Si injusta es su muerte, más injusto todavía es el que se pase por alto el tremendo contenido humano que esta envuelve. Que la naturaleza toda haya sufrido ante la muerte del justo es inobjetable, la luna se interpuso entre el sol y la tierra, provocando una oscuridad absoluta que envolvió a todo el gólgota, tan solo para observar aquello que no hubiera creído de otra manera, minutos antes el sol había brillado con tal intensidad, que las gargantas de los condenados gimieron indescriptiblemente torturadas por la sed, ahora se ocultaba tras la luna adolorido ante la injusticia infinita, la tierra gimió herida por el madero clavado en sus entrañas, madero del que colgaba el justo, madero de la ignominia, a cada lado del alma justa en agonía, dos almas que hacen compañía en el momento aciago, demuestran con sus posiciones los extremos a que el corazón humano nos lleva provocando los consabidos enfrentamientos, que de hallar terreno fértil, fácilmente pudieran desencadenar la más hostil de las batallas. Pero no en ese momento, porque todas esas almas estaban unidas en aquel instante por un motivo cósmico, holístico, la consumación de todos los tiempos, la redención de todos los muertos, que embutidos en sus pecados, no podían observar en su totalidad la magnitud de aquel acontecimiento. Jesús se inmoló, conciente del significado místico de su sacrificio, pero su muerte, no ha sido en vano, siempre que algún corazón sediento comprenda que en esa muerte hay vida, y vida en abundancia, duele sin embargo ver hoy día, que indiferente el hombre moderno, es capaz de volver a crucificar al santísimo, y aún no comprender que Jesús está dispuesto cada día a entregársenos por amor.