Según un libro que concluí hace días, cada ser humano tiene en el universo un sitio de energía donde se protege de los males ocasionados por la magia; no se si realmente sea un campo energético o simplemente una absurda suposición provocada por la lectura de tal libro como la mayoría de las veces sucede. Uno de mis lugares favoritos para pensar y alejarme de las molestias diarias que la vida conlleva, es una solitaria banca de piedra en el parque que está frente a la casa de mis padres. Allí disfruto la quietud de la noche acompañado de dos cigarrillos y a veces de una botella de agua. La panorámica es preciosa, puedes abarcar cuento tus ojos te permitan ver. Abundan como vegetación, árboles de distinta especie como palmas, eucaliptos, pinos, naranjos, etcétera. si pones atención una noche con viento, verás a estos seres vivos danzar armoniosamente y solo para ti. También lograrás oírles cantar si eres lo suficiente sensible para hacerlo. Esa es la voz de la naturaleza clamando amor y respeto por sus hijos e ignorada a la vez por cualquiera. Los únicos capaces de ser arrullados sin saber por esas notas fantasmagóricas cuando caen tendidos en el pasto húmedo son los borrachos y algún vagabundo retraído.
Buscaba yo la inspiración para escribir un cuento, estaba fumando un cigarrillo y mientras tanto recurría obstinado a la imaginación para crear una historia rápida, el ambiente que se cernía en el entorno distaba de ser el adecuado para los fines deseados, mi mente se encontraba en blanco como una hoja de papel sin usar. Tristemente olfateaba el traicionero escape de la musa abandonándome así como así. Para entonces ya había lanzado no muy lejos de mí los restos del cigarro. Encendí otro para tratar con eso de impedir la desesperación que causa la nula presencia por decirlo de una forma común y corriente, del único combustible eficaz de mantenerme contento y tranquilo. Esta bromeaba conmigo y volaba en círculos encima de mi cabeza pero su delgado dedo no sentía ánimos de rozar siquiera mis cabellos. Y fue después de ver consumirse en el embaldosado de piedra callado e introvertido el segundo cigarrillo, el esfumarse por completo todo matiz de imaginación.
Me cruce de brazos y estiré las piernas asiéndolas de la misma manera, hice un ultimo intento en adentrarme en el bosque de mis pensamientos, dolorosamente tomaría lo que fuera necesario para suplir el daño de no garabatear en un pedazo de papel; era inútil resistirme a la realidad y esta no era más que la cruel verdad de que no escribiría ni una sola palabra, tampoco me sentía capaz de resolver el crucigrama más sencillo y mucho menos digno de soñar. Me dolía la cabeza, mi mente en blanco. Renuncié, estaba cansado.
Iba a encender un cigarrillo, tenía una caja nueva de estos en el bolsillo de mi pantalón. Me abstuve de hacerlo pues pasaron pocos minutos desde el último que aún permanecía en el suelo. Todavía despedía humo de sus moribundas brazas de un color blancuzco que no alcanzaba mucha altura y sucumbía ante el desequilibrio de la noche. Curiosamente apareció una diminuta lagartija cruzando un tramo de terreno a paso ligero se detuvo unos instantes frente al cigarrillo y con la misma rapidez de antes se introdujo en una maleza de hierva. Recordé algo que había leído sobre la sabiduría de la naturaleza, pensé que el reptil estaría llegando a su casa tal vez para dormir, allí estaba la sabiduría, si estas cansado descansa. Entonces quizá debería hacer lo propio y olvidarme de ese día que había acabado para mí. Levanté la cabeza al cielo, arriba brillaban las estrellas en una conjunción majestuosa de poderío mitológico, animales, titanes y dioses. Finalmente me iría a reposar no sin antes darle un ultimo vistazo al imponente parque que se erguía ante mí.
Un tremendo hormigueo comenzó a juguetear con mis pies subiendo por las extremidades para sacudir de un estrepitoso y espantoso frío mis hombros en un escalofrío descomunal. Permanecí inmóvil un momento, bajo los eucaliptos, una cosa amorfa caminaba de manera extraña como si aumentara y disminuyera su tamaño a voluntad propia. Estaba oscuro y no distinguía su verdadera forma, no sabía si esa cosa era humana o un animal. Era un hombre cuyo caminar era burdo y con la cabeza inclinada hacia el suelo, se agachaba y parecía tomar algo para depositarlo en un recipiente que le colgaba de uno de sus brazos. Repetía el mismo movimiento cada que daba un paso, bajándose al nivel del suelo y alargando su mano una, dos, tres y cuatro veces en un segundo.
