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Categoría: Ciencia Ficción

Cuando La Inercia Traiciona (Parte Uno)

Podría pensarse que una persona estaría cuanto menos curiosa, incómoda, desorientada y quien sabe cuantos adjetivos más se anexarían a la lista, si le tocara trasladarse a una época doscientos años en el futuro. Pero este hombre enjuto, de baja estatura, calvo, de nariz ganchuda y, huidiza e inquieta, mirada de ratón no se encontraba en ninguna de esas situaciones. Ni siquiera se alteraba ante los adelantos tecnológicos que desfilaban incesantes ante su vista. No es que el inspector Madi fuera un tipo indolente pero el panorama que tenía ante él más bien lo deprimía. Había tenido la ocasión, en su época, de desenmascarar a un astuto timador de casinos que se desplazaba en distintos planos temporales robando pequeñas fortunas a estas casas de juegos y ahora, desde el futuro, lo convocaban a resolver un dilema que sus colegas, que en su época aún no habían nacido, no atinaban siquiera a enunciar una hipótesis. “Pepe” se había presentado en su casa sin previo aviso mientras Madi cenaba y casi se liga una bala en la frente. Casi le suplicó que lo acompañara y el inspector, aún con la pistola en la mano, le planteó una larga serie de requisitos por escrito a los que Pepe tuvo que acceder inmediatamente. De esta manera, Madi se aseguraba el retorno, dado que no confiaba para nada en esta gente. Ahora, doscientos años en el futuro, viajaba en un auto movido a energía nuclear a cuatrocientos kilómetros por hora por una autopista subterránea confortablemente acomodado en el asiento de atrás, climatizado y escuchando música de su preferencia. Lo acompañaba el agente Trend dado que Pepe había quedado en caución en el pasado como garantía de retorno de Madi.

-          ¿Poseen muchas cosas que funcionan con energía atómica?. – Quiso saber Madi. Trend era un tipo callado. Desde que se había encontrado con Madi apenas si había pronunciado palabra. No era muy alto, de cabeza rapada y verdes ojos helados.

-          Casi todo lo que se mueve. – Contestó el agente. Se notaba que la presencia del inspector no le agradaba en absoluto.

-          Vaya. Mejor no pensar en accidentes de tránsito. – Trend le dedicó una inexpresiva mirada lateral y luego, desviando la mirada hacia la ventanilla, se sumergió nuevamente en su hermético silencio.

Inútil había sido también preguntar hacia donde iban, Trend le había dicho que no podía suministrarle dicha información, de modo que cegó las ventanillas con una pequeña botonera que obraba en su poder y comenzó un aburrido viaje de cuatro horas, mas o menos.

De modo que este sería el futuro de la humanidad en doscientos años: Poco cerebro y mucha tecnología mal aplicada debido al poco cerebro. Evidentemente el mal gusto seguía haciendo de las suyas y, por lo visto, había para mil años.

Por fin el viaje terminó y al abrirse la puerta del coche Madi pudo observar que se encontraba en los inmensos jardines que precedían a una enorme y fastuosa mansión. Trend tomó a Madi por el brazo suavemente y rápidamente lo introdujo en la edificación. A medida que recorrían los corredores lujosamente adornados casi a la carrera, Trend le iba proporcionando alguna escueta información:

-          Se trata de un asesinato. La víctima es un prominente industrial a la vez que senador de la nación… -

-          ¿Donde estamos?. – Interrumpió Madi.

-          No puedo decirle… - Contestó Trend. Al llegar al final de un corredor (Madi calculó que habían recorrido al menos trescientos metros) el agente abrió una puerta y una nutrida concurrencia los enfocó con la mirada. El inspector puso un pie en el interior y calculó que al menos veinte personas se hallaban en la enorme estancia. Paradójicamente esta se hallaba modestamente amueblada a pesar de que, al menos, poseía veinte metros de ancho, por treinta de largo y diez de alto. Los hombres y mujeres que había en su interior iban y venían incesantemente de un lugar a otro, al parecer, sin sentido alguno.

-          Están desesperados… - Murmuró Trend y casi al instante se arrepintió del comentario. Madi comenzó a caminar por la enorme sala observando el sin sentido de la ubicación del mobiliario, enormes escritorios vacíos, sillas bellamente adornadas aquí y allá junto a muebles de baja elaboración y, finalmente, el muerto. Madi lo observó desde su metro sesenta y cinco con la más abúlica de sus miradas. Poseía un enorme tajo en la cabeza y seguramente tendría el cráneo letalmente fracturado pero lo que más le llamó la atención, lo que casi lo fascinó, fue una enorme e imponente figura metálica dorada, plateada y gris plomo, de más de dos metros de altura, que permanecía de espaldas a una muy próxima pared, absolutamente inmóvil y con un recorte de hierro ensangrentado en su mano derecha. Trend se acercó al inspector:

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