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Categoría: Ciencia Ficción

Cuestión de lógica

El doctor Bruce Svenson se dirigía a lo que se podría haber considerado una entrevista rutinaria con un paciente de Psiquiatría, de no ser porque el hacer entrevistas de ese tipo no entraba en ninguna de sus funciones como Director Adjunto de Psiquiatría del Hospital General de Boston. Lo cierto era que el caso le había llamado la atención al consultar la ficha en su despacho, y por ello decidió hacerse cargo de él personalmente. Se trataba de John Marcus, un hombre blanco, de 48 años, doctor en Físicas por la Universidad de Berkeley, donde había estado dando clases hasta hacía cosa de seis meses, cuando fue expulsado después de un periodo de faltas continuadas de asistencia y desatención para con los alumnos. Lo realmente interesante del Dr. Marcus era que afirmaba haber visto extraterrestres. “Pobre hombre”, pensó mientras abría la puerta de la habitación 357, que en realidad era un pequeño despacho adecuado para aquel tipo de entrevistas.
- Buenos días, doctor Marcus - dijo mientras tomaba asiento al otro lado de la pequeña mesa sobre la que reposaban las manos de Marcus-. Soy el doctor Svenson.
La imagen que daba el paciente no era la que Bruce se esperaba. En lugar de un hombre desaliñado y paranoico que no dejaba de moverse y mirar por encima del hombro esperando ver un alienígena que lo observaba, se encontró con un hombre distinguido y que irradiaba seguridad en sí mismo. La misma impresión le dio el sonido de su voz:
- Buenos días, doctor.
Tras una pequeña pausa para darse respetuosamente la mano, Bruce comenzó la entrevista.
- Bien, doctor, aquí veo que fue usted detenido por la policía cuando presa del pánico intentó estrangular al sargento McElroy en plena comisaría. Dígame, ¿es eso cierto?
- Sí, lo es - su voz seguía siendo tranquila y segura.
- ¿Le gustaría explicármelo?
- Verá, doctor - comenzó a decir John Marcus, después de lanzar un suspiro de resignación, como si fuera la enésima vez que lo narrara, que de hecho lo era -. Yo entré en la comisaría para denunciar la existencia de extraterrestres, cuando me di cuenta de que el sargento que me atendía era uno de ellos, pero... ¿qué le parece si empiezo por el principio?.
- Como usted quiera, tenemos tiempo.
- Muy bien - dijo Marcus, y tras hacer una pausa para tomar aire inició su relato -. Todo comenzó en mis clases de Astronomía. Yo solía bromear con mis alumnos sobre la posibilidad de que los aliens, como suelo llamarlos, estuvieran entre nosotros y no lo supiéramos. Como es lógico, por los pasillos de la facultad me cruzo a menudo con mis pupilos, y yo solía preguntarles “Buenos días, Smith” o “Buenas tardes, Johnson; ¿no será usted un alien, no?”; y ellos me contestaban “No, señor”. Y eso era todo. Eso era todo hasta un día, en que me encontré a solas en un ascensor con Albin Simphony, uno de mis estudiantes de quinto curso.
- Y usted le hizo la pregunta, ¿no es así? - interrumpió Bruce.
- Por supuesto. Le dije “Buenos días, Albin. ¿No será usted un alien, no?” y él me contestó “No, señor Marcus”. Pero estábamos en un ascensor y el pobre no podía escapar de mí, así que decidí continuar la broma, y le dije “¿No me estará engañando?”. Y entonces fue cuando me miró fijamente y dijo “Sería imposible distinguir al loco del alienígena”.
- No lo entiendo
- Ni yo tampoco lo entendí en ese momento, pero cuando estaba a punto de preguntarle qué diablos quería decir, las puertas del ascensor se abrieron e Albin se fue rápidamente.
- ¿Y más tarde lo comprendió? - preguntó Bruce realmente intrigado.
- Sí, doctor, al cabo de unas semanas lo vi claro. Albin Simphony es un extraterrestre.
- ¿Le importaría explicármelo?
El rostro de Marcus se ensombreció por un momento.
- Dígame, doctor Svenson, ¿es usted un alien?
- No, no lo soy - rió Bruce.
- ¿No me estará engañando, no?
- Por supuesto que no.
- Ya, pero ¿cómo puedo estar seguro de ello? 
- ¿Es que tengo pinta de extraterrestre? - dijo Bruce con una carcajada.
- Si tuviera pinta de extraterrestre - dijo Marcus permitiéndose una leve sonrisa - la pregunta sería innecesaria, ¿no cree?