Como pude saqué del bolsillo unos fósforos y los cigarros, lo que mis ojos veían la razón no lo digería sino de una manera pausada y en espasmos lentos. Observé atentamente el desarrollo escénico; el trayecto me pareció interesante, lineal y sin voltear a sus costados, su atención estaba dirigida solamente al nivel de sus pies; lo que fuera que estuviera haciendo tenía la confianza de estar solo y que nadie lo miraba. Este hombre se alejaba perezosamente de mi vista, cojeaba de un lado y en las sombras su forma volvía a tornarse de una característica amorfa.
En otro tiempo, quizás, aquello no me hubiera llamado la atención y seguramente habría dejado mi banca por la paz. Pero yo sabía que solamente lo simple se vuelve intrigante algunas veces y por lo tanto sentí cierta muestra de inquietud y asombro. El hombre se extravió detrás de unos árboles, mientras tanto yo intentaba hacer arder un fósforo para encender un cigarro... el destello de luz o el sonido de la cerilla al chocarla con la áspera superficie de la cajita, hizo reaparecer la extraña figura humana por que regresó a la luz del farol con ese caminar agobiado y cansado.
Me era difícil distinguir sus rasgos físicos pues los dos estábamos a una distancia importante uno del otro. Algo dentro de mí ansiaba por enfrentarlo como lo hacen los reporteros, ver que tipo de objetos le eran de tanto interés, intercambiar algunas palabras sin chiste, conocer su vida y escribirla; sin embargo, la otra mitad me impedía detenerlo, no sabía si deseaba dejarme ver o dejarlo ir. Además no me sentía con ánimos de hablar. Así me quede divagando hacia al horizonte como cuando uno se duerme con los ojos abiertos preso de una nueva obsesión, invencible y absorbente.
Al volver en mi, el extraño hombre ya estaba muy cerca de la banca donde yo me hallaba sentado, me miró con cierto estupor como si encontrara algo en mi de sumo interés, no parecía inmutarse por mi persona; su rostro era joven pero marcado por las llagas de la humildad, no denotaba expresión alguna en sus labios, sus ropajes propios de la persona eran viejos y sucios. Su cuerpo, delgado, mostraba signos de desnutrición. Lo estudié detenidamente de pies a cabeza todos y cada uno de los ángulos de ese desdichado hombre de la calle hasta que llegué al objeto de mi mayor interés e indiscutiblemente el que le otorgaba la categoría de misterio. Bajo un brazo le colgaba un balde de latón no era muy grande aún así poseedor de una magia fascinante. El hombre de la cubeta como le llame después, se acercó un poco mas a mis dominios, arrastraba uno de sus pies como si le pesara tanto que no lo podía levantar seguramente atrofiado y yo me preguntaba, ¿qué podría contener el recipiente de hojalata?
Nos encontramos frente a frente, cruzamos un par de miradas a manera de reto pero no pudo soportar por largo tiempo la pesadez con que lo observaba. Era mayor el asombro de mis ojos que el descubrimiento de mi persona. Así dejó su baldecito en el suelo de piedra y me otorgó la espalda. Era mi oportunidad de hablar un poco con él, estaba decidido a entablar una conversación y por mas incoherente que resultara obtendría algún provecho de lo que tenia que decir, pero no sin antes echar un vistazo al interior de su juguete.
Quizás treinta o más colillas de cigarro descansaban dentro del recipiente de lámina, en eso el hombre me encara encontrándome mirando su balde; en sus manos traía las dos colillas que había desechado minutos antes. Lo miré fijamente con cierto sobresalto, por su parte observa tímidamente la cajetilla casi nueva en la banca, luego sus ojos giran hacia la mano donde tengo el cigarro a medio consumir y allí se queda contemplándolo estupefacto. ¿Qué es esto?, ¿una especie de conciencia moral que se me presenta a estas horas de la noche para enseñarme que el vicio del cigarro me hace daño?, que estupidez.
