brillo que emiten un calor familiar cuando esbozan, como un girasol, una sana sonrisa… era vida, y que yo reconocía dentro de mí, y que es para mí, el motivo de mi verdad... y el conocimiento de uno mismo.

Mientras retornaba a mi casa pensaba que tras la forma de una noche supuestamente monótona, muchas veces, las musas, nos regalan imágenes y temas llenas de encanto y brillo, y tan solo nos queda escribir y contar… una y otra vez, así como la repetida teoría de mí querido profesor, y su “ente”…




Lince, agosto del 2005
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 15441
  • Fecha: 05-08-2005
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 4.94
  • Votos: 65
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3386
  • Valoración:
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