- Sí, claro. Lo que usted quiere decir es que esos alienígenas tienen aspecto humano, ¿no es eso?
- Sí.
- Pues bien, doctor Marcus, si me lo permite le voy a demostrar que eso es científicamente imposible. Sé que es usted físico, pero supongo que está al corriente de las leyes de la evolución.
- Así es.
- ¿Y realmente cree que dos especies pueden tener una convergencia evolutiva total, estando nada más y nada menos que en planetas diferentes?
- Evidentemente no es posible, pero yo no he afirmado lo contrario. Simplemente he dicho que se presentan ante nosotros con nuestra misma apariencia.
- Ya entiendo. Lo que hacen es disfrazarse de hombres, ¿no? - dijo Bruce con sorna.
- Sí, eso es exactamente lo que hacen.
- Y supongo que me va a explicar usted cómo lo hacen.
- Bien, se me ocurren varias posibilidades. ¿Qué le parece si se las presento una a una y usted intenta rebatírmelas desde su perspectiva de... - las manos de Marcus acompañaron las últimas palabras dibujando dos comillas en el aire – “no creyente”?
- Me parece bien.
De hecho a Bruce le encantaba la idea. Siempre le habían gustado las discusiones inteligentes sobre cualquier tema. Le gustaba analizar el objeto de disputa punto por punto y demostrarle a su contrincante que su postura era errónea desde la base, para acabar la discusión con una sola frase que no dejara lugar a dudas sobre quién tenía razón. Y aún le gustaba más en esta ocasión, pues el rival era a todas luces una persona inteligente (y por tanto la discusión también lo sería) que defendía una cosa tan absurda como la existencia de estudiantes y policías que no eran otra cosa que seres procedentes de lejanas galaxias. Sí, aquella iba a ser una gran discusión.
- De acuerdo, pues ahí va la primera. ¡Ah, perdón! - rectificó Marcus -. En primer lugar me gustaría que me aceptara una premisa.
- ¿Cuál es? - preguntó Bruce.
- La llegada de los aliens a la Tierra. Digamos que hay muchas formas en que esto pudo ocurrir sin que el hombre se diese cuenta, ya sea porque llegaron mucho antes de que los radares y los satélites fueran inventados o porque conocieran la manera de burlarlos.
- De acuerdo, doctor Marcus, le acepto que ya están en el planeta. Demuéstreme que se pueden disfrazar de hombre.
- Primera posibilidad: su aspecto es totalmente diferente al nuestro pero han creado copias humanas. Por tanto, lo que vemos no son sino verdaderos hombres controlados por los extraterrestres.
- ¿Copias humanas? ¿Cómo las han hecho?
- A partir de un modelo humano, evidentemente. A partir de una simple muestra de DNA podrían...
- ¡Oh, vamos! Usted ha visto muchas películas de Spielberg. Es imposible reproducir un ser vivo a partir de su DNA.
- Es imposible de momento, doctor. Pero, ¿no cree usted que en el futuro será posible?
- En un futuro muy muy lejano - empezó a decir Bruce acompañando la voz con movimientos hacia adelante y hacia atrás del brazo y de la mano - quizá sea posible, pero de momento no.
- ¿Y si los aliens nos llevan millones de años de ventaja? - el rostro de Marcus reflejaba una pequeña sonrisa de triunfo -. ¿No cree que en ese caso sería posible que hubieran alcanzado esa tecnología?
- Bien, en mi opinión eso es mucho suponer - dijo Bruce, vacilante.
- Pero no está seguro, ¿eh? - dijo Marcus, burlón -. ¿Qué le parece si le doy una alternativa más creíble?
- Usted dirá.
- Suponga que los aliens toman un óvulo humano y lo fecundan in vitro con esperma también humano, ¿qué opinaría?
- Evidentemente eso sí es más creíble, pero ¿dónde los consiguen? Y no me diga que se los roban a seres humanos, porque ello supondría que deberían dejarse ver.
- ¿Ha oído hablar de las abducciones?
- Sí - dijo Bruce -. Gente que dice haber sido secuestrada por seres de otros mundos, los cuáles les han hecho todo tipo de pruebas médicas, para después devolverlos intactos a sus hogares. ¡No me diga que se lo cree!
- Simplemente le expongo una teoría que explicaría lo de los óvulos. ¿No lo cree así?
- Bien, sí, supongo que sería una posibilidad remota, pero factible.