En un parpadeo de furia murió el asombro que me causaba el personaje, era un loco solamente levantando del suelo restos de cigarro. No se llevaría los míos eso que ni que, lo quise estrangular de inmediato, ponerle las manos en su cuello y ahorcarlo asfixiándolo hasta que soltara su ultimo suspiro de vida. Arrebaté mis cigarrillos y los fósforos del lugar donde estaban, siempre sin perder ni un instante de vista al vago, por su parte el hombre de la cubeta seguía en su absurda recolección de basura. Con un fuerte puntapié hice volar por los negros cielos su baldecito ocasionando al caer un ruido lastimoso propio de la hojalata, a su vez, el contenido se esparcía por todo el lugar; el hombre pudo ver todo el triste trayecto de la cubeta sin embargo siguió con su semblante insensible y sin expresión.
De una rabia incontenible me hallaba cautivo, mojaba mi rostro su caliente sangre al brotar de su nariz después de haber sido golpeado por un fuerte puño. Gracias a la poca imaginación de la que era poseedor no se me ocurrió más que humillarlo y le arrojé desdeñosamente el cigarrillo que cayó en su espalda rezando por que se incendiara. Dejé solo al hombre aquel en la quietud del parque, instantes después lo pude ver por la ventana de mi recámara y ese loco falto de inteligencia estaba sentado en una bardita jugando con las colillas de cigarro y su cubeta.
Transcurrieron semanas de la aventura, no lo volví a ver pero su imagen permaneció cortante en mi mente como si viviera dentro de mi, me arrepentí por lo hecho y juré no actuar de esa manera una vez más con algún desvalido de la calle. No comprendo que fuerza maligna se posesionó de mis actos transformándome en un monstruo tan atroz...¿qué razón tendría para recolectar los desperdicios de otra gente?, no parecía una persona que estuviera fuera de sus facultades mentales, tampoco concebía la idea que tal vez fuera una especie de deidad para convencerme de mi error en cuanto al tabaco. Era prácticamente imposible que algo así sucediera, ¿qué dios se tomaría el tiempo para mandarme una señal como esa?; ninguno, por lo menos no a mi. Entonces, siempre llego a la misma conclusión y es que ese hombre es un vago sin oficio ni beneficio como muchos en este mundo.
Ayer como todos los lunes y siguiendo la tradición del grupo, nos reunimos en casa de un amigo. La falta de dinero nos impedía decidirnos por algo de tomar cuando se nos ocurrió comprar cerveza barata. Era casi media noche por lo que sería difícil conseguir el alcohol, recorrimos la mayoría de los depósitos cercanos sin obtener éxito ya que todos estaban cerrados pues es poca gente que compra cerveza en día lunes. Sin embargo, recordé cierto lugar donde generalmente se podía encontrar abierto y además nos hallábamos manejando muy cerca de ese establecimiento. Así pues llegamos a tiempo para conseguir cerveza, hicimos la clásica cooperación y nos dirigimos a pedir nuestro licor. No obstante me sentía inquieto, ansioso o nervioso y no había razón aparente para sentirme de esa manera y pero sí, si la había. Al dirigirme a unos recipientes de basura me encontré con un hombre decrépito, joven pero enfermo y a sus pies tenía una cubeta deformada como si alguien le hubiera dado un fuerte golpe. Él me miró como tratando de recordar, yo lo reconocí ampliamente, yo sabía que ese hombre me había reconocido por igual pero jugaba a no hacerlo por que en sus ojos se proyectaba el miedo, un miedo de perderlo todo y no era para menos si por una noche fui juez y verdugo junto a su miseria.
Sucedió como aquella noche, la curiosidad inmoló con su rufián brazo mis sentimientos de culpa, miré la cubetita y lo miré rápidamente a él, sus ojos me lo dijeron todo y ahora era yo quien no soportaba la pesadez de su mirada, comprendía todo lo anterior. En sus manos traía una lechuga podrida y sebosa de cuyas hojas se desprendía una fina babita que escurría como agua. Todo desmenuzado lo depositaba en la cubeta, después sacó de una bolsa un tomate en las mismas condiciones que la lechuga, para eso cogió un tenedor de plástico que estaba a un costado suyo y prosiguió en rebanar la legumbre. Acto seguido, sacó unos chiles serranos de otra bolsa y con los dedos los despedazo siguiendo el mismo destino de las anteriores verduras. El hombre de la cubeta se estaba preparando una ensalada de porquería.
Nos dieron la cerveza y también los cigarros, no despegaba la vista de aquel hombre por ningún motivo y no fue sino que perdimos de vista el deposito de licor cuando el hombre se desvaneció una vez más. Otra vez lo dejaba en las mismas circunstancias, jugando con su cubetita en una bardita de piedra.