Aún hoy después de tantos años el olor a leña trae a mi los recuerdos del holocausto. Los gritos de las mujeres, los ancianos y los niños resuenan en mis oidos. Sentado en un viejo sillón, con la vista perdida en la ventana lo recuerdo todo...
Comencé a correr, detrás de mi podía escuchar los ladridos de los perros y la voz de los cazadores de hombres. Logre sacarles alguna ventaja y comencé a escuchar risas; existía un lugar en aquel maldito lugar donde él no había llegado. Me mezclé entre aquellos que lloraban, pero no de triteza sino de alegría. Entonces alguien me enroscó con una soga, caí al piso, no podía moverme, pude meter mis manos para alcanzar mi cuchillo y la soga se cortó. Me voltie allí estaba él, reía pues me había encontrado y tenía ante sí un lugar donde existía la felicidad. Me avalancé sobre él, luchamos, sacó un arma, forzajemos, esta cayó al piso y se oyó un disparo, junto a mi cayó su cuerpo. Estaba muerto. Tras muchos años no me he podido librar de ese sentimiento de culpa, pues era un dictador, era un asesino, pero era mi padre.