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Cosas de niñas (y niños)

Paola no podía creer que por fin fuera a conocer a su primo Pablo. No es que nunca se hubieran visto, es que la última vez que estuvieron juntos solo tenían tres años y ninguno se acordaba bien del otro. Después el primo Pablo se había ido con los tíos a vivir muy lejos y no habían vuelto a encontrarse. Pero por fin iban a hacerlo. Paola, que ya había cumplido siete años, lo había planeado todo.

– Nos bajaremos al patio y podremos llamar a Carlos y a Teo y jugar al escondite, o echar un partido de fútbol. ¡Qué ganas!

Pero la tarde en que Pablo iba a venir a casa, comenzó a llover a mares. ¡Todos los planes se habían estropeado! Quizá por eso cuando Paola estuvo frente a frente con Pablo no supo muy bien qué decirle.

– ¿Por qué no os vais al cuarto a jugar? – sugirió Mamá cuando vio la timidez de los dos primos.

Paola y Pablo obedecieron y se marcharon en silencio a la habitación de la niña. Pero allí, la cosa no mejoró. Paola se sentía incómoda con Pablo, pero era su primo. Y por eso, porque era su primo, tenía que aguantar que estuviera curioseando entre sus muñecas.

– ¿Te apetece que juguemos con ellas?
– ¡Con las muñecas! ¡menudo rollo! Eso es un juego de niñas.
– No es cierto, yo juego con mi amigo Carlos, y con su primo Teo. Nos lo pasamos fenomenal.
– Pues vaya dos amigos que tienes. Los niños deberían jugar al fútbol, y no a las muñecas.
– También jugamos al fútbol, listillo. Pero hoy está lloviendo, así que no podemos salir a la calle. Así que si quieres jugar al fútbol vete tú solo.

Pero Pablo no quería jugar solo al fútbol, y mucho menos con aquella lluvia tan molesta. Así que con cara de asco cogió una de las muñecas favoritas de Paola y empezó a zarandearla. Cuando Paola vio como el niño agarraba de malas formas su muñeca azul se enfadó un poco:

– No la cojas así, que le vas a hacer daño.
– Pero si no es más que una tonta muñeca. No es un bebé de verdad, es solo una muñeca.
– Ya, pero es mi muñeca favorita y no quiero que la estropees. Déjala.

Pero Pablo no estaba dispuesto a soltarla. Hacer rabiar a su prima Paola, era lo más divertido que se podía hacer en aquel día de lluvia.

– No pienso soltarla. Tendrás que cogerla tú.

Paola, muy enfadada, comenzó a tirar de su muñeca. ¡Tenía que recuperarla! Pero Pablo también tiraba desde el otro lado con fuerza.

– Suéltala.
– No, suéltala tú.

Y así habrían seguido toda la tarde si no llega a ocurrir la cosa más extrañísima que Paola y Pablo habían visto en su vida. De repente, la muñeca azul, muy cansada de que se pelearan por ella, comenzó a chillar.

– ¡Se puede saber qué os pasa a vosotros dos!

Pablo y Paola soltaron la muñeca asustados y se miraron sin entender nada.

– ¡Vaya par de animales! – siguió diciendo la muñeca azul muy enfadada. Justo en ese momento, alertada por los ruidos, entró en la habitación la mamá de Paola.
– ¿Se puede saber qué está pasando aquí? ¡Menudo ruido!
– Mira Mamá, mi muñeca azul ha hablado – pero al señalarla, Paola se dio cuenta de que la muñeca ya no estaba en el suelo.

– ¿Qué muñeca? Aquí no hay nada…

Pablo se dio cuenta de que la muñeca, con la misma cara de enfado de antes, estaba subiendo por la estantería como si fuera un experto escalador.

– Sí, sí, ahora está trepando entre los libros, fíjate, tía.

Pero cuando los tres miraron hacia la estantería, la muñeca estaba plantada junto a unos libros tan quieta como siempre había estado.

– ¡Qué tontería decís! Las muñecas no hablan y mucho menos se mueven. Seguid jugando, pero no hagáis ruido.

Pablo y Paola se miraron sorprendidos. ¿Era verdad que habían visto la muñeca moverse o se trataba de imaginaciones suyas? Pero la muñeca azul les sacó de dudas, y comenzó a hablar desde lo más alto.

– ¡Casi nos pilla! ¡Menos mal! Si un mayor viera a una muñeca hablar se moriría del susto.
– ¿¡Hablas de verdad!?

La muñeca azul se bajó de la estantería de nuevo y se colocó delante de los niños. Les contó que todos los muñecos tenían la capacidad de hablar entre ellos pero que no podían comunicarse con los niños a menos que su vida corriera peligro.

– Y si no llego a hacerlo… ¡habríais acabado conmigo! ¿Se puede saber por qué os estabais peleando?

Paola le contó que Pablo pensaba que las muñecas eran solo cosa de niñas y que jugar con ellas era muy aburrido.

– Eso es porque nunca has jugado con una muñeca – dijo mirando con cara de enfado al niño.

Pablo, muy avergonzado, tuvo que reconocer que la muñeca azul tenía razón: nunca había jugado con ellas.

– Pues ya va siendo hora…¡a jugar!

De repente, de los cajones de Paola comenzaron a salir muñecas y ¡¡todas hablaban!!

– ¿Qué os parece si organizamos un partido de fútbol entre muñecas? – sugirió una de ellas.
– O podemos organizar una guerra de muñecas.
– No, nada de violencia. Sería mejor que jugáramos al escondite.

Y eran tantas las propuestas de juego que ni Paola ni Pablo supieron que elegir… ¡así que jugaron a todas! Era tan divertido inventarse juegos, imaginar que las muñecas eran exploradoras en una selva peligrosisíma, o que eran detectives tratando de capturar a una ladrón muy malvado o corredoras de una carrera de obstáculos que iba de la cama de Paola al escritorio lleno de pinturas.

Cuando los tíos de Paola vinieron a buscar a Pablo y se lo encontraron rodeado de muñecas, jugando divertido se sorprendieron mucho:

– ¿Estás jugando con muñecas, Pablo?

El niño, guiñando un ojo a la muñeca azul y a su prima Paola, exclamó:

– Pues claro, al fin y al cabo… ¿quién ha dicho que las muñecas son cosa de niñas?

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