La mente de Bruce estaba trabajando al 200% para salir de la encerrona en que él mismo se había metido. No podía permitir que el doctor Marcus le ganara ni una pequeña batalla intelectual, aunque estuviera seguro de que al final sería él quién ganara la guerra. Pero cuando ya estaba a punto de claudicar se le ocurrió la solución. Los músculos de su cara se relajaron instantáneamente para volverse a contraer y producir una sonrisa de satisfacción, a la vez que abría la boca para comenzar el ataque definitivo:
- Muy bien, doctor Marcus. Le voy a aceptar que los extraterrestres podrían crear copias humanas perfectas. Pero hay una cosa en la que no ha caído usted.
- Me gustaría mucho que me abriera los ojos, doctor.
Marcus parecía cada vez más divertido.
- Albin Simphony. Ese es el nombre del estudiante alienígena, ¿no?
- Sí. ¿Qué pasa con él?
- Pues que estoy seguro de que si investigamos en su vida descubriremos que tiene una madre y un padre, lo que le excluye de ser un producto de laboratorio alienígena. Y no me diga que su padre y su madre lo son también porque le demostraré que tiene abuelos, bisabuelos, y soy capaz de remontarme hasta Adán y Eva, si es necesario.
- ¿Y qué? Como le he comentado al principio, puede que haga mucho tiempo que estén de visita en nuestro planeta. Así, podrían haber creado familias humanas hace cientos de años. Estas familias vivirían entre nosotros, pero seguirían las instrucciones que les hubieran dado los aliens.
Bruce ya se esperaba que Marcus le llevara por ese sendero, y se lanzó a rematar la jugada.
- Sí, pero eso nos conduce de nuevo a Simphony. Tal vez su origen ancestral sea el que usted dice, pero él nació y se crió como cualquiera de nosotros. Su entorno era humano. Lo más probable es que su familia ni siquiera supiera la verdad, o como mucho que lo atribuyera a una antigua superstición familiar. Por lo tanto, dejaría automáticamente de estar controlado por los aliens, y se podría considerar humano, con lo que sería imposible que usted le hubiera descubierto.
Ahí estaba. Acababa de ganar la batalla y se dedicó a contemplar el rostro de Marcus para ver cómo se borraba su risa burlona. Pero no fue eso lo que sucedió, sino que la sonrisa se acentuó aún más, y dijo:
- Muy bien, doctor Svenson. Un argumento algo tosco pero bastante concluyente. Si quiere que le diga la verdad hace tiempo que llegué a él. Lo cierto es que Albin Simphony tiene unos padres encantadores. Los conocí hace algún tiempo, pero eso no viene al caso.
- ¿Quiere decir que está de acuerdo conmigo? - preguntó Bruce, confundido.
- Por supuesto. Si recuerda, estaba usted rebatiéndome la primera forma que tendrían los aliens de, como usted lo ha llamado bastante gráficamente, disfrazarse de hombres. ¿Le parece que vayamos con la segunda?
Bruce estaba realmente aturdido por la forma en que Marcus le había arrebatado su brillante victoria, pero eso le envalentonó a continuar la discusión haciendo trabajar al máximo a todos sus sentidos.
- Adelante - dijo enérgicamente.
- Imagínese que los aliens tuvieran la capacidad de modificar su aspecto a voluntad. Que pudieran adoptar la forma que quisieran.
- ¡Eso es aún más fantástico que lo anterior! No puede intentar convencerme de ello, doctor - se mofó Bruce.
- Yo creo que sí. Dígame, ¿no es cierto que el cuerpo humano se desarrolla a partir de una única célula inicial, el cigoto?
- Sí.
- ¿Y no es cierto que ese proceso se realiza mediante múltiples divisiones de ese cigoto, originando las células que posteriormente se dividirán para dar lugar a los diferentes órganos y tejidos, en el proceso que se llama diferenciación celular?
- Bien, muy a grandes rasgos, sí, es correcto.
- O sea, que de una única célula provienen células tan diferentes como las del hígado y las neuronas del cerebro, ¿no?
- Así es - dijo Bruce.
- ¿Y no es verdad que todas las células del cuerpo tienen la misma información genética, es decir, el DNA de todas ellas es idéntico?
- Sí. Pero no veo a dónde quiere usted llegar.
- Lo que quiero decir es que una neurona y una célula hepática contienen la misma información genética pero tienen una estructura externa totalmente diferente. Esto es debido a que una célula tiene la capacidad de adoptar muchas formas diferentes. ¿Es así?
- Sí, así es. Pero una vez una célula adopta una determinada forma, como por ejemplo la neurona, ya no puede cambiar, y será neurona hasta que muera.
- ¿No puede, o no sabemos cómo hacerlo? Tal vez una especie diferente haya evolucionado hacia esta plasticidad morfológica.
