Hoy amanecieron temprano
mis ansias de enamorar.
Salí a la calle galano
vestido como un figurín.
Una niña cruzó en mi camino,
y, al pasar, insistente la miré.
¡Qué no dirían mis ojos
que el grana subió a su piel!
Acérqueme a su vera
y muy quedo recité:

Eres bella como el sol;
florida como un rosal,
tan dulce como la miel
y tierna como el amor.

La niña bajó los ojos
la vi nerviosa temblar,
y con inmensa premura
quiso el paso acelerar.

Al contemplarla de nuevo,
vi su cuerpo escultural,
-que a bien seguro Fidias
hubiera querido esculpir-;
aquél rostro inmaculado
lleno de encanto y candor,
y noté, con sobresalto,
que la rojez de su rostro
me causa consternación
al pensar que mi osadía
la hubiese podido ofender.

¿Cómo pude yo olvidar
que en cuestiones del querer
no existe tiempo y razón
que evite, en un instante,
convertir el entretenimiento
en la más furibunda pasión?.

Perdonad si os ofendí,
le dije respetuoso,
pero sabed que me inspiráis
esta pasión que os confieso.

La niña, se paró de golpe,
volvió hacia mi su angelical cara,
y con la mayor de las dulzuras
arguyó de esta manera:

Agradezco vuestro interés,
pero ved que soy muy niña,
y seguro que a vos no gustaría
que la gente os preguntara
si la que os acompañaba
era una nieta querida.