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~~Alberto, cuando llega a su casa a la hora de comer, lo primero que hace es entrar a la cocina donde su mama está atareada con los últimos preparativos del menú. Tras darle un beso, se lava las manos porque le gusta ayudar y con ellas sucias no se deben de tocar los alimentos. Su tarea consiste en lavar bien las hortalizas con las que van a preparar una apetitosa ensalada.
~~Había una vez una zanahoria que estaba plantada en el último rincón de la huerta, en un árido ribazo a donde, ni por asomo, llegaba una sola gota de agua. La desafortunada hortaliza se llamaba Cosilla.
Aquella calurosa tarde, Cosilla, además de sedienta y sofocada, estaba indignada.
– ¡Uf, que calor! -¡Jolines!. -Exclamó. – ¡Jolines! – Repitió, secándose el sudor que le caía por su verde pelambrera. Al sol en pleno verano… No es justo. Me estoy asando. Una huerta tan poblada y animada y yo aquí, sola y olvidada. De esta no me salvo, en este árido rincón fenezco de inanición. – ¡Que gracia! – Exclamó Cosilla, olvidando su enfado, me ha salido un pareado. No puedo distraerme, he de espabilar.
La atribulada zanahoria, gritando en dirección a una frondosa tomatera repleta de hojas y de rojos tomates, que estaba ubicada en un privilegiado bancal, en lo mejor de la huerta, informó:
– Doña Tomatera, tengo un problema que no vea usted.
La tomatera, al oír gritar a Cosilla, retirándose de la cara un perfumado sombrero de hojas, le preguntó – ¿Qué pasa pequeña, puedo hacer algo por ti?
Cosilla, se apresuró a contestarle: – Sí, por favor señora ¿podría plantarme a su sombra? tengo un calor exagerado…, un calor que no aguanto.
La solanácea, que era una planta sumamente solidaria y comprensiva, dijo compungida:
– Pobre pequeña… Veras, por mí no hay inconveniente, te puedes quedar, pero no te lo aconsejo. Tengo que informarte, que al loco del hortelano cuando se pone a regar se pasa y puede terminar por ahogarte.
Cosilla no comprendía lo que le decían.
– Yo tengo los pies en la tierra, lo normal para una planta, pero tú hija mía… ¿es qué no te ves? estas metida en la tierra de la cabeza a los pies. Pregúntale a Don Pepino, es listo el sabio cocombro, él te podrá aconsejar.
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