Smith “El veloz”, un metro ochenta, contextura delgada, tatuaje en el hombro izquierdo, se busca vivo o muerto. Wow! Mi nombre se escucha por toda la ciudad, ¿pero así es como me buscan?, con afiches, jaja se necesita más que eso para encontrar al hombre que borrara del planeta al tirano que los ha usado como marionetas. ¿Sabrán cuánto he subido de peso?, si es verdad, sé que a veces no he encontrado comida, pero me las he arreglado, unas que otras latas abandonadas de frejoles y uno que otro insecto con muchas proteínas que por cierto saben a como se ven. Despierto entre las ruinas que ha dejado a su paso esta guerra, escondido en el sótano de una casa abandonada, con frio, no hay comida, sin agua, con la garganta seca, con mi único compañero un fusil francotirador, claro y con unas cuantas cosas materiales, piedras, casquetes de morteros y una que otra pared con sangre que le dan un toque de color a la vida, en mi cabeza aun escucho el caer de las bombas sobre la ciudad, es un día tan común de Junio. A veces pienso acabar conmigo y estar con las personas que más he querido, si allá, arriba, pero ¡no! hay algo que me impulsa a seguir. Salgo de mi guarida dispuesto a acabar con el tirano, avanzo unos metros, veo a lo lejos acercándose a dos soldados, los reconozco por su casco igual al de los motociclistas harleys, los dejo pasar de nada servirá acabar con ellos, en poco tiempo no serán nada, ingreso a una fabrica, la cúpula se reúne ahí, me escondo en un poste, no me ven, al dictador lo distingo por sus estrellas en el uniforme, desenfundo mi francotirador, lo tengo en la mira, contengo la respiración, el sudor resbala sobre mi cara, tengo el dedo sobre el gatillo, se cruzó una mujer ¿Quién es? Está en la mira ahora, ¿Quién es? Tiene una especie de cruz en su ropa, me vio ¿Qué hago? Todo el ambiente se torna blanco, con esponjas en las paredes, a lo lejos escucho su voz y me dice: “don Smith hora de tomar su medicina”.