¡Golpean la puerta!....José...¿me escuchaste?
La Cuca dió un salto, dejó caer la comida y salió corriendo, perdiendo en las escaleras algunos restos de pan. Cruzó velozmente los dos escalones que restaban y se detuvo ante la puerta. A esa hora no solía venir nadie a la despensa, pero justo ese día y a esa hora...pero por sobre todo había llegado a percibir aquel olor...
-José...vamos ¡atiende esa puerta!...¡caramba!
Era la voz disfónica de Ermelinda que reconvenía, como casi todos los días, la apatía de José en atender la puerta. El hombre, que solía sentarse a leer revistas viejas en un desvencijado sofá, estaba ahora profundamente dormido, la boca tan abierta como la revista que se apoyaba entre sus piernas.
-¿Tendré que ir yo?...¿será posible que este hombre, nunca, nunca se digne abrir la puerta?
Ermelinda secó sus manos en el delantal y, bastante malhumorada se dirigió a la puerta.
-¿Quién es?
-Soy yo.... don Favio
-¡Ya le abro! ¡ya le abro!...¡José, debería darte vergüenza que yo tenga, siempre, siempre, que hacer todo! Esta vez lo dijo en voz muy baja y al oído de José que, impertérrito, parecía disfrutar mucho de aquella siesta a media mañana.
Cuca, a medio comer, no se decidía a salir. Dudaba entre las deliciosas migas de pan y el olor que podía percibir detrás de la puerta.
Ermelinda recogió las llaves y al pasar nuevamente junto a José le tiró de una oreja frotándole el lóbulo, algo que desagradaba especialmente a su marido.
-Buenos días doña
-Buen día don Favio. Pase, pase...y disculpe la demora, es que éste José...
José sintió el ardor en su oreja y despertó, se secó la saliva de la comisura con el dorso de la mano y miró alternadamente a su mujer y al viejecito canoso con su gran mochila.
-¿Qué pasa? dijo bastante confundido con el visitante y su atuendo algo estrafalario, mientras recogía la revista que había caído al suelo.
-Ha venido don Favio, yo se lo pedí
-¿Don Favio? dijo mirando ahora al viejo que, parecía estar entretenido con algo que ocurría en el aparador.
-Si, nene, don Favio...el fumigador
Ya con el hombrecito dentro de la casa, el olor se había tornado insoportable para Cuca. Giró rápidamente y corrió hacia el aparador.
-¿Fumigador?..no tengo nada contra usted don Favio..pero...¿a quién vamos a fumigar?
La mujer pensó que no sería mala idea fumigarlo a él. Era fácil cuando se dormía a media mañana y abría tamaña boca; seguro que ni se despertaba cuando le pasara con un gran embudo el líquido lechoso y letal. Ese pensamiento hizo que sus ojos brillaran especialmente al tiempo que las arrugas del entrecejo desaparecían por unos segundos.
-Ayer abrí la despensa para sacar una taza y...¡de adentro de la taza salió una cucaracha inmunda con unas antenas enormes! Ah no, no...enseguida hice llamar a don Favio..no podemos seguir así ¿entendés?
A José le había pasado lo mismo unos días atrás pero se limitó a pasar los dedos por el borde de la taza y luego, como sí nada, se hizo un té de bolsita, pensaba que esos bichos eran un poco como él.
Previendo el armagedón que se avecinaba, la Cuca estiró todo lo que pudo sus antenitas y a todo correr de sus patitas quiso salir por la puerta de la casa, eso...quiso, porque Don Favio, bastante ágil aún estiró su pie y ...