- Me cuesta creerlo.
- No pretendo que se lo crea, sólo que acepte que es posible.
- De acuerdo, es posible, pero volvemos a estar como en el caso anterior. Albin Simphony tiene padres.
- Sí, pero ahora el entorno humano no podría afectar a Albin, porque él y su familia serían realmente extraterrestres.
- Bien, tal vez estaría a salvo de creerse humano, pero no de ser considerado como tal. Estoy seguro de que tendrá un expediente médico en algún hospital, una revisión dental, cualquier cosa que demostraría que no es humano. ¿Y que me dice del nacimiento? ¿También saben dar a luz como una mujer?
Bruce sabía que había vuelto a ganar pero estaba seguro de que Marcus lo habría previsto y contraatacaría con una nueva teoría. Y efectivamente así fue. Pero en esta ocasión el doctor Marcus no sonrió, sino que dijo con seriedad:
- Brillante, doctor Svenson. Es usted un gran debatista.
- Le aseguro que usted también.
- Gracias.
- Pero no hemos acabado, ¿verdad? - preguntó Bruce, aunque conocía perfectamente la respuesta.
- No. Falta la última posibilidad. La que en mi opinión, y espero que muy pronto también en la suya, es cierta.
- Yo también espero hacerle cambiar de parecer. Vamos, ¿cuál es?
- Bien, usted me ha demostrado que es muy difícil (pero no imposible) que estén viviendo entre nosotros. Pero, ¿y si están viviendo “en” nosotros?
- ¿Se refiere a dentro de nuestros cuerpos?
- ¡Me refiero a dentro del cuerpo de Albin Simphony, del policía y de quién sabe cuántos cientos o miles o millones de personas más! - gritó Marcus.
- ¿Como parásitos?
- Peor, como propietarios absolutos de nuestros cuerpos.
La voz de Marcus ya no era ni tan calmada ni mucho menos tan sarcástica como antes. Había adquirido un cariz de gravedad que por un momento llegó a asustar a Bruce.
- Mire, doctor, eso me suena a cuentos de fantasmas que poseen a las personas. Supongo que me va a decir que no son entes físicos, sino energía en estado puro o algo semejante.
- No es esa mi intención. Creo que son seres vivos tan tangibles como usted o como yo.
- Continúe.
- Evidentemente son organismos de pequeño tamaño, ya que deben habitar en otro ser sin causarle grandes daños fisiológicos.
- ¿Y como se introducen en él?
- Francamente, no lo sé. Probablemente por algún orificio del cuerpo, o puede que sea el propio huésped quién lo ingiera al comer. Hay muchas posibilidades.
- Pero si son así de pequeños, ¿cómo pretende que hayan llegado a la Tierra desde su planeta?
- En platillos volantes, naves espaciales, llámelo como quiera.
- Me está tomando el pelo. Le repito que son seres minúsculos.
- Dígame, ¿conoce el incidente de Roswell?
- No.
- Le haré un resumen: en los años 50 o 60, no recuerdo bien, un ovni se estrelló en el desierto de Nuevo México. El gobierno americano se hizo cargo de él y de sus ocupantes.
- Sí, ahora lo recuerdo - interrumpió Bruce -. Hace poco salió a la luz una película de la que supuestamente era la autopsia de uno de esos seres.
- Exacto.
- Pero era prácticamente del mismo tamaño que nosotros.
- ¿Y no considera extraño que una civilización tan avanzada como para viajar hasta aquí desde galaxias de distancia tenga un accidente y se estrelle en el desierto?
- ¿Qué quiere decir?
- Pues que ese alienígena al que examinaban no era más que el vehículo de transporte de la especie de cuya existencia pretendo convencerle.
- Oh, vamos, doctor - dijo Bruce, que empezaba a pensar de nuevo en el doctor como un paciente al que había que curar de su paranoia -. ¿Puede usted decirme cómo ha llegado a tener esta fantasía?, por favor.
- En primer lugar, no es una fantasía - dijo enojado -. Pero se lo voy a explicar. Me di cuenta de que Albin era alienígena unas semanas después de hablar con él en aquel ascensor. Fue mientras mantenía esta misma discusión con otro de mis alumnos. Aunque en aquella ocasión sí eran puras fantasías de dos mentes inquietas que no deseaban otra cosa que disfrutar dejando volar su imaginación.
- ¿Y qué pasó? - gritó Bruce, que comenzaba a irritarse.
- ¿Qué pasa doctor, ya no quiere seguir discutiendo? Si lo hacemos, estoy seguro de que llegaremos a la misma conclusión a la que llegué aquel día.
- ¿De veras? Me gustará verlo.
Bruce recuperó de nuevo la fe en sí mismo, y se propuso ganar definitivamente la guerra dialéctica en la que se hallaba inmerso. Le demostraría a Marcus que los malditos marcianos no existían más allá de su imaginación.
- Muy bien. Le voy a explicar mi teoría, y después esperaré a que me la rebata - dijo Marcus.
- Espero ansioso - contestó Bruce.
- En mi opinión, los aliens se introducen en los cuerpos y consiguen controlar su sistema nervioso. Así, el individuo deja de ser él mismo. Es como una marioneta en manos del alienígena que lo guía. Por lo tanto, a ojos de los que le rodean sigue siendo la misma persona, y realmente tiene un pasado y unos padres como todo el mundo. ¿Qué le parece?
- Me parece absurdo - comenzó Bruce -, pero aunque no lo fuera, según su teoría sería imposible desenmascararlos. Y usted pretende haberlo conseguido. ¿Cómo explica eso?
- Pues es muy fácil. No es imposible descubrirlos.
- ¿Y cómo se puede lograr?
- Usted es psiquiatra, corríjame si me equivoco: ¿no es cierto que el cerebro es la parte del organismo que peor conocemos?
- Sí.
- ¿Y no es cierto que actualmente se cree que no usamos más que un triste diez por ciento de la capacidad cerebral?
- Sí, aproximadamente.
- Pues dígame, ¿qué pasaría si los alienígenas, una vez en su interior, explotaran el cien por cien de la capacidad?
Bruce lo consideró durante unos segundos y finalmente dijo:
- Supongo que la persona parecería infinitamente inteligente.
- Bien, pero ¿cómo se manifestaría esa inteligencia?
- De múltiples formas. Podría hacer cálculos matemáticos complejos sin ayuda de calculadora alguna, aumentaría su memoria, sus razonamientos lógicos serían realmente brillantes...
- ¡Exacto! - le interrumpió Marcus -. Sus razonamientos. ¿Alguna vez ha estado usted discutiendo con alguien y de alguna forma ha intuido de antemano lo que esa persona iba a decir, con lo cuál ha podido usted rebatirle algo que aún no ha dicho?
- Sí, supongo que a todo el mundo le habrá pasado alguna vez - concedió Bruce.
- ¿Y no cree que si hubiera podido pensar más rápido habría podido saber lo que le contestaría a eso y por tanto adelantarse no en una sino en dos frases al otro? - preguntó Marcus.
- Usted quiere decir que los extraterrestres podrían hacer eso, ¿no?
- Sí. Creo que podrían adelantarse a una persona normal no en una, ni en dos, sino en cientos de frases. ¿Y qué pasaría? Que cuando intentáramos discutir con uno de ellos no le entenderíamos, o pensaríamos que habla sin sentido.
- Pero se supone que no quieren ser descubiertos, y por tanto irían a nuestro ritmo mental, por decirlo de alguna manera - dijo Bruce.
- ¿Y si no pudieran? ¿Y si su mente fuera tan superior que les fuera prácticamente imposible rebajarse a nuestra altura?
- ¿A que se refiere?
- ¿No le ha sucedido nunca estar explicándole a un niño una cosa y que no entienda su razonamiento? Entonces intenta argumentárselo de otra forma y ve que se había saltado algunos pasos necesarios que usted creía evidentes. Me refiero a que es difícil adaptarse a una mente inferior.
- Muy bien, usted no entendería lo que el alien le está diciendo. Pero entonces el simple hecho de no entender lo que una persona nos dice la convertiría en extraterrestre - razonó Bruce.
- No, sólo a aquellas cuya respuesta a una pregunta fuera extremadamente lógica. Es decir, que entre la pregunta y la respuesta hubiera infinidad de pasos totalmente lógicos. Así se descarta a todos los locos que no dicen más que tonterías sin sentido.
- Pero para ello debería usted desarrollar esos pasos lógicos, y eso es imposible para su pobre mente inferior. Eso mismo hace que no se pueda desenmascarar a los alienígenas.
- ¿Por qué? - preguntó Marcus.
“Sí”, pensó Bruce. Ya le tenía. Había sido una dura batalla, pero al final la partida era suya. Una frase más y dejaría sin habla al doctor Marcus. En su cara se reflejó el triunfo, pero no duró más que un segundo, ya que la alegría dejó paso a la sorpresa primero, y al terror después, cuando su cerebro analizó lo que estaba a punto de decir y se dio cuenta de lo que realmente significaba:
- Porque sería imposible distinguir al loco del alienígena.

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