Erase una vez un cuento... porque así empiezan los cuentos bonitos.
Era una niña a la que le gustaba expresarse mirando al Sol, tumbada en la hierba, jugueteando con su pelo, con sus rizos, era una niña, llena de luz, de alegría, con ganas de comerse el mundo y a todos los que dentro de él estaban. Un niña... que mirando al Sol, a veces veía la Luna.
Esa niña fue creciendo, se hizo mayor. Y se dio cuenta de que se había sumido en un mundo que no era de su tamaño, entregándose a un sueño, a un amor, que no era verdadero.
Ahora es tan sólo una pieza más del engranaje de las ilusiones, de las emociones, de los sentimientos y pasiones que rondan el mundo.
Y desea con corazón desbordado de equivocaciones que quien desee estar a su lado, se olvide de leer sus palabras. Porque el verdadero amor, la verdadera fuerza de la vida, no está en la búsqueda a escondidas de su pensamiento, de sus palabras inquietas, sino en la mano, en la caricia, en el abrazo, en la sencillez de un mirada de ojos profundos a ojos expresivos, sin más testigo de ese amor que la confianza.
Y mientras llega ese buen amor vive una vida sencilla como niña, como mujer, como persona, con un sueño en su vida... amar bien y desear sentir que es bien amada.
Erase una vez un cuento... porque así terminan los cuentos bonitos.