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La Cita

Caminé despacio, había escuchado tantas cosas y sentí que aquella entrevista iba a cambiar toda mi vida. Toqué la puerta tres veces y nadie respondió, insití tres toques más, pero todo fue inutil.
Derrotado comencé a pensar en regresar; después de caminar sin rumbo fijo, observé, no lejos aún, un pequeño lago; me pareció tan apacible que me sentí atraido. Me senté a su orilla y en verdad, su belleza y tranquilidad aliviaron mi hondo pesar. Ví una rana que nadaba tranquilamente, cuando un pajaro negro le cayó por encima, clavando sus pequeñas garras en su lomito; ví como el pajaro y la rana se elevaban por los aires, y de pronto algo pasó entre los dos; brúscamente se soltaron y cada uno se fue por su lado; el pajaro siguió volando por los aires y la rana cayó al lago. Mi sorpresa fue inmensa al ver a la rana nadando y jugando tranquilamente en su ambiente natural, olvidando aquel incidente entre ella y el pajaro.
Medité lo ocurrido en el lago, me paré y caminé retornando a mi cita; toqué con mayor desición la puerta y para mi sorpresa esta se abrió.
Pase joven, el Señor lo está esperando; escuché la voz cansada de una
anciana.
Entré, y aquel sentimiento de inseguridad me sobrecogió. La casa era bastante pequeña, limpia; en cada rincon habían hermosos cuadros de pintura; no terminé de contarlos pero deduje que habían muchos. Llegamos a una larga escalera y la cansada anciana me pidió que sólo continuase; me indicó que al llegar al segundo piso buscase el cuarto con luz y allí estaba el señor esperando.
Tal como me dijo la anciana había un cuarto iluminado con la puerta entreabierta; respiré profundo y con pasos inseguros caminé rumbo al cuarto. Me paré y me puse a mirar desde afuera; olí a leña quemada, las paredes tintilaban de colores variados, había una grán biblioteca, y un escritorio de madera oscura; me afirmé y toqué la puerta, había que atreverse.
Pase por favor… Y tome asiento; escuché una voz que rompía la armonía
de aquel pacible cuarto.
Aún más nervioso entré; ví a un hombre alto moviendo con un triche (al rojo vivo) la fogata que estaba incrustada en una esquina; la sombra que desprendia la fogata lo hacia verse como un ser fantasmal; la garganta y mis piernas de la impresión se congelaron.
Y bien…Que puedo hacer por usted…; me dijo.
Sus palabras rompieron el hielo que tenía en mi; torpemente busqué una silla, luego esperé. El señor irradiaba un aire de sabiduria y nobleza, cogió un libro de pasta de cuero y lo puso encima del escritorio, me miró y me lo ofreció.
- Lealo…y cuando lo termine me lo trae; me dijo con un aire paternal.
Cogí el libro y lo guardé en mí bolso; y me atreví a hablarle.
Perdon…Como le dije en mis cartas escribo, aunque aun no publico
nada; he traido mis escritos para que usted lo evalue y… Me de su critica. Digo yo no mas…
Lo sé, leí sus cartas, percibí su insistencia…Por esa razón, aquí está usted.
Leeré sus escritos y aunque, no soy un crítico, seré muy sincero: En este camino no todos llegamos al final…; me dijo con un aire de pesar.
No pude dejarlo continuar y con total atrevimiento, propia de mi juventud, le esputé.
Hay final en el camino?…Yo pensaba que el mismo hecho de escribir era el
camino. Si bien es muy cierto que uno anhela el “reconocimiento”, no es en sí la meta o el final…
Esbozó una calida sonrisa, se paró y fue hacia la fogata, cogió su trinche y la comenzo a remover, avivando su calor.
Alcánzame mas leños por favor, y observa bien que esten secos; me dijo
en un tono bien familiar.
Despues de cargar los leños y llevarselos; los echó a la fogata con mucha destreza y suavidad, como si tratara de enseñarme como se debiera de hacer. Mirando al fuego comenzo a hablarme:
Observa como el fuego se alimenta de los leños emitiendo una hermosa
reacción llamada combustión, es una exprecion artística y al mismo tiempo muy util, con humildad se brinda dando su calor y su caprichosa luz…Pero antes de esto, hubo un humilde cerillo que le dió su calor…Y ella después de hacer su sencilla funcion …Se apagó…Y en algún momento los leños también se apagaran. Asi es el final del camino. Muchos escriben, pocos encienden su verdad…Pocos son…
Entendí su mensaje, le agradecí su atención, cogí mi bolson y me despedí del señor.
Cuando llegué a mi cuarto, prendí la luz, y después de comer un pedazo de pan y una taza de café, me dispuse a leer el libro de cuero. Cual fue mi sorpresa cuando al abrir el libro, todas las hojas estaban en blanco! No entendí el porqué me había dado algo así; estaba tan contrariado que solté el libro y cayó al piso; lo recogi y como una polilla una nota se salió de las hojas del libro; la cogí con ansiedad y ví que tenía grabado el nombre del señor, y lo leí: <> y luego había otra nota tan igual a la anterior: <>
Las palabras que leí tenían un fondo muy hondo. Me relajé un poco. Sentí que aquella presión por escribir se me había esfumado; cogí un lapiz y decidí escribir. Aparecieron ante mi memoria imágenes de todo cuanto viví aquel día; recordé el lago apacible, la rana sin miedos, el hambre del pajaro negro, el misterio de la casa del señor, el cansancio de la anciana, el calor de la fogata, mi compañera: la soledad…Entendí que mi vida estaba escrita por la mano de un artista. La vida en sí misma se escribía a cada instante. Las cosas que se hallaban en ella, eran sus propias huellas, impresas tan solo para entenderlas, para leerlas, para el lector, para mi …Si, en verdad el final del camino era este…La vida misma reflejandose en un papel…Y el papel era yo…
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 660
  • Fecha: 22-11-2002
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.09
  • Votos: 54
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4769
  • Valoración